Egea soltó una risotada histérica.
– ¿Cómo? Menuda chorrada -dijo.
– Será mejor si empieza a colaborar -advertí, poniéndome serio-. En alguna cosa puede ayudarnos todavía. Lo que más nos preocupa es lo que había en el paquete de plomo. Ya sabe lo peligroso que es. ¿Dónde está?
Egea se quedó con la vista perdida en el vacío, como un demente.
– Eso sí es brillante -aseguró, presuntuoso-. Por lo menos yo creo que tiene su gracia. Debajo del asiento del Lamborghini Diablo.