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– ¿Y?

– Quiere que te traslademos a una casa de seguridad.

– No -dijo ella, y se cruzó de brazos, como si ésa fuera la respuesta final.

– No hay otra opción.

– ¡Y una mierda que no la hay! -Rowan lanzó los brazos al aire y se dirigió al teléfono, lo cogió y señaló a John con un dedo acusatorio-. No pienso huir y esconderme. Bobby vendrá a por mí. Me parece bien. Estamos preparados. Lo cogeremos y ahí se acaba la historia.

Empezó a teclear violentamente los números en el teléfono inalámbrico. John se acercó e intentó quitárselo, pero ella le propinó un golpe de kárate en el brazo.

– Maldita sea, Rowan -dijo John, frotándose la muñeca-. Sabes que es la mejor solución. Van a dejar a un señuelo en la casa, van a montar una trampa.

– Yo quiero estar aquí. Necesito estar aquí.

– No puedes. Estás demasiado implicada en todo este asunto.

– Soy una ex agente, y tengo entrenamiento, maldita sea. -Se volvió hacia el auricular-. Roger, no pienso irme a una casa de seguridad. -Luego escuchó la respuesta, mientras en su rostro empezaba a reflejarse su ira-. ¡No puedes hacer eso! -exclamó y, al cabo de un momento gritó-: ¡Maldito seas! -y, enfurecida, devolvió el auricular al aparato.

Se giró hacia John y lo golpeó en el pecho.

– ¡Tú eres cómplice de todo esto!

– Creo que es una buena idea.

– ¡Y una mierda que es una buena idea! Quiero estar aquí cuando lo atrapen. Me cuesta creer que prefieras huir.

A John se le tensó la mandíbula, una muestra de la rabia que estaba a punto de desatarse. La cogió por las muñecas, la apretó con fuerza y la atrajo hacia él. Sus labios estaban separados por sólo unos centímetros.

– No pienso huir, Rowan -dijo, con voz pausada y tranquila-. Te estoy protegiendo. Collins te ha puesto bajo custodia preventiva por tu propio bien.

– No me hables de lo que me conviene -replicó ella, con voz vibrante y los ojos oscurecidos por el dolor y la rabia.

– Mira cómo te has puesto ahora mismo, Rowan. Acabas de demostrar que estás demasiado involucrada en esto. No adoptes esa actitud.

– Después de todo lo que ha pasado, ¡merezco estar aquí ! -Rowan temblaba de pies a cabeza, y en las miradas que lanzaba a John había una súplica latente.

John no estaba en desacuerdo con ella. ¿Cómo no estarlo? Él también entendía el deseo de venganza. De justicia. De hacer algo por sí mismo porque se trataba de su enemigo.

Sin embargo, Bobby MacIntosh había demostrado ser un tipo listo. Había planeado cuatro asesinatos a la perfección. La huída de la última víctima se debía en parte a la mala suerte y en parte a la elección de Sadie Pierce.

John no dudaba de que MacIntosh tuviera un plan para encontrarse a solas con Rowan y matarla. Después de torturarla.

No podía dejar que eso ocurriera. John confiaba en sus habilidades pero confiaba todavía más en sus intuiciones. MacIntosh volaría la maldita casa si pudiera. Haría cualquier cosa para acabar con Rowan. Y John no tenía la menor intención de perderla.

– Pues, no hay más opciones -repitió con voz queda-. Tienes una hora para meter tus cosas en una maleta y nos vamos.

Ella lo miró con un destello salvaje, sintiéndose traicionada. ¿Por qué no entendía que aquella era la mejor solución? No era la solución perfecta, pero la mantendría viva hasta que dieran con su hermano.

Sin decir más, Rowan pasó a su lado y salió del estudio con un portazo.

¿Qué se esperaba? ¿Que ella se mostrara dispuesta a mudarse a una casa en la costa? ¿Que se lo tomara como unas vacaciones? ¿Que podrían dar largos paseos por la playa y hacer el amor junto a la chimenea encendida? Pero no, no iban a quedarse en un puñetero nido de amor. Aquello era una casa de seguridad. Y él no era su amante, sólo un compañero disponible en la cama cuando los dos necesitaban a alguien.

No le convenía pensar en sus encuentros con Rowan en otros términos.

Se giró para irse, pero el brillo de la pantalla del ordenador captó su atención. Se acercó y leyó lo que Rowan había escrito.

Mi infancia fue cualquier cosa menos idílica. Con la mentalidad de una niña, pensaba que el amor de mi madre podía mantener a raya a los monstruos. Al fin y al cabo, los monstruos no existían.

Sin embargo, vivíamos con monstruos. No sólo mi hermano, a quien siempre había temido, sino un monstruo con la máscara de un padre amante. A los pequeños nunca nos levantó la mano. Pero mi madre no escapó a su ira. Ahora no puedo dejar de preguntarme por qué. ¿Por qué permitió que la humillaran constantemente golpeándola? ¿Por qué tuvo que morir para poner fin a su sufrimiento?

¿Y por qué nadie más vio los maltratos de mi padre?

Era un bello día de primavera, y los cerezos en flor estaban llenos de vida…

Era una autobiografía, pensó John, incrédulo. Estaba seguro de que Rowan nunca había pensado en ello antes. Porque ella no hablaba del pasado. Ahora, al parecer, algo la había liberado.

Empezaba a tener dudas acerca de la casa de seguridad. Quizá Collins se equivocaba y Rowan podía, en realidad, enfrentarse a su hermano. Por otro lado, su reacción de hacía cinco minutos le decía que estaba demasiado implicada emocionalmente para pensar con claridad.

