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– ¿Y no te extrañó que te pidiera una cosa tan rara?

– Claro, por eso te lo cuento. Pero yo no entiendo nada de sus negocios, me dijo que era muy importante recibir un sobre grande con matasellos de no sé qué fecha y yo le creí. Pensé que era algún trapicheo suyo, ya sabes cómo es. De todas formas parecía nervioso. Y después de lo que ha pasado empiezo a sospechar cualquier cosa, llevo todo el día dándole vueltas.

– ¿Por qué no denuncias la desaparición a la policía?

– No conviene. Al menos todavía. Sólo hace veinticuatro horas que ha desaparecido, lo primero que se les ocurrirá en cuanto entren en materia es que tiene un lío con su secretaria y que reaparecerán los dos en un par de días. Y si no, tampoco les extrañará.

– Si les explicaras lo que me has explicado a mí…

Enseguida me di cuenta de que no era muy buena idea.

– Bueno, ¿y qué piensas hacer? -pregunté.

– No lo sé, pero no quiero que de momento se enteren de esto tus padres, pondría sobre el tapete cosas que ni a tu hermano ni a mí nos conviene que se sepan. A ellos no les iba a hacer ningún bien la información y de todas maneras tampoco podrían ayudar. Pero necesito de tu complicidad para mantenerlos al margen. De no haberte avisado hubiera corrido el riesgo de que levantaras la liebre ante ellos sin querer. Y ya que de he contar necesariamente contigo resulta que eres la única persona que sabe lo suficiente de todo el asunto como para ayudarme a buscar. Además, estás en una posición inmejorable.

– ¿Yo?

He viajado por los cinco continentes, pero si en algún lugar no he estado nunca es precisamente en una «posición inmejorable».

– Al fin y al cabo eres socio al cincuenta por ciento en los negocios de tu hermano… en vuestros negocios. Podrías sonsacar discretamente al personal: te conocen bien, haces algún trabajo de información para ellos, ¿no?, y en ausencia de tu hermano eres el dueño, y libre de moverte y revolver por la oficina sin que nadie pueda impedírtelo.

– Yo no estaría tan seguro. Quizá no se atrevan a impedirme nada, pero se les haría raro que me pusiera de repente a revolver cajones. Son muchos años de indiferencia. Generalmente me pasan los balances, yo finjo que me los creo y cobro lo que quieran darme. Y los trabajitos de información los trato siempre personalmente con mi hermano.

– Podrías ir de noche…

La sola idea de entrar en Miralles amp; Miralles de noche me dio repelús. Era como colarse en una iglesia por la ventana para hurgar en el sagrario, con el mismísimo Padre, y el mismísimo Hijo como testigos de la profanación de su casa. '

– De noche va a ser muy difícil sonsacar al personal -dije.

Ella al parecer se cansó de mis evasivas y trató de acortar camino:

– Muy bien: ¿vas a decirme entonces que soy una paranoica que imagina secuestros cada vez que su marido echa una cana al aire, o que te importa un pimiento todo esto que te explico y no vas a hacer nada al respecto?

– Mujer, si me dieras más opciones preferiría decirte otra cosa.

– Como por ejemplo…

– Qué haré lo que pueda. No me preguntes qué, pero, algo haré.

Error. Pase lo de ser un blando y un sentimental porque no puedo evitarlo, pero jamás hay que dejar que los demás se enteren. Debió ser el medio litro largo de ron que me había echado al coleto, no suelo beber nada fuerte antes del anochecer.

Nos interrumpió entrando en el salón la canguro gordeta. Llevaba a la criatura macho en brazos y la seguía por; su propio pie el Adorable Sobrino Hembra.

– Perdonad… Dice Merche que si puede ver un rato la tele.

Lady First se dirigió al sobrino hembra:

– ¿Has terminado los deberes?

– Sí.

Por lo visto el sobrino estaba todavía en período de domesticación. Me retrepé un poco en el sillón y liberé la zurda del vaso que sostenía, por si acaso. It the right don't get you / Then the left one will.

– Son las ocho y media, a esta hora ya no hay programación infantil -dijo Lady First consultando el reloj.

– Hemos grabado los dibujos animados en vídeo -replicó el sobrino hembra, con sorprendente desparpajo-.

– ¿Qué dibujos animados?: ¿japoneses?

– No, de Walt Disney.

Me tranquilizó suponer que al sobrino hembra le estaba vedada cualquier oportunidad de iniciarse en las artes marciales y me relajé un poco.

– Bueno, puedes verlos hasta la hora de cenar. Pero primero saluda como es debido al tío Pablo.

Cielos.

Avanzó hacia mí trotando como una bestia mítica. Ya iba a levantar la guardia para protegerme cuando de pronto se paró, dijo «Hola, tío Pablo», acercó la desproporcionada testa y, con los belfos obscenamente fruncidos, pretendió nada menos que besarme en plena cara. Todo el mundo miraba, incluida la pequeña criatura desdentada, así que no tuve más remedio que aguantar la respiración y someterme al abuso sin chistar. Afortunadamente, Verónica y los monstruos desaparecieron inmediatamente por donde habían venido, pero yo sólo pensaba ya en marcharme cuanto antes, incluso sin terminar de apurar la botella.

Lady First me cortó la retirada reteniéndome por un brazo:

– Pablo: cuento contigo. Llámame a cualquier hora si se te ocurre algo, por tonto que te parezca.

Yo estaba pensando en otra cosa:

– Oye: ¿cómo sabías lo del accidente de mi padre? Tampoco te ha sorprendido cuando lo he mencionado.

– Me lo dijo Sebastián cuando lo del sobre. Me conto que un coche se había subido a la acera y le había dado un golpe, que no era grave pero que tenían que enyesarle una pierna. Salía hacia el hospital en ese momento. Ahora que lo pienso, no estaría mal preguntarle a tu padre si sabe adónde fue después de dejarlo en casa.

– Muy bien. Eeeeeh, por cierto cuñada: no me acuerdo de cómo te llamas…

Lo tomó a broma.

– Gloria.

– Encantado de conocerte, Gloria. ¿Siempre te bebes tres güisquis antes de cenar?

– Generalmente no bebo nada hasta que se acuestan los niños. ¿Y tú?: ¿siempre bebes ron a morro?

– Sólo cuando los extraterrestres abducen a mi hermano y mi cuñada me pide que investigue.

Todavía no eran las nueve y ya estaba borracho. Mal rollo. Al salir de allí traté de pasear un rato para asimilar la información, pero no pude pensar en nada coherente. Me fui derecho a casa y me eché a dormir con la cabeza como un almacén de pirotecnia.

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