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Ahora que se había lanzado a hablar se había puesto de manifiesto, además de lo marcado del acento, su muletilla preferida y la costumbre de sonreír al soltarla o al terminar una frase en tono confidencial, como buscando la complicidad del interlocutor. El gesto dejaba frecuentemente a la vista un diente de oro en el maxilar superior derecho, y me pregunté cómo demonios un detective se permitía exhibir tics tan característicos.

– Me parece razonable. Si en un par de días no sabemos nada, creo que será el momento de avisar a la policía. Entretanto, por favor, no quisiéramos que nadie supiera que están ustedes buscándola por encargo. Este punto es fundamental.

– Por eso no se preocupe que no solemos hacer ruido, ¿no me comprende? En cuanto a lo que ustedes decidan hacer después, es cosa suya: podemos seguir la investigación o retirarnos en ese punto y aquí no ha pasado nada… Eso, es claro, sin contar con que encontremos algo que estemos obligados a denunciar a la policía -denunsiart a la.pollisia-, ¿no me comprende?, estamos sometidos a ciertas… normas legales.

»Aviam: Francesc, ves prenent nota, si us plan.

»Vamos a ver: ¿el nombre completo de la desaparecida?

Robellades júnior sacó del bolsillo de la americana bloc y un bolígrafo y yo deseé con todas mis fuerzas que Lady First se acordara del segundo apellido de su amiga. Se acordó: Miranda: Eulalia Robles Miranda; no sólo apellido sino de la dirección, la edad, el lugar y puesto trabajo -pero esto era fácil-. El hijo tomó nota de los datos mientras el padre los solicitaba y al final, por supuesto, pidió una foto. Lady First dejó descansar su vaso ratito y se fue por la puerta del pasillo a por ella. Robellades padre inició entonces la puesta en pie desde el butacón, tarea que no le resultó del todo fácil.

– Bueno, señor Molucas, esto ya está visto…

El hijo se levantó también, y yo tras ellos.

– Hoy es viernes; vamos a ver…, sábado, domingo…, lunes por la mañana estaremos en condiciones de presentarle un primer informe. ¿Le parece que le llame el mismo lunes para concretar la hora?

– Muy bien: esperaremos su llamada.

– Y no se preocupe, eh, mire, en nuestra profesión casos como éste son frecuentes y casi siempre terminan nada más que en el susto, ¿no me comprende?, nada de lo que haya que preocuparse.

Hacía molinetes con las manos, como para disolver gravedad del caso. Ahora había abandonado la prudencia del primer momento y se mostraba abierto, relajado, punto condescendiente. El hijo se resentía en cambio una gravedad excesiva, quizá a causa de su posición secundaria.

Llegó Lady First con la foto. Se acercó a Robellades, preguntó si le parecía lo suficientemente buena. Alcancé a verla del revés. Llamaba la atención el cabello cobrizo, tan perfecto que no podía ser más que teñido.

– Buena foto, sí…, se ve perfectamente la cara. Una mujer muy guapa. Muy guapa, sí… En eso sobre todo se parece mucho a usted…, si su marido me lo permite.

Soltó una risita y se volvió hacia mí enseñando el diente de oro. Yo concedí inclinando un poco la cabeza, como si agradeciera el cumplido en nombre de Lady First. Después cruzamos apretones de manos, los acompañé a la puerta y esperé allí a que se metieran en el ascensor.

Cuando volví al salón, Lady First se había servido ya otro güisqui y trataba de alcanzar el estante donde había quedado su foto de boda tumbada boca abajo. Me serví yo también un chupito de güisqui largo en mi vaso, considerando el significado que pudiera tener esa premura en restituir el retrato a su posición. Después nos quedamos los dos en silencio, ella en el sofá, yo de pie junto al mueble bar.

– Bueno: listo, ¿ves como no ha sido tan difícil?

– ¿Crees que lo hemos hecho bien?

– Claro, ¿no te has dado cuenta?

– No sé, me he puesto muy nerviosa.

– Pues no lo parecía… Oye, perdona pero voy a tener que marcharme enseguida, en cuanto esté seguro de que los Robellades no van a verme salir. Mañana te llamo y hablamos, ahora no tengo mucho tiempo.

Apuré el vaso de un trago largo y me fui hacia la puerta. Lady First, resignada a quedarse sola con su güisqui, me acompañó hasta el rellano, pulsó el botón de llamada al ascensor y me dejó helado pasándome una mano por la nuca y dándome un beso en la mejilla, un beso sentido, no ese rozarse las caras de pura cortesía. Olía bien, por debajo, o por encima, del vaho alcohólico. Disimulé mi so presa guiñándole un ojo estilo Sam Spade y me metí en ascensor.

Bajé hasta el parquin con intención de llevarme a Bestia Negra, pero en el último momento pensé que pode aprovechar la ligera soñera que me había dado el güisqui para dormir un poco. Acabé por salir andando y al subir la rampa tuve oportunidad de mostrarme ante otro de 1os vigilantes, probablemente el del turno de noche. Una vez en casa llamé al despertador de Telefónica para que sonara a las doce y me eché a dormir las tres horas largas que quedaban hasta entonces. Si tenía que pasar la noche de pierto para empezar la verdadera investigación más valía estar descansado.

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