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– Y eso parece que tiene mucha importancia, Nené, para que una mujer sea feliz.

– A mí me dijo mi marido que no.

– A lo mejor te hizo el cuento… Sonsa, te estoy cachando, no es eso lo que me contaron de Juan Carlos, eso te lo dije para cacharte no más. Lo que me contaron fue otra cosa.

– ¿Qué cosa?

– Perdoname Nené, pero cuando me lo contaron juré que nunca, pero nunca, lo iba a decir a nadie. Así que no te puedo contar, perdoname.

– Mabel, eso está muy mal. Ya que empezaste terminá.

Mabel miraba en otra dirección.

– Perdoname, pero cuando hago un juramento lo respeto.

Mabel dividía en dos una masa con el tenedor, Nené vio que el tenedor era un tridente, de la frente de Mabel crecían los dos cuernos del diablo y debajo de la mesa la cola sinuosa se enroscaba a una pata de la silla. Nené hizo un esfuerzo y sorbió un trago de té: la visión literalmente diabólica se desvaneció y la dueña de casa concibió repentinamente una forma de devolver en parte a su amiga los golpes asestados durante la reunión y, mirándola fijo en los ojos, sorpresivamente preguntó:

– Mabel ¿estás realmente enamorada de tu novio?

Mabel titubeó, los breves segundos que tardó en replicar traicionaron su juego, la comedia de la felicidad estaba terminada. Nené con profunda satisfacción comprobó que se hablaban de farsante a farsante.

– Nené… qué preguntita…

– Ya sé que lo querés, pero de tonta una a veces pregunta cosas.

– Claro que lo quiero -mas no era así. Mabel pensó que con el tiempo tal vez aprendería a quererlo ¿pero y si las caricias de su novio no lograban hacerle olvidar las caricias de otros hombres? ¿cómo serían las caricias de su novio? para eso debía esperar hasta la noche de bodas, porque conocerlas antes implicaba demasiados riesgos. Los hombres…

– Vos Nené ¿lo querés más ahora a tu marido que cuando eran novios?

El té, sin azúcar. Las masas, con crema. Nené dijo que gustaba de los boleros y de los cantantes centroamericanos que estaban introduciéndolos. Mabel hizo oír su aprobación. Nené agregó que la entusiasmaban, le parecían letras escritas para todas las mujeres y a la vez para cada una de ellas en particular. Mabel afirmó que eso sucedía porque los boleros decían muchas verdades.

A las siete de la tarde Mabel debió partir. Sintió irse sin ver al marido de su amiga -retenido en la oficina por negocios- y por lo tanto sin apreciar cuánto lo habían desfigurado los muchos kilos adquiridos. Nené inspeccionó el mantel de la mesa, tan difícil de lavar y planchar, y lo halló limpio, sin mancha alguna. Después examinó los sillones de raso, tampoco se habían manchado, y procedió inmediatamente a colocarles sus respectivas fundas.

Mabel salió a la calle, ya había caído la noche. Como lo había planeado aprovecharía ese rato libre antes de cenar para ver las vidrieras de un importante bazar situado en el barrio de Nené, y comparar precios. Mabel reflexionó, siempre había sido tan organizada, nunca había perdido el tiempo ¿y acaso qué había logrado con tanto cálculo y tanta precisión? Tal vez habría sido mejor dejarse llevar por un impulso, tal vez cualquier hombre que se le cruzaba por esa calle podría brindarle más felicidad que su dudoso novio. ¿Y si tomaba un tren con rumbo a Córdoba? en las sierras estaba quien la amó una vez, haciéndola vibrar cual ninguno. En esa calle de Buenos Aires los árboles crecían inclinados, tanto por el día como por la noche. Qué inútil humillación, era de noche, no había sol ¿por qué inclinarse? ¿habían olvidado esos árboles toda dignidad y amor propio?

Nené por su parte terminó de colocar las fundas a los sillones y levantó la mesa. Al doblar el mantel descubrió que una chispa del cigarrillo de Mabel, la única fumadora, había agujereado la tela.

– ¡Qué descuidada y egoísta! -musitó para sí Nené, y hubiese querido revolcarse, proferir un alarido desgarrador, pero delante de sus dos niños sólo pudo llevarse las manos a los oídos para acallar la voz obsesionante de Mabel Sáenz: «…y eso parece que tiene mucha importancia, Nené ¿vos no sabías la fama que tenía Juan Carlos?…sonsa, te estoy cachando. Lo que me contaron fue otra cosa… pero cuando me lo contaron juré… juré… juré que nunca nunca se lo iba a decir a nadie. Y eso otro te lo dije para cacharte nomás, Nené. LO QUE ME CONTARON FUE OTRA COSA».

Árboles que se inclinan por el día y por la noche, preciosos lienzos bordados que una pequeña chispa de cigarrillo logra destruir, campesinas que se enamoran un día en bosques de Francia y se enamoran de quien no deben. Destinos…

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