Литмир - Электронная Библиотека

– Da igual. No me voy a quedar embarazada, seguro.

– ¿Y el sida, y tal?

– No te preocupes, normalmente siempre uso condón. Lo de hoy ha sido una excepción.

– No, si lo digo por ti: es que soy bastante promiscuo.

– ¿Y cuando eres tan promiscuo usas condón?

– Sí: siempre.

– Entonces…

Bué.

– Oye, tengo un capricho.

– Qué.

– Me gustaría verte las tetas. Al final no te las he visto de cerca.

Se enrolló y me dejó vérselas. Me las mostró incluso con orgullo. Tomé la derecha sobre mi mano y la besé, tomé la izquierda y la besé también, después la ayudé a ponerse bien los sujetadores y entonces fue ella la que me depositó un beso transversal sobre el bigote de Errol Flynn. Es una pena que yo sea básicamente soltero porque la vida de pareja tiene cosas bonitas, como cuando los chimpancés se despiojan mutuamente y tal.

– Oye, ¿sabes que hasta te encuentro tierno? -dijo, mientras terminaba de recomponerse la indumentaria.

– Pues no me conviene que se sepa.

– Yo no pienso decírselo a nadie.

– Bueno, de todas formas no iba a ser fácil que te creyeran.

Seguían temblándome las piernas como si las tuviera de gelatina. Ella dijo que le iría bien pasarse por el lavabo y le pedí que me siguiera por la parte alta de la terraza hasta entrar por mi habitación. Le indiqué la puerta del baño.

– Debe de haber toallas en algún armario. Debajo del lavabo, me parece.

La dejé tras la puerta y busqué un sitio donde sentarme a fumar un cigarrillo tranquilamente. Lo encontré sobre mi vieja cama, y fue entonces cuando caí en la gravedad de mi transgresión. Y caí porque de pronto me encontré a mí mismo deseando volver a besarle las tetas a aquella advenediza que andaba cacharreando en mi cuarto de baño; sí: mi cuarto de baño, al fin y al cabo. Ir de putas es una cosa: en cuanto tienes ganas de volver a besar a la de turno el taxi te ha situado a dos kilómetros del lugar de los hechos y no hay riesgo de sucumbir a la tentación, pero este individuo, este hermoso individuo al que me moría de ganas de volver a sostener en ese delicuescente abandono que me chorreaba por los huevos -todavía notaba el cosquilleo de una gota detrás del escroto, tuve que darme un meneo en el paquete para enjugarla en el algodón de los calzoncillos-, iba a salir del baño de un momento a otro, y yo…, yo no podía permitirme el lujo de exponerme a su presencia.

Así que fui a esconderme a la vieja habitación de mi Estupendo Hermano.

Estaba vacía. The First va a todas partes con todo su pasado a cuestas, piano incluido. Pero quedaba la cama. Y me eché un momento confiando en que enseguida se me pasaría el tembleque.

42
{"b":"88021","o":1}