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John le cogió las muñecas, le besó los dedos y se los llevó a la boca. El dolor y la tensión en su rostro se desvanecieron. No deberían estar haciendo eso, pero, maldita sea, era muy agradable. Sacó los dedos de su boca, inclinó la cabeza y le rozó los labios.

Un solo beso no le bastaría. Empujó más profundo, deseando darle el calor y el contacto físico que necesitaba, sabiendo que ya no había vuelta atrás. Aquella no sería una guardia de una sola noche, no podría darle un beso de despedida y desaparecer sin más de su vida.

Ya la tenía alojada en el alma.

La empujó dulcemente hacia la cama y ella le rodeó el cuello con los brazos, atrayéndolo con más fuerza, respondiendo al poderoso asalto de su boca exuberante. Abrió la boca y dejó escapar un gemido. Él le lamió los labios, el cuello, detrás de la oreja. Nadie debería jamás vivir lo que había vivido Rowan. Nadie. Era asombroso que hubiera aguantado tanto. Era una mujer extraordinaria.

La besó hasta volver a sus labios y hundirse entre ellos con su lengua. Ella le respondió beso a beso, entrelazando su lengua con la de él, mientras le frotaba y rascaba la espalda.

Con un gesto de impaciencia, ella tiró de su camiseta y él interrumpió el beso para quitársela de un tirón por encima de la cabeza y echarla a un lado. Ella todavía tenía puesto el diminuto vestido negro y él estiró la mano y le bajó la cremallera por la espalda hasta abajo. Ella se quitó el vestido con un gesto rápido y él vio su cuerpo exquisito.

Rowan tenía cicatrices. John le besó una herida que parecía a todas luces la de un disparo que le había rozado la costilla inferior derecha. Tenía la parte de arriba del brazo marcada por una herida de arma cortante, una vieja herida. John la besó. Le desabrochó el sujetador y le cogió los pechos en el cuenco de las manos y los acarició. La miró a la cara. Tenía los ojos cerrados y la boca abierta. Las lágrimas habían cesado.

No quería volver a verla llorar, jamás.

Le besó un pecho, le tiró del pezón para chuparlo y ella gimió. Repitió el gesto con el otro pecho, disfrutando de cómo ella respondía a su contacto. Antes, se había portado como un témpano. Ahora se estaba derritiendo, al fuego vivo. Rowan tiró de su pantalón y él se lo quitó con movimientos impacientes. Descansó todo su peso sobre ella y volvió a besarla.

Jamás se sentiría saciado, y entonces supo que había caído redondo por ella.

Rowan dejó vagar sus manos por el cuerpo duro y musculoso de John. Bajo su piel bronceada, palpitaban todos sus músculos, y sólo una línea por debajo de su cintura demostraba que no tomaba el sol desnudo.

Ella no quería que todo eso ocurriera, pero cuando John la sostuvo en sus brazos, el corazón se le disparó y se sintió segura. Por primera vez en mucho tiempo, se había sentido segura. Él había compartido con ella su dolor, y ahora su pasado parecía más ligero de llevar. Ignoraba cómo era posible que eso hubiera sucedido después de que John la obligara a desnudar su alma, pero liberarse de sus secretos era un alivio. No había hablado de ello en veintitrés años.

Como si le hubieran quitado un velo del corazón. Su fardo parecía más ligero, como si John le ayudara a llevarlo. Se sentía más libre que nunca. Gracias a él.

Así que le besó el cuello y le pidió que se quedara. No estaba segura de que lo haría. Si él se iba, encontraría una manera de vivir sin él. Ella sobreviviría, sola.

Pero se alegró de que se quedara. Suplicar para que sus deseos se cumplieran no era algo que hiciera fácilmente, pero en ese momento no estaba ella para remilgos si se trataba de conseguir que se quedara con ella.

Quizá por primera vez en las dos semanas transcurridas desde el asesinato de Doreen Rodríguez, cesarían las pesadillas.

Sin embargo, más que el sentimiento de seguridad, sentía una camaradería y un entendimiento con John que no había tenido en toda su vida. Su manera de mirarla, con sus ojos profundos y oscuros, llamándola, prometiéndole que podía confiar en él, y que no se dejaría matar. Que era lo bastante fuerte para cargar con ella y con el mundo.

La excitaba como ningún hombre la había excitado antes. Era algo más que su aspecto de hombre guapo, su cuerpo bronceado y duro. Era su manera de concentrarse en la tarea entre manos, ya se tratara de arrancarle los recuerdos del pasado, hacer justicia o hacerle sentirse nuevamente en su plenitud, aquí y ahora. Haciéndole el amor.

Rowan tenía infinidad de preguntas, y quería saberlo todo acerca de él. Y cuando lo supiera todo, lo desearía todavía más. Lo querría demasiado.

Eso era algo que ya le había sucedido.

Apartó esos pensamientos de su mente, estiró las manos y le tocó las nalgas, duras como la piedra. Hincó los dedos en ellas y él se impulsó hacia delante. Tenía el miembro tieso en contacto con ella y ella lo deseaba. Lo besó y él respondió acogiendo su boca profundamente en la suya, sin que sus manos dejaran de moverse, acariciándole todo el cuerpo, conservando su calor, poniéndola caliente.

