Las cartas atadas con la cinta rosa cayeron al fuego y se quemaron sin desparramarse. En cambio el otro grupo de cartas, sin la cinta celeste que lo uniera, se encrespaba al quemarse y se desparramaba en el horno incineratorio. Se soltaban las hojas y la llama que había de ennegrecerlas y destruirlas antes las iluminaba fugazmente. «…ya mañana termina la semana…» «…que desconfiara de las rubias ¿qué le vas a consultar a la almohada?…» «…unas lagrimitas de cocodrilo…» «…¿al cine? ¿quién te va a comprar los chocolatines?…» «…nada de malas pasadas porque me voy a enterar…» «…te besa hasta que le digas basta, Juan Carlos» «…por ahí me voy a enfermar de veras, de mala sangre que me hago…» «…cuando se desocupa una cama es porque alguien se murió…» «…Te juro rubia que me voy a conformar con darte un beso…» «…no digas a nadie, ni en tu casa, que vuelvo sin completar la cura…» «…yo hoy hago una promesa, y es que me voy a portar bien de veras…» «…Muñeca, se me termina el papel…» «…porque ahora siento que te quiero tanto…» «…mirá, rubia, ya de charlar un poco con vos me siento mejor ¡cómo será cuando te vea…» «…te quiero como no he querido a nadie…» «…También hay un hospital en Cosquín…» «…ni bien tenga más noticias te vuelvo a escribir…» «…el agua del río es calentita…» «…vos también estás lejos…» «…pero cada vez que leo tu carta me vuelve la confianza…»