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«-LR7 de Buenos Aires, su emisora amiga… presenta… el Radioteatro de la Tarde…»

– Mientras sirvo el té… que los chicos tienen hambre.

– Sí, pero tenés que escuchar, dejame que la pongo más fuerte.

Una melodía ejecutada en violín desgranó sus primeras notas. Enseguida el volumen de la música decreció y dio paso a una modulada voz de narrador: «Aquella fría madrugada de invierno Pierre divisó desde su escondite en lo alto del granero, el fuego cruzado de los primeros disparos. Ambos ejércitos se enfrentaban a pocos kilómetros de la granja. Si tan sólo pudiera acudir en ayuda de los suyos, pensó. Inesperadamente se oyeron ruidos en el granero, Pierre permaneció inmóvil en su cubil de heno.

»-Pierre, soy yo, no temas…

»-Marie… tan temprano.

»-Pierre, no temas…

»-Mi único temor es el de estar soñando, despertar y no verte más… allí… recortada en el marco de esa puerta, detrás tuyo el aire rosado del alba…»

– Mabel, no me digas que hay algo más hermoso que estar enamorada.

– ¡Chst!

«-Pierre… ¿tienes frío? La campiña está cubierta de un rocío glacial, pero podemos hablar con calma, él ha ido al pueblo.

»-¿Por qué tan temprano? ¿acaso no va siempre a mediodía?

»-Es que teme no poder ir más tarde, si la batalla se extiende. Por eso he venido a cambiarte la venda ahora.

»-Marie, déjame mirarte… Tienes los ojos extraños ¿acaso has estado llorando?

»-Qué cosas dices, Pierre. No tengo tiempo para llorar.

»-¿Y si lo tuvieras?

»-Si lo tuviera… lloraría en silencio.

»-Como lo acabas de hacer hoy.

»-Pierre, déjame cambiarte la venda, así, eso es, que pueda quitarte el lienzo embebido en hierbas, veremos si esta burda medicina de campaña te ha hecho bien.

»Marie procedió a quitar la venda que envolvía el pecho de su amado. Así como en los campos de Francia se libraba una batalla, también en el corazón de Marie pugnaban dos fuerzas contrarias: ante todo quería encontrar la herida cicatrizada, como feliz conclusión de sus cuidados, aunque desconfiaba del poder curativo de esas pobres hierbas campestres; mas si la herida estaba curada… Pierre abandonaría el lugar, se alejaría y tal vez para siempre.

»-Cuántas vueltas a tu pecho ha dado este vendaje ¿sientes dolor mientras te lo quito?

»-No, Marie, tú no puedes hacerme daño, eres demasiado dulce para ello.

»-¡Qué tonterías dices! Todavía recuerdo tus chillidos el día que te lavé la herida.

»-Marie… de tus labios en cambio nunca he oído quejas. Dime ¿qué sentirías si yo muriese en la batalla?

»-Pierre, no hables así, mis manos tiemblan y te puedo dañar… Tan sólo me resta quitarte el lienzo embebido en hierbas. No te muevas.

»Y ante los ojos de Marie estaba, sin vendas, la decisión del Destino.»

Tras una cadenciosa y moderna cortina musical se oyó un anuncio comercial, correspondiente a cremas dentífricas de higiénica y duradera acción.

– ¿Te gusta, Nené?

– Sí, la novela es linda, pero ella no trabaja del todo bien. -Nené temió elogiar la labor de la intérprete, recordaba que a Mabel no le gustaban las actrices argentinas.

– Pero si es buenísima, a mí me gusta -replicó Mabel recordando que Nené nunca había sabido juzgar sobre cine, teatro y radio.

– ¿Ella se le entregó a él por primera vez en el granero o ya antes cuando era soltera?

– ¡Nené, antes! ¿no ves que es un amor de muchos años?

– Claro, ella no puede hacerse ilusiones con él porque ya se le entregó, porque yo pensé que si no se le había entregado antes cuando eran jovencitos, y en el granero él estaba herido y no podía suceder nada, entonces él volvería a ella con más ganas.

– Eso no tiene nada que ver, si la quiere la quiere…

– ¿Vos estás segura? ¿Cómo tendría que hacer ella para que él volviese a buscarla después de la guerra?

– Eso depende del hombre, si es un caballero de palabra o no… Callate que ya empieza.

«Ante sus ojos estaba, sin vendas, escrito su destino. Marie vio con alegría, con estupor, con pena… que la herida había cicatrizado. El ungüento había surtido efecto, y la robusta naturaleza de Pierre había hecho el resto. Pero si Marie lo decidía… esa cicatriz podía volver a abrirse, tan sólo le bastaba hundir levemente sus uñas en la piel nueva y tierna, todavía transparente, que unía ambas márgenes de la profunda herida.

»-Marie, dime, ¿estoy curado?… ¿por qué no respondes?

»-Pierre…

»-Sí, dímelo ya ¿puedo ir a unirme a mis tropas?

»-Pierre… puedes partir, la herida se ha cerrado.

»-¡Partiré! he de luchar con los míos, después regresaré y si es preciso lucharé cuerpo a cuerpo con él… para libertarte.

»-No, eso nunca, él es brutal, una fiera vil, capaz de atacar por la espalda.»

– Mabel ¿por qué se casó ella con ese marido tan malo?

– No sé, yo perdí muchos capítulos, será que no quería quedarse soltera y sola.

– ¿Era una chica huérfana?

– Aunque tuviera los padres, ella querría formar su hogar ¿no? y dejame escuchar.

«-¿Cómo puedes estar tan seguro de que has de volver?»

Tras una cadenciosa y moderna cortina melódica se oyó el anuncio comercial, correspondiente a un jabón de tocador fabricado por la misma firma anunciadora de la crema dentífrica ya elogiada.

