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– ¿Y entonces apareció Roger Collins?

Ella respiró hondo y soltó lentamente el aire.

– Conocí a Roger cuando decidí declarar en contra de mi hermano, Bobby. No era un caso del FBI, pero Roger era un investigador experto en las escenas de crímenes y tenía experiencia trabajando con las personas que sobrevivían. Me hizo dar parte. -Dar parte, qué clínico sonaba-. Le di lástima y me preguntó si quería vivir con él y su mujer. Dije que sí. Pero no quise que me adoptaran.

– ¿Por qué?

– No podía -dijo ella, encogiéndose de hombros-. No quería amarlos. Todas las personas que amo acaban muertas.

– ¿Dónde está Bobby ahora? -La voz de John salió como un gruñido ronco, con la rabia a flor de piel. Rowan lo percibió en sus músculos tensos.

– Muerto. -Guardó silencio un momento y luego respiró bruscamente hasta acabar en un sollozo-. Intentó escapar de camino al tribunal. Mató a dos guardias. Y luego cayó acribillado unos kilómetros más allá cuando intentaba secuestrar a alguien en su coche. Me alegro de que se hayan librado de él.

– Tú querías declarar -dijo John, mientras le acariciaba el pelo.

– Sí, ¡maldita sea! Quería que todo el mundo se enterara de lo que había hecho. Se libró demasiado fácil. Yo quería que él sufriera. -Apretó la mano que apoyaba contra su camiseta y un sollozo largo y gutural escapó de su pecho.

Se quedó así un buen rato, hasta que pudo controlar la respiración y dejó de temblar. La fuerza pura que emanaba del cuerpo de John, que la sostenía, sus brazos musculosos que la apretaban contra su pecho le daban una paz que nunca había sentido. Aunque no fuera más que por ese momento, se sintió segura de verdad.

Rowan se había quitado un peso de encima, como si compartir su dolor con John le hubiese lavado el alma. Por eso, dejó que la consolara, le permitió compartir su dolor. Se sentía casi libre, y aquello era una experiencia embriagadora.

John la estuvo meciendo un buen rato, reflexionando sobre todo lo que le había contado. Él ya sospechaba que Rowan había vivido una experiencia traumática en la infancia, y cuando supo que su padre había matado a su madre no pudo imaginar nada peor.

Sin embargo, era mucho peor. Lo ponía enfermo. Habría estrangulado a ese cabrón con sus propias manos. A su padre y a su hermano muerto.

Tanta muerte, tanta miseria con que cargar para una niña de diez años. Era asombroso que no se hubiera derrumbado antes.

– ¿Es por eso que dejaste el FBI? ¿El asesinato de los Franklin te afectó demasiado?

Ella se puso rígida en sus brazos y él dejó escapar una silenciosa imprecación. No era justo lo que hacía, pero tenía que saberlo todo. De alguna manera, su pasado y los hechos de ahora estaban relacionados. Quizás el asesinato de los Franklin encajaba de alguna manera.

– Creí volverme loca cuando vi muerta a la pequeña Rebecca Sue Franklin, porque era igual que Dani. ¿Satisfecho? -preguntó, con voz pretendidamente dura y amarga, pero no lo consiguió. Sonaba más bien derrotada.

– No tengo intención de hacerte daño, Rowan. Pero tienes que enfrentarte a la verdad. Algo en tu pasado está relacionado con estos asesinatos. Alguien sabe lo que te sucedió. Después de recibir las coletas y los lirios, no puedes decirme que eso es imposible.

Ella guardó silencio un rato largo, y John se preguntó si finalmente hablaría.

– Después de lo de las coletas, pensé de verdad que todo estaba relacionado con el asesinato de los Franklin. Por eso abandoné el FBI. Fue el impulso que me ayudó a centrarme para empezar a escribir, porque era incapaz de trabajar. Creí que seguro que… -dijo, y su voz se desvaneció.

– ¿Y?

– Roger interrogó al hermano de Franklin, que nunca creyó que Franklin matara a su familia y luego se suicidara. Ha revisado los archivos del caso. Ahora yo los he visto por primera vez. Tiene a una docena de agentes revisando no sólo ese caso sino todos mis casos. Y nada, absolutamente nada.

Hizo una larga pausa, y John no interrumpió su reflexión. Al cabo de un rato, dijo:

– Le pregunté a Roger si alguien más sabía de mí, alguien del pasado. Un pariente del que no supiera nada, un poli que estuviera mal de la cabeza, cualquiera. Me prometió que lo investigaría, pero hasta ahora… -dijo, y se encogió de hombros-. Están todos muertos, John. Desaparecidos.

– ¿Y qué hay de tu hermano?

– Ya te lo he dicho. Está muerto.

– Tu otro hermano, Peter.

Ella se incorporó de un salto y se apartó de él. Todo el cuerpo le temblaba.

– ¿Peter? ¿Lo dices en serio? ¿Cómo te atreves?

– Sólo intento hacerme un cuadro -dijo él, poniéndose lentamente de pie y alzando las manos. Esperaba que ella entendiera que no pretendía hacerle daño. Ella siguió retrocediendo.

– ¡Es lo más ridículo que he oído en mi vida! ¡Peter es sacerdote, maldita sea! Es el hombre más amable y generoso que conozco. Jamás, jamás le quitaría la vida a nadie. Y nunca me haría daño a mí.

John habló lentamente, sin inflexiones, queriendo que Rowan fuera rigurosa y pensara en todas las posibilidades, pero no estaba seguro de lograrlo.

– Rowan, escúchame. Alguien conoce tu pasado, detalles íntimos de tu familia y de tu hermana Dani. Diablos, he tardado casi una semana en conseguir lo que he conseguido y no hemos hecho más que rozar lo superficial. Alguien conoce tu dolor. Tu hermano Peter es una posibilidad.