Con esos sentimientos contradictorios rondándole la cabeza, miró la puerta cerrada. No, no podía correr ese riesgo. No podía poner en peligro su vida.

Si perdía a Rowan, pensaba que no lo superaría. Sólo esperaba no estar cometiendo un grave error.

Rowan guardó silencio durante el largo trayecto por la costa, que tardó más de lo normal porque John tomó diversas precauciones para asegurarse de que no los seguían. La casa de seguridad estaba situada cerca de Cambria, un pequeño pueblo al norte de Santa Bárbara.

Rowan pensó que era una ironía que sólo unas semanas antes soñara con pasar una temporada en la costa norte de California, donde el paisaje del océano se mezclaba con el bosque, y donde gozaría de la intimidad que tanto añoraba. La costa central era más o menos lo mismo. Cambria era una comunidad idílica y tranquila donde pasar las vacaciones, y estarían seguros.

Sin embargo, Rowan estaba molesta con todo.

Ya se esperaba ese trato sobreprotector de Roger. Al fin y al cabo, le había mentido desde el principio, con el fin de protegerla. Aunque detestaba las mentiras y la traición, Rowan comprendía sus motivaciones. Ella era una persona diferente de la que había sido a los diez años, en realidad, apenas algo más que una niña. ¿Qué caballero andante no querría proteger a una pequeña damisela en apuros? Y, por aquel entonces, ella pensaba en Roger como en su caballero andante.

Pero no se habría esperado eso de John. De todas las personas, pensaba que John entendería. Él deseaba la justicia para Michael tanto o más que ella. Y lo mismo para el resto de las víctimas de Bobby.

El sacrificio de John le había impresionado. Él lo dejaba todo para protegerla a ella. Había renunciado a la posibilidad de vengar el asesinato de su hermano porque quería mantenerla a ella a salvo. Lo miró con semblante de renovado agradecimiento. Y algo más profundo. Un sentimiento que la había embargado en alma y cuerpo desde la primera noche en que habían hecho el amor.

John formaba parte irrevocable de su alma. No podía perderlo. Finalmente, había comenzado a aceptar y a lidiar con lo ocurrido tantos años atrás. Le parecía impensable perder a John.

Cuando se trataba de decir las cosas como eran, Rowan detestaba huir. Le recordaba el asesinato de los Franklin y el episodio más negro de su vida desde la muerte de Dani.

Ya no sentía el impulso de huir. Su demonio tenía un rostro. Bobby. Quería enfrentarse a él con sus propias fuerzas. Quería ver qué cara pondría cuando se diera cuenta de que ya no era la pequeña niña débil y asustadiza que él perseguía hace veintitrés años. A pesar de su tierna edad, lo había derrotado entonces, y seguro que podría volver a derrotarlo ahora.

Sin embargo, la oportunidad de atrapar a Bobby personalmente había sido anulada por el capricho de un hombre que le había mentido y con la complicidad de un hombre en el que había confiado.

No parecía correcto, aunque supiera que aquella era, en realidad, su única opción. Ella no había hecho ni dicho nada que hiciera creer a Roger o a John que era lo bastante fuerte para enfrentarse a Bobby. ¿Era lo bastante fuerte? Si Bobby la encontraba, sería capaz de luchar contra él y derrotarlo. ¿O iría a esconderse en un armario como lo había hecho la pequeña Lily, esperándolo, dejándole que matara a sus seres queridos?

Esperaba… No, creía que si Bobby la encontraba, ella estaría a la altura del desafío. No dejaría que la dominara. No podía dejar que la venciera.

Sin embargo, huir también protegía a John del peligro. Si bien Rowan no tenía ninguna duda de que él era capaz de dirigir una operación sometido a una gran tensión emocional, en la casa de seguridad también estaría protegido. Aquella idea le daba un mínimo de paz.

– Lo siento -dijo, mirando a John, cuando se detuvieron frente a una verja cerrada que daba a un camino privado.

Él se giró en el asiento para mirarla, con el motor todavía en marcha.

– No tienes por qué pedir perdón.

– Sí que tengo -negó ella con la cabeza-. Me he portado como una niña inmadura allá en Malibú y he venido todo el camino haciendo mohines.

– Es verdad que has hecho un arte de los mohines. Nunca había estado con una mujer que guardara silencio tres horas seguidas. -De hecho, bromeaba, y eso le aligeró el ánimo.

Rowan arrugó la nariz.

– En cualquier caso, te agradezco que me hayas acompañado hasta aquí. Roger me habría asignado un agente. No tenías por qué hacer esto. Podrías haberte quedado en Los Ángeles.

John no habló durante un momento largo, y luego le cogió la mano y se la apretó con tanta fuerza que casi le dolió.

– Significas mucho para mí, Rowan. No pienso confiar tu seguridad a nadie más. Michael ha muerto -dijo, y tragó saliva, presa de ese agudo dolor que le nublaba los ojos-. Tú estás viva. Necesito que sigas así.

John hablaba con una voz templada por una tranquila emoción. Le puso una mano en la nuca y le acercó la cara hasta besarla con ganas en los labios. Acto seguido, bajó del coche para abrir la verja.

Rowan cerró los ojos y deseó que a Bobby lo atraparan pronto. No sólo porque era un asesino perverso que se merecía estar encerrado en una cárcel -o peor- el resto de sus días, sino porque su propia vida transcurriría en una especie de limbo, en el plano profesional y personal, hasta que le echaran el guante.

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