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– De todas formas ya no quería ser un reno -explicó Mary Alice-. Los renos no tienen unas colas tan bonitas como los caballos.

– ¿Conoces a Annie Soder?

– Claro -dijo Mary Alice-, está en mi clase. Es mi mejor amiga, lo que pasa es que últimamente nunca viene al colegio.

– Hoy he ido a verla, pero no estaba en casa. ¿Tú sabes dónde está?

– No -contestó Mary Alice-. Supongo que se habrá marchado. Eso es lo que pasa cuando uno se divorcia.

– Si Annie pudiera ir adonde quisiera, ¿dónde iría?

– A Disney World.

– ¿Adonde más?

– A casa de su abuela.

– ¿Adonde más?

Mary Alice se encogió de hombros.

– ¿Y su mamá? ¿Adonde le gustaría ir a su mamá?

Se encogió de hombros otra vez.

– Intenta ayudarme. Quiero encontrar a Annie.

– Annie también es un caballo -dijo Mary Alice-. Annie es un caballo marrón, sólo que no galopa tan rápido como yo.

La abuela se acercó a la puerta principal movida por su radar del Burg. Una buena ama de casa del Burg nunca se pierde nada que ocurra en la calle. Una buena ama de casa del Burg puede escuchar sonidos procedentes de la calle inapreciables para el oído humano normal.

– Fíjate -dijo la abuela-. Mabel tiene visita. Alguien que no había visto nunca.

Mi madre y yo nos unimos a la abuela junto a la puerta.

– Un buen coche -dijo mi madre.

Era un Jaguar negro. Nuevecito. Sin una sola gota de barro ni una mota de polvo encima. Una mujer salió de detrás del volante. Iba vestida con pantalones de cuero negro, botas de cuero negro de tacón alto y una chaqueta corta de cuero negro que se adaptaba a sus formas. Sabía quién era. Había coincidido con ella en una ocasión. Era el equivalente femenino de Ranger. Según tenía entendido, ella, lo mismo que Ranger, se dedicaba a una multitud de actividades, entre las cuales se incluían -sin limitarse a ellas- la de guardaespaldas, cazarrecompensas e investigadora privada. Se llamaba Jeanne Ellen Burrows.

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