Polvo de oro y diamantes ha llovido
del corazón de alguna vieja estrella,
y he librado batalla contra la quimera
de un universo sólido, pequeño,
desprovisto de sorpresas y de amor.
Bajo este manto de nieve celeste,
lloro como una niña que no sabe crecer.
Murmura el agua entre los juncos:
«Es ley común que la belleza
se apague en nuestras manos
como si fuera tierra yerma
que pende de un trozo de cielo
por el hilo de angustia de la aurora,
pues
sólo la muerte comprende a la materia».