– Pero ¿por qué corre esos riesgos?
– No se arriesga porque es demasiado poderoso y por lo tanto inmune. Pero quiere más poder.
– ¿Para qué querrá esos documentos, «la herencia del diablo», como la llama el abad del Císter? -se preguntó Guillermo.
– Muy importantes deben de ser esos escritos si son la causa de la cruzada -dijo Bruna-. Y si el arzobispo ha jugado tan fuerte para conseguirlos, dudo que nos los dé sin más.
– No nos los dará -afirmó Hugo-, habrá que quitárselos.
– ¿Para qué quitárselos? -inquirió ella-. ¿No nos basta con saber el porqué de la cruzada?
– Contienen un secreto de poder -repuso el de Mataplana- y yo sí tengo obligación de recuperarlos.
– Pues pedid ayuda a vuestros colegas de Sión -propuso Guillermo en tono malicioso.
– Los caballeros de Sión son pocos y alguno lo ha sido por herencia y no por mérito. Éste es el caso de Raimundo VI conde de Tolosa, que traicionó a la Orden al verse en peligro. Aymeric de Canet murió bajo vuestra espada y el vizconde Trencavel está atado con grilletes y vivirá poco. Por otra parte, Peyre Roger de Cabaret está suficientemente ocupado sosteniendo la lucha occitana contra los cruzados. Sólo cuento aquí con mis fuerzas.
– Aún quedarán caballeros de Sión ocultos -insistió Guillermo.
– Deben continuar ocultos y los que yo conozco no pueden ayudarnos.
Los tres quedaron en un silencio pensativo.
– Le exigiré esos escritos en nombre del abad del Císter -dijo Guillermo al rato.
– Negará que los tiene.
– Le diré que Arnaldo sabe que él los tiene y que le debe obediencia por ser legado papal -insistió el de Montmorency-. Seguro que ni mostrándole mis credenciales querrá devolver los documentos. Pero al menos veremos su reacción y, con suerte, averiguaremos dónde los guarda.
– De acuerdo -coincidió Hugo-. A falta de algo mejor, al menos es una buena forma de obtener información. Cuando sepamos más, podremos establecer un plan definitivo. ¿Qué opináis, señora?
Bruna aceptó.