– Hazme el amor -le murmuró al oído, y luego lamió ese punto sensible detrás del lóbulo. Él se estremeció en sus brazos.

– Todavía no. -Su voz era ronca y grave. Le quitó las bragas con los dientes. Ella se enfrió sin su cuerpo firme sobre ella, pero entonces, con la lengua, John le abrió la vagina y ella dio un respingo cuando un calor líquido le inundó la entrepierna.

Agarró el edredón en un puño mientras con la lengua John obraba magia. Dejó escapar un gemido, placer mezclado con una pizca de dolor cuando sintió venir el orgasmo y su boca que la chupaba. Arqueó la espalda, levantó las caderas de la cama y él le mordisqueó suavemente su protuberancia. Ella se dejó arrastrar a un orgasmo tembloroso que la dejó jadeando y con la voz enronquecida.

Y luego se montó sobre ella y la besó con fuerza. Ella se agarró a él, atrayéndolo cuanto pudo. Él le abrió las piernas para penetrarla.

Y entonces ella les dio un vuelco a los dos.

John ni siquiera se dio cuenta de lo que había pasado. En un momento estaba a punto de hundirse profundamente en el cuerpo ardiente de Rowan, necesitándola, queriéndola, deseándola con todo su ser. Y al instante siguiente estaba tendido de espaldas y el pelo largo y rubio de Rowan le caía sobre la cara. Se quitó un pelo de la boca y comenzó a decir «¿Qué?» cuando ella lo besó con fuerza y se enderezó.

Él miró mientras ella lo cogía en sus manos delgadas y lo guiaba hacia su interior. A ella le faltó el aliento cuando él entró apenas la punta. Cerró los ojos y entreabrió los labios. Era todo lo que John podía hacer para no penetrarla hasta el fondo y correrse. Estaba a un tris de dejarse ir.

Pero estaba fascinado mirándola. Rowan era como una diosa suspendida sobre él, con la espalda arqueada, los pechos firmes, los pezones duros y puntiagudos. Tenía la piel muy blanca, suave y perfecta, a pesar de las cicatrices.

Y entonces ella hizo que se deslizara hasta el fondo y John vio las estrellas.

Le cogió las manos y las sostuvo con fuerza. Era ella quien dirigía, y era lo único que él podía hacer para permitirlo. John quería recuperar el control, pero se deleitaba con su abandono. Rowan dejaba que se fuera hundiendo aún más en ella y gemía, luego subió hasta casi dejarlo fuera, y volvió a hundirlo en ella.

Era una tortura difícil de soportar, pero maravillosa a la vez.

Rowan lo apretaba con los músculos al hundirse en ella y ella quedó temblorosa, desatando una sucesión de olas que iban desde sus testículos hasta el cerebro. John no podía esperar más.

La cogió por su hermoso culo con ambas manos, la empujó hacia abajo hasta tenerla entera, y entonces empezó a darle. Ella gimió y se dejó caer sobre su pecho, temblando. Él sintió sus músculos que se cerraban en torno a él.

Su orgasmo fue el más poderoso que recordaba haber tenido jamás. La mantuvo apretada contra él mientras ella se mecía con su propio orgasmo.

La hizo girarse suavemente y tapó a los dos con el edredón. La cogió, le besó el pelo, la cara, los labios. Ya volvía a tenerla dura, todavía arropada por su cuerpo cálido.

– Rowan, quiero hacerlo otra vez.

Ella lo besó un momento largo y dulce. Juntos, exploraron.

Michael entró a trompicones en su piso, con la cabeza martillándole y el estómago bien revuelto. No debería haber comido las dos hamburguesas con queso y patatas fritas con la tripa llena de whiskys y cerveza. Tienes que llegar al lavabo, no paraba de repetirse. No ensucies el suelo.

Llegó a tiempo, y se inclinó ante el dios de porcelana durante unos buenos diez minutos. Cuando se incorporó, ya no se sentía enfermo, y por un momento pensó en volver a casa de Rowan para echarle una mano a John con la seguridad. No, dormiría tranquilamente y volvería por la mañana.

Después de beber agua directamente del grifo del lavabo, volvió a paso lento hasta el salón. La puerta de la entrada había quedado abierta de par en par.

– Mierda -murmuró, fustigándose por su estupidez. Cruzó el pasillo y la cerró de un portazo.

– Hola, señor Flynn.

Michael se giró de golpe y vio que en medio de su salón había una figura que le pareció familiar. El desconocido. El ejecutivo del bar.

Michael quiso desenfundar su pistola pero sabía que era demasiado tarde. Tres balas le dieron en todo el pecho. Sintió calor y un dolor horrible que se apoderaba de su cuerpo. Estaba ardiendo.

Se fue contra la pared y cayó al suelo. Todo se movía en cámara lenta. El desconocido se le acercó, con la luz reflejada en su pelo rubio castaño. Sacudió la cabeza, con una sonrisa siniestra pintada en el rostro cuando miró a Michael caído.

– Lo siento, señor Flynn. No estaba en el libro pero, a veces, tenemos que improvisar.

El libro. Rowan. Mierda, la había cagado. Lo siento, John. Tenías razón.

Un destello de luz, ¿una cámara? Quizá fuera un túnel. Sí, un túnel de luz.

Y luego el mundo se apagó.


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