Buenos Aires, 12 de agosto de 1947
Querida Doña Leonor:
Espero que estas líneas la encuentren con salud y en compañía de los suyos. Después de titubear bastante me pongo a escribirle, pero ante todo debo hacerle una aclaración: yo gracias a Dios tengo una familia que ya muchos quisieran, mi marido es una persona intachable, y apreciado en su ramo, no me deja faltar nada, y mis dos hijos están creciendo preciosos, aunque la madre no debería decirlo, pero ya que estoy en tren de sinceridad tengo que decir las cosas como son. Así que no tengo de qué quejarme, pero por mis cartas tal vez usted se formó una idea rara, porque a mí se me dio por ser floja. Pensé en lo mucho que una madre sufrirá en su caso y por eso pensé que la consolaría saber que yo la acompañaba en el sentimiento. Yo la acompañé, pero ahora que usted no quiere más que la acompañe, dado que no me escribió más, aquí va una verdad: a mí nadie me trata como trapo de cocina.
No comprendo la razón de su silencio, pero por las dudas alguien le haya envenenado los oídos con mentiras, quiero que sepa toda la verdad por mi propia boca, después podrá juzgarme. Lo único que le pido es que si está decidida a no escribirme más, por lo menos me mande esta carta de vuelta, abierta se entiende, en prueba de que la leyó. ¿O será mucho pedirle?
Bueno, yo no debería hablarle como si usted tuviera la culpa, la culpable es quien le habrá ido con cuentos. Y ya que no le quieren dejar ver la verdad, se la muestro yo. Ésta es mi vida…
Mi padre no me pudo hacer estudiar, costaba mucho mandarme a Lincoln a estudiar de maestra, no era más que jardinero, y a mucha honra. Mamá planchaba para afuera y todo lo que ganaba iba a la libreta de ahorro para cuando yo me casara y tuviera mi casa con todo. La tengo, pero pobre mamá no por sus sacrificios, porque se le fue todo en médico y remedios cuando lo del finado papá. En fin, Celina estudió. Entonces era más que yo.
Muy bien, no hacía mucho que hablábamos con Juan Carlos cuando tuvo aquel catarro que no se le curaba. Ahora esto que lo sepa Celina: cuanto más lo entretenía yo a la noche charlando en la tranquerita… más tardaba él en irse a lo de la viuda Di Cario. A mí me lo decían todos, que Juan Carlos entraba por el alambrado del guardabarrera derecho a lo de la viuda mosca muerta. Era ella quien le chupaba la sangre y no yo. Hasta que dejó de ir, porque yo no lo quería ver más si él seguía en relación con esa, claro que yo lo hacía por celos de novia egoísta, qué sabía yo que las radiografías iban a dar esas sombras en los pulmones. Tome nota entonces: si Juan Carlos después de noviar conmigo se iba a lo de la viuda era porque conmigo se portaba a lo caballero.
Ahí vino el viaje a Córdoba. Se volvió precioso, a los tres meses. Y voy al grano: por más que la mujer de Aschero le haya gritado al marido delante de la sirvienta que él la engañaba conmigo eso no prueba nada. Pero usted creyó esos cuentos y se opuso al compromiso. ¿Y las pruebas de mi culpa? Nunca las tuvo.
¿Pero Juan Carlos seguía con la viuda? no. Para su información: yo siempre me quedé con una espina, porque un día, poco antes de distanciarnos para siempre, lo pesqué a Juan Carlos en una mentira… Tenía un pañuelito escondido en el bolsillo del saco, bien metido en el fondo, de mujer, perfumado, y no pude alcanzar a leer la inicial, bordada con muchos adornos, pero segura segura que no era «E», y la viuda Di Cario se llamaba Elsa. Me dijo que era de una chica que conoció en Córdoba, que él era hombre y tenía que vivir, pero cuando yo se lo pedí para quedármelo… me lo arrebató. Quiere decir que era una de Vallejos ¿no lo cree? Yo no sabía con quién agarrármela y le dije que la iba a degollar a esa viuda de porquería, y él se puso serio y me aseguró que la viuda no «corría» más, con esas palabras de los hombres que son tan hirientes para una mujer, aunque se tratase de Elsa Di Cario. Y me quedé con la espina para siempre.
Después ya vinieron los líos y nos distanciamos, pero es una lástima que usted no me haya escrito más, porque entre las dos a lo mejor podríamos arrancarle la careta a la verdadera asesina de Juan Carlos. Contra ésa se la tendría que agarrar su hija Celina, y no contra mí. Ya que Celina es soltera y tiene tiempo libre, sin casa propia ni marido ni hijos de que ocuparse, podría ser útil para algo y ayudar al triunfo de la verdad.
Volviendo al tema de las cartas de Juan Carlos, serenamente consulte su conciencia a ver si me pertenecen o no. La saluda atentamente,
Nélida
Postdata: Si no me contesta, ésta es la última carta que le escribo.
Frente a ella en la mesa, un niño llena prolijamente con lápiz cuatro renglones de su cuaderno con la palabra miau y cuatro renglones con la palabra guau. Entre las patas de la mesa y de las sillas otro niño busca un juguete pequeño conforma de auto de carrera.