– ¿Permitía que sus prejuicios le influyeran en el plano profesional?
– Eso sería imposible en este medio. Hay demasiados. A Helmut no le gustaban, pero trabajaba con ellos cuando era preciso.
– ¿Y cuando trabajaba con ellos, los trataba de modo diferente a los demás?
– Comisario, no intentará construir la hipótesis de que un homosexual asesinó a Helmut a causa de una palabra cruel o un contrato rescindido.
– Muchos han muerto por menos.
– No vale la pena ni hablar de eso -dijo ella secamente-. ¿Desea preguntar algo más?
El comisario vacilaba, porque la pregunta que tenía que hacer ahora le ofendía a él mismo. Se dijo que era como un sacerdote, como un médico, que lo que la gente le contaba no iba más allá, pero comprendía que no era verdad, sabía que no respetaría una confidencia si ello le permitía descubrir al culpable que buscaba.
– La siguiente pregunta no es de carácter general y no se refiere a sus opiniones. -Hizo una pausa, con la esperanza de que ella comprendiera y brindara voluntariamente alguna información. No fue así-. Me refiero en concreto a sus relaciones con su marido. ¿Alguna peculiaridad?
Observó cómo la mujer reprimía el impulso de levantarse; pero se limitó a pasarse varias veces la yema del dedo corazón por el labio inferior, con el codo apoyado en el brazo del sillón.
– Entiendo que se refiere a mis relaciones sexuales con mi marido. -Él asintió-. Y supongo que ahora yo podría indignarme y preguntarle qué entiende usted, en este día y hora, por «peculiaridad». Pero sólo le responderé que no, que nuestras relaciones sexuales no tenían nada de «peculiar» y eso es todo lo que pienso decir.
Ella había contestado la pregunta. Si ahora él conocía o no la verdad era otra cuestión que prefería dejar para más adelante.
– ¿Sabe si tenía diferencias con alguno de los cantantes de la obra? ¿O con alguna otra persona que interviniera en ella?
– No más de las habituales. El director artístico es un homosexual notorio, y lo mismo se rumorea de la soprano.
– ¿Conoce a alguno de ellos?
– Con Santore no he cruzado más que algún que otro saludo en los ensayos. A Flavia la conozco, pero sólo de hablar con ella en las fiestas.
– ¿Qué opina de ella?
– Que es una soberbia cantante. Y lo mismo pensaba Helmut -respondió evasivamente.
– ¿Y en el aspecto personal?
– Creo que es muy agradable. Quizá a veces le falte un poco de sentido del humor, pero es una persona en cantadora. Y posee una inteligencia sorprendente, a diferencia de la mayoría de cantantes. -Era evidente que seguía eludiendo dar las respuestas que él esperaba y que no se las daría hasta que le preguntara directamente.
– ¿Y los rumores?
– Nunca me han parecido dignos de ser tomados en consideración.
– ¿Y su marido?
– Me parece que él los creía. No; eso no es exacto: me consta que los creía. Una noche dijo algo al respecto. Ahora no recuerdo cuáles fueron sus palabras exactamente, pero dejó muy claro que él creía esos rumores.
– ¿Pero ello no bastó para convencerla?
– Comisario -dijo la mujer con exagerada paciencia-, todavía no estoy segura de si ha entendido usted lo que le he dicho. No se trata de si Helmut pudo o no convencerme de que los rumores eran ciertos sino de que no pudo convencerme de que importaran. Por eso los había olvidado hasta que usted los ha mencionado.
Él se reservó su aprobación y preguntó:
– ¿Y de Santore? ¿Dijo su marido algo de él?
– Nada que yo recuerde. -Encendió otro cigarrillo-. Teníamos opiniones distintas sobre esa cuestión. A mí me irritaban sus prejuicios, él lo sabía y, de mutuo acuerdo, evitábamos hablar del tema. Helmut era lo bastante profesional como para dejar de lado sus sentimientos personales. Era una de las cosas que me gustaban de él.
– ¿Le era usted fiel, signora ?
Era evidente que ella esperaba la pregunta.
– Creo que sí -dijo después de un largo silencio.
– Lo siento, pero no sé cómo interpretar su respuesta -dijo Brunetti.
– Depende de lo que entienda usted por «fiel».
«Sí, supongo», pensó él. Pero también suponía que el significado de la palabra era lo bastante claro, incluso en Italia. De repente, se sintió muy cansado de la conversación.
– ¿Mantuvo usted relaciones sexuales con otra persona mientras estuvo casada con él?
La respuesta fue inmediata:
– No.
Él, comprendiendo qué era lo que ahora se esperaba de él, preguntó:
– ¿Por qué ha dicho antes que sólo lo creía?
– Porque ya estaba cansada de preguntas previsibles.
– Y yo, de respuestas imprevisibles -replicó él con sequedad.
– Es lógico. -Ella le sonrió, ofreciendo una tregua. Como no se había preocupado de escenificar el número de la libretita, ahora no pudo marcar el final de la entrevista por el procedimiento de guardársela en el bolsillo. Se levantó y dijo:
– Una cosa más.
– ¿Sí?
– Ayer por la mañana le devolvieron los papeles de su marido. Me gustaría que me autorizara a examinarlos.
– ¿No pudo examinarlos mientras los tenían ustedes? -preguntó ella sin molestarse en disimular la irritación.
– Hubo una confusión en la questura . Los pasaron a los traductores y luego los devolvieron antes de que yo pudiera verlos. Le ruego disculpe las molestias, pero me gustaría repasarlos. También me gustaría hablar con la criada. Hablé con ella un momento al llegar, pero tengo que hacerle varias preguntas.
– Los papeles están en el despacho de Helmut. Segunda puerta a la izquierda. -No se dio por enterada de la solicitud referente a la criada, se quedó sentada y no le tendió la mano. Le siguió con la mirada mientras él salía de la habitación y volvió a su actitud de espera del futuro.
Brunetti se alejó por el pasillo hasta la segunda puerta. Lo primero que vio al entrar en el despacho fue el abultado sobre de la questura encima de la mesa, sin abrir. El comisario se sentó y lo atrajo hacia sí. Fue entonces cuando miró por la ventana y reparó en los tejados de la ciudad, que parecían alejarse flotando en el aire. A lo lejos, se veía el esbelto campanario de San Marcos y, muy cerca, a la izquierda, la adusta fachada del teatro de la ópera. No sin esfuerzo, apartó la mirada de la ventana y abrió el sobre.
Puso a un lado los documentos cuya traducción había leído. Se referían a contratos, compromisos y grabaciones y no le habían parecido importantes.
Sacó del sobre tres fotografías. Como era de esperar, el informe que había leído no las mencionaba, probablemente porque no había nada escrito en ellas. La primera era de Wellauer y su viuda, a orillas de un lago. Aparecían en ella bronceados y sanos. Costaba trabajo creer que aquel hombre tuviera más de setenta años cuando se hizo la foto, porque no aparentaba muchos más que el propio Brunetti. