Por lo demás, el pueblo tampoco es muy diferente de los que el viajero ha visto desde que cruzó la raya: un puñado de calles tortuosas, una iglesia de granito o de pizarra, una plazuela con árboles, unos cuantos huertecillos y chalés y un camino que conduce al cementerio o a una ermita solitaria y olvidada. En el caso de Rebordelo, la de la Peña.
– ¿Qué? ¿Le gustó? -le dice el de la querencia cuando regresa a su coche.
– ¿El qué?
– El pueblo.
– A mí sí -dice el viajero.