– No. ¡No! -exclamó ella, sacudiendo la cabeza-. Tú no lo conoces. -Se tapó la cara con las manos y empezó a sollozar amargamente.

John se le acercó. Ella intentó rechazarlo, pero en su angustia tropezó y él la levantó.

– Lo siento, Rowan, lo siento. -La besó en la frente y se sentó con ella en el borde de la cama.

– No es Peter -murmuró ella al cabo de unos minutos largos, relajándose por fin contra el pecho de John, aunque todavía temblaba entera-. Roger tiene a un equipo del FBI que lo vigila desde el segundo asesinato. Como protección. Si anduviera de un lado a otro matando a gente, ellos lo sabrían.

Parecía una explicación lógica, pensó John, mientras le acariciaba el pelo a Rowan. La única persona viva que conocía el pasado de Rowan sabía cómo atormentarla. Estaba convencido de que en cuanto Rowan empezara a hablar, desvelaría la respuesta. Peter era una de las pocas personas que sabía qué había ocurrido esa noche, que sabía lo del pelo de su hermana y que Rowan se llamaba Lily. Estaba dispuesto a perdonarla por proteger a su hermano pequeño, y no deseaba creer que él fuera el culpable.

Pero si Peter estaba bajo vigilancia, no había manera de que pudiera ir y venir de Los Ángeles a Portland, Washington, y Boston. ¿Y qué pasaría si Rowan se equivocaba? ¿Y si Peter tenía un cómplice? ¿Y si pagaba a alguien para que le ayudara? A John se le insinuaban un sinfín de posibilidades.

El asunto justificaba de sobras una llamada a Roger Collins.

– ¿Estás segura de que tu padre todavía está encerrado? -preguntó finalmente.

– Sí. No ha vuelto a hablar desde que mató a Mamá. Roger llamó al hospital justo después del primer asesinato. Para estar seguro.

Era una posibilidad remota. Ahora no tenían nada. Aunque no del todo. Quedaba Peter. Miró su reloj. Eran más de las tres en Washington. Llamaría a Collins temprano por la mañana.

Mantuvo a Rowan en sus brazos, sintiendo cómo se relajaba poco a poco. Ella se sentía bien ahí, como si ése fuera su lugar en el mundo. Él le frotó la espalda arriba y abajo, masajeándola para aliviarle la tensión de los músculos. Lo que ella había vivido… John cerró los ojos. Pensaría en su dolor más tarde, cuando estuviera solo y pudiera reflexionar más detenidamente. Trataría de entender su confianza total y absoluta en Roger Collins.

Collins se tenía las cosas muy calladas. ¿Por qué pensaría que era tan importante mantener en secreto el pasado de Rowan? ¿Para protegerla a ella? ¿De sus emociones… o de otra persona?

¿Sabía el director adjunto más de lo que daba a entender? Las cosas que intuía le zumbaban en la cabeza. En su búsqueda de respuestas, Rowan había recurrido a Collins para confirmarlas con él. Él le había asegurado que sus inquietudes a propósito de su pasado no tenían fundamento. Ella le creía porque confiaba en él.

John tenía la impresión de que la confianza de Rowan en aquella figura paterna estaba a punto de hacerse añicos.

Le pasó una mano por el cuello y ella dejó escapar un suave gemido de placer cuando él le masajeó los músculos tensos. Sintiendo la humedad de sus lágrimas en la mano, la miró a la cara.

Era muy bella. Tenía los ojos cerrados pero se acercó más a él para facilitarle el masaje en el cuello. A pesar de su piel pálida teñida por las lágrimas y la emoción, todo en ella, sus pómulos prominentes, su nariz elegante y sus labios rojos y carnosos, todo le llamaba a acercarse a ella.

Resistió el deseo de besarla y cerró los ojos. Cada vez estaba más cerca del abismo. Era precisamente lo que le había advertido a Michael.

¿Quizá ya había caído?

Sintió que ella le besaba el cuello, apenas un roce de beso, pero la sensación le llegó hasta más abajo del cinturón.

– ¿John? -susurró en su oído.

– ¿Qué? -Su voz sonó ronca, y carraspeó, y la mano con que le acariciaba el delgado cuello quedó quieta.

– No te vayas.

Él la abrazó con más fuerza y tragó saliva. Ella le besó el lóbulo de la oreja. John pensó que debería irse. Rowan estaba alterada, huérfana, emocionalmente vacía. Se sentía como si se estuviera aprovechando.

Rowan le dejó un reguero de besos desde la oreja hasta el hombro. Le rodeó el cuello con una mano y con sus dedos largos y finos le acarició el pelo, un gesto que le transmitió calor a toda la espalda.

No se iría a ninguna parte. Dejó de lado sus sentimientos de hipocresía y entendió por primera vez qué había sentido Michael por Jessica.

Jamás debería haber juzgado a su hermano con tanta ligereza. Se prometió a sí mismo que se lo diría al día siguiente.

John siguió con el masaje, frotándole la espalda a Rowan. Vio que la Glock le presionaba el pecho y la sacó de su funda. Ella se puso rígida al sentirse desarmada, pero le quitó el arma de las manos y la dejó debajo de la almohada. Él desenfundó su propia pistola y la dejó sobre la mesilla de noche, sin quitarle a Rowan los ojos de encima.

– ¿Rowan, estás segura…?

Ella le puso un dedo en los labios.

– Shh. No digas nada.

Él quería hablar, pero no quería perder esa conexión con ella. Había sentido una enorme atracción desde el momento en que la vio, y todo lo que había ocurrido desde entonces los había acercado aún más. Más tarde tendrían tiempo para hablar.

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