– Te mato, Nené, no me dejaste entender, no… te digo en broma ¡yo me como este cañoncito de crema! me voy a poner como un barril.

– ¿Y la Raba? ¿cómo anda?

– Lo más bien, no quiso volver a trabajar a casa, a mí ni me miró más, después de todo lo que hice por ella…

– ¿Y de qué vive?

– Lava para afuera, en el rancho de ella, con la tía. Y al vecino se le murió la mujer, que es un quintero con terreno propio, y ellas le cocinan y le cuidan los hijos, se defienden. Pero es una desagradecida la Raba, esa gente más hacés por ellos peor es…

El relator describió a continuación el estado de las tropas francesas. Estaban sitiadas, poco a poco se debilitarían. Si Pierre llegaba a ellas no haría más que engrosar el número de muertos. Pero el astuto capitán concibió una maniobra extremadamente osada: vestiría el uniforme del enemigo y sembraría la confusión entre las líneas alemanas. Marie entretanto se enfrentaba con su marido.

– ¿Vos serías capaz de un sacrificio así, Mabel?

– No sé, yo creo que le hubiese abierto la herida, así él no volvía a pelear.

– Claro que si él se daba cuenta la empezaba a odiar para siempre. Hay veces que una está entre la espada y la pared ¿no?

– Mirá, Nené, yo creo que todo está escrito, soy fatalista, te podés romper la cabeza pensando y planeando cosas y después todo te sale al revés.

– ¿Te parece? Yo creo que una tiene que jugarse el todo por el todo, aunque sea una vez en la vida. Me arrepentiré siempre de no haber sabido jugarme.

– ¿Qué, Nené? ¿de casarte con un enfermo?

– ¿Por qué decís eso? ¿por qué sacas ese tema si yo estaba hablando de otra cosa?

– No te enojes, Nené ¿pero quién iba a pensar que Juan Carlos terminaría así?

– ¿Ahora se cuida más?

– Estás loca. Se pasa la vida buscando mujeres. Lo que yo no me explico es cómo ellas no tienen miedo de contagiarse.

– Y… algunas no sabrán. Como Juan Carlos es tan lindo…

– Porque son todas unas viciosas.

– ¿Qué querés decir?

– Vos tendrías que saber.

– ¿Qué cosa? -Nené presintió que un abismo pronto se abriría a pocos pasos de allí, el vértigo la hizo tambalear.

– Nada, se ve que vos…

– Ay, Mabel ¿qué querés decir?

– Vos no tuviste con Juan Carlos… bueno, lo que sabés.

– Sos terrible, Mabel, me vas a hacer poner colorada, claro que no hubo nada. Pero que yo lo quería no te lo niego, como novio quiero decir.

– Che, no te pongas así, qué nerviosa sos.

– Pero vos me querías decir algo. -El vértigo la dominaba, quería saber qué había en lo hondo de aquellas profundidades abismales.

– Y, que las mujeres parece que cuando tienen algo con Juan Carlos ya no lo quieren dejar más.

– Es que él es muy buen mozo, Mabel. Y muy comprador.

– Ay, vos no querés entender.

«-Si las tropas francesas avanzan, conviene que nos vayamos de aquí, mujer. Y más rápido con esos atados de heno y esas hormas de quesillo. Cada día estás más torpe, y hasta tiemblas de miedo, ¡tonta de capirote!

»-¿Hacia dónde iremos?

»-A casa de mi hermano, no comprendo por qué no ha vuelto por aquí.

»-No, a casa de él, no.

»-No me contradigas, o te descargaré esta mano sobre el rostro, que ya sabes cuán pesada es.»

– ¿Pero ésta se deja pegar? ¡qué estúpida!

– Y… Mabel, lo hará por los hijos ¿tiene hijos?

– Creo que sí. Yo lo mato al que se anime a pegarme.

– Qué porquería son los hombres, Mabel…

– No todos, querida.

– Los hombres que pegan, quiero decir.

El relator se despidió de los oyentes hasta el día siguiente, después de interrumpir la escena llena de violentas amenazas entre Marie y su esposo. Siguió la cortina musical y por último otro elogio conjunto a la pasta dentífrica y al jabón ya aludidos.

– Pero, che Mabel ¿qué es lo que yo no quiero entender que vos decís de Juan Carlos? -Nené seguía jugando con su propia destrucción.

– Que las mujeres no lo querían dejar… por las cosas que pasan en la cama.

– Pero, Mabel, yo no estoy de acuerdo. Las mujeres se enamoran de él porque es muy buen mozo. Eso de la cama, como decís vos, no. Porque hablando la verdad, una vez que se apaga la luz no se ve si el marido es lindo o no, son todos iguales.

– ¿Todos iguales? Nené, vos no sabés entonces que no hay dos iguales -Nené pensó en el Dr. Aschero y en su marido, no pudo establecer comparaciones, los momentos de lujuria con el odiado médico habían sido fugaces y minados por las incomodidades.

– Mabel, vos qué sabés, una chica soltera…

– Ay, Nené, todas mis compañeras de cuando pupila ya están casadas, y con ellas m’hijita tenemos confianza total y me cuentan todo.

– Pero vos qué sabés de Juan Carlos, no sabés nada.

– Nené ¿vos no sabés la fama que tenía Juan Carlos?

– ¿Qué fama?

Mabel hizo un movimiento soez con sus manos indicando una distancia horizontal de aproximadamente treinta centímetros.

– ¡Mabel! me hacés poner colorada de veras -y Nené sintió todos sus temores violentamente confirmados. Temores que abrigaba desde su noche de bodas, ¡hubiese pagado por olvidar el ruin ademán que acababa de ver!

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