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– Vaya -dijo Vinnie, evidentemente impresionado-. Por fin te lo tomas en serio.

Efectivamente. Me tomaba en serio que un conejo me hiciera guarrerías. Salimos del aparcamiento, Vinnie de copiloto y yo al volante. Me dirigí al centro de la ciudad, con un ojo atento a la carretera y el otro puesto en el retrovisor. Un todo-terreno verde se puso detrás de mí. Se saltó una línea continua y me adelantó. El fulano de la máscara de Clinton iba al volante y el espantoso conejo iba sentado a su lado. El conejo se volvió, sacó la cabeza por el techo solar y me miró. Las orejas le revoloteaban con el aire y se sujetaba la cabeza con ambas manos.

– Es el conejo -grité- ¡Dispárale! ¡Coge mi pistola y dispárale!

– ¿Estás loca? -dijo Vinnie-. No puedo disparar sobre un conejo desarmado.

Intenté sacar la pistola de la funda al mismo tiempo que conducía, sin gran éxito.

– Pues entonces le disparo yo. No me importa que me metan en la cárcel. Merecerá la pena. Le voy a pegar un tiro en esa estúpida cabeza de conejo -conseguí sacar la pistola de la funda, pero no quería disparar a través del parabrisas de Ranger-. Ocúpate del volante -dije a Vinnie. Abrí la ventanilla, me asomé y disparé.

El conejo se protegió inmediatamente en el interior del coche. El todoterreno aceleró y giró a la izquierda por una calle lateral. Esperé a que pasara el tráfico y fui detrás. Les vi delante de mí. Giraron una y otra vez hasta que completaron el círculo y volvimos a meternos en la calle State. El todoterreno se detuvo en una tienda abierta las veinticuatro horas y los dos hombres salieron corriendo por detrás del edificio de ladrillo. Vinnie y yo nos bajamos del CR-V y corrimos detrás de ellos. Les seguimos un par de manzanas, se metieron por un jardín y desaparecieron.

– ¿Por qué seguimos a un conejo? -Vinnie estaba doblado por la cintura, jadeando.

– Es el que tiró la bomba a mi CR-V.

– Ah, sí. Ahora lo recuerdo. Tendría que habértelo preguntado antes. Me habría quedado en el coche. Dios, no puedo creer que hayas estado disparando por la ventanilla del coche. ¿Quién te crees que eres, Terminator? Joder, tu madre me arranca los huevos si se entera de esto. ¿En qué estabas pensando?

– Me he puesto nerviosa.

– No te has puesto nerviosa. ¡Te has vuelto loca!

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