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OCTAVA ENTREGA

Yo adivino el parpadeo

de las luces que a lo lejos

van marcando mi retorno.

Son las mismas que alumbraron

con sus pálidos reflejos

hondas horas de dolor.

Alfredo Le Pera

Cosquín, 19 de agosto de 1937

Mi vida:

Recibí tu carta a mediodía, justo antes de entrar al comedor, y ya te estoy contestando. Hoy no tengo vergüenza de nada, te voy a contar todo lo que siento, estoy tan contento que me dan ganas de pegar un salto desde este balcón al jardín de abajo, le tengo ganas desde hace tiempo, es muy alto, pero hoy estoy seguro que caería bien plantado y saldría corriendo como un gato con todos los huesos sanos.

Vos dirás que soy malo pero una cosa que me gusta de tu carta es que te retó el gerente porque vas tanto al baño, a esconderte cuando te vienen las ganas de llorar por mí. Sonsita, no tenés que llorar ¿pero de veras me querés tanto?

Yo hoy hago una promesa, y es que voy a seguir todas las indicaciones de los médicos, que el otro día me andubieron retando, porque ya que estamos separados que sea por una causa, así cuando me veas aparecer por Vallejos vamos a estar seguros de que me curé del todo y no tengo que volver más acá, que en realidad no es feo lugar, pero está lejos de vos, eso sí que es feo. Entonces me tenés que prometer una cosa: que vas a aguantar sin andar llorando a escondidas, aunque tenga que quedarme acá hasta fin de año, pero tené la seguridad de que cuando deje este lugar es porque voy a estar sano. Sale un poco caro pero la salud no tiene precio. Al volver a Vallejos empesaremos una nueva vida, y unidos para siempre ¿me aceptás? Anda haciendo planes.

La verdad es que yo me estaba haciendo el loco con el tratamiento, pero a partir de hoy todo va a cambiar, lo que me va a costar más es no ir al río, a bañarme, porque eso lo supo el médico y por poco me saca a patadas del consultorio. Pero ahora estoy tan contento, que cosa, me acuerdo el día que mi viejo me dio permiso, de que fuera en bicicleta las cinco leguas hasta el campo que había sido del abuelo. Lo había oído nombrar tanto que quería ver cómo era, yo tenía nueve o diez años más o menos, y cuando llegué había otro pibe cerca del casco de la estancia, que habían edificado hacía poco. El pibe andaba con un potriyito, solo porque no lo dejaban jugar con los peones, era el hijo del dueño y se puso a jugar conmigo, y me pidió la mitad de las milanesas que me había preparado la vieja. Y cuando lo llamaron a almorzar, la niñera se dio cuenta de que el otro ya estaba comiendo y me hizo pasar adentro de la casa para que yo me terminara de llenar. Me habrán visto que no era un negro croto y me pusieron en la mesa, me llevaron primero a lavarme las manos, y la madre

Bajo el sol del balcón interrumpe la escritura, hace a un lado la manta, deja la reposera y se dirige a la habitación número catorce. Es cordialmente recibido. Como de costumbre entrega el borrador pero interpone una variante: más que corrección de ortografía solicita ayuda para redactar la carta en cuestión. Su propósito es enviar una carta de amor muy bien escrita, y tal pedido es acogido con entusiasmo. El profesor le propone de inmediato componer una carta parangonando la muchacha al Leteo, y le explica detalladamente que se trata de un río mitológico situado a la salida del Purgatorio donde las almas purificadas se bañan para borrar los malos recuerdos antes de emprender el vuelo al Paraíso. El joven ríe burlonamente y rechaza la propuesta por considerarla «muy novelera». Su interlocutor se ofende y agrega que es necesario para un enfermo desconfiar de las promesas de las mujeres, si ellas ofrecen mucho cabe la posibilidad de que se muevan por lástima y no por amor. El joven baja la vista y pide permiso para retirarse y descansar en su cuarto mientras se lleva a cabo la nueva redacción de la carta. Al llegar a la puerta alza la vista y mira al anciano en los ojos. Éste aprovecha la oportunidad y agrega que es injusto someter a una muchacha a tal destino. Ya en su cama el joven trata de dormir la siesta prescripta por los médicos. Obtiene un descanso relativo, su estado nervioso no le permite más que un sueño agitado por frecuentes pesadillas.

Imágenes y palabras que pasaron por la mente de Juan Carlos mientras dormía: un horno de ladrillos, huesos humanos con costras y chorreaduras de grasa, un asador en el medio del campo, un costillar asándose a fuego lento, paisanos buscando carbón y ramas secas para alimentar el fuego, un paisano encargado de vigilar el asado toma una botella de vino entera y se queda dormido dejando que el asado se queme, la carne se seca, el viento aviva las brasas y las llamas chisporrotean, un muerto expuesto al fuego clavado en el asador, un hierro vertical le atraviesa el corazón y se clava en la tierra, otro hierro le atraviesa las costillas y le sostiene los brazos abiertos, el muerto se mueve y se queja, está reducido a huesos cubiertos en parte por el pellejo seco y chamuscado, huesos humanos manchados de grasa negra, un pasillo largo y oscuro, un calabozo sin ventanas, manos de mujer que llevan un trapo mojado y un jabón, una taza llena de agua tibia, de espaldas una mujer va al río a buscar más agua en la taza, Nené frota el trapo entre sus manos y surge espuma muy blanca, lava con cuidado los huesos caídos entre las cenizas del asador, «piense, Juan Carlos, qué hermosa la idea de este río Leteo donde se dejan los malos recuerdos, esas almas avanzan con paso inseguro, todo les recuerda pasados tormentos, ven el dolor donde no existe, porque lo llevan dentro, y a su paso lo van volcando, manchándolo todo», una jeringa de aguja gruesa se hunde entre las costillas de un tórax viril y ancho, el enfermo no sufre debido a la anestesia y agradece a la enfermera Nené, repentinamente el joven grita de dolor porque otra mano le está aplicando una inyección en el cuello, Nené arranca costras a los huesos y alguien se lo agradece, el doctor Aschero arrincona a Nené en el pasillo del hospital y le levanta las polleras por la fuerza, otro pasillo más largo está oscuro y hay huesos tirados por el suelo, Nené busca una escoba y los barre con cuidado para que los huesos no se dañen, Nené es la única que está viva, «las almas salen de esas negras cavernas expiatorias y ángeles luminosos les indican un río de aguas cristalinas. Las almas se acercan temerosas», los huesos están huecos y no pesan, se levanta viento y los arrastra para arriba, vuelan huesos por el aire, el viento los arrastra con tierra y hojas y otras basuras, «las almas finalmente se ungen en las aguas, cegadas por un velo de penas que les ocultaba todo, pero ahora elevan sus miradas y ven por primera vez la faz del cielo. Arranque Juan Carlos su velo de penas, puede ocultarle los cielos más claros», llega humo procedente de una «pierna de basura, el viento fuerte levanta la basura en remolinos y la lleva lejos, el viento arranca el techo a las casas y voltea árboles de raíz, vuelan chapas por el aire, hay huesos caídos entre los yuyos, una laguna estancada, el agua está podrida, alguien pide un vaso de agua a Nené, Nené no oye porque está lejos, alguien le pide a Nené que por favor traiga un vaso de agua porque la sed es insoportable, Nené no oye, alguien pide a Nené que cambie la funda de la almohada, Nené mira las manchas de sangre de la almohada, alguien pregunta a Nené si eso le da asco, un enfermo asegura a Nené que no estuvo tosiendo y que la funda está salpicada de tinta colorada, Nené se resiste a creerlo, alguien dice a Nené que se trata de tinta colorada o salsa de tomate pero no de sangre, una mujer sofoca la risa pero no es Nené, esa mujer oculta está riéndose del delantal de enfermera de Nené con grandes manchas de sangre, alguien le pregunta a Nené si cuando trabajaba como enfermera se le ensuciaba el delantal de sangre o de tinta colorada o de salsa de tomate, Nené lleva un vaso de agua al enfermo sediento, el enfermo le promete no bañarse más en el río, el enfermo promete a su madre afeitarse antes de ir al trabajo y comer todos los platos que le sirvan, el tren procedente de Buenos Aires llega en una mañana fría a la estación de Coronel Vallejos, el tren llega pero es de noche, Juan Carlos está muerto en el ataúd, la madre de Juan Carlos oye los pitos de la locomotora y cambia una mirada con Celina, Juan Carlos cuenta a su madre que tosiendo se ahogó en su propia sangre y es por eso que la almohada del ataúd en que yace está manchada de sangre, la madre y la hermana van al galpón, Juan Carlos ahogado en sangre trata de gritarles que no maten al tío, que no busquen la escopeta, el tío golpea a la puerta, Juan Carlos trata de advertirle el peligro que corre, el tío entra y Juan Carlos nota que es muy parecido al ocupante de la habitación catorce, Juan Carlos asegura a su tío que se ha corregido mucho y se afeita de mañana, y que es muy trabajador, el tío tiene algunos documentos en la mano y Juan Carlos concibe la esperanza de que sean los papeles que lo harán dueño de las estancias del tío, Juan Carlos oculta al tío lo que piensa y se ofrece en cambio como administrador, el tío no contesta pero sonríe bondadoso y se retira a descansar a la habitación número catorce, Juan Carlos piensa que cuando el tío se despierte le va a contar que su madre y su hermana han siempre hablado mal de él, el tío vuelve intempestivamente y Juan Carlos le reprocha haberse alojado en la habitación catorce en vez de permanecer en su estancia, Juan Carlos oye pasos, su madre y su hermana se acercan con la escopeta, Juan Carlos en vano trata de advertir a su tío del peligro que corre, Juan Carlos está muerto en el cajón y no puede hacer nada, el caño de la escopeta es grueso y la cabeza del ocupante de la habitación catorce queda rota en pedazos como una cáscara de huevo, las manchas son de sangre, Juan Carlos piensa que no tendrá necesidad de mentirle a nadie y dirá a todos que son manchas de sangre y no de tinta colorada o salsa de tomate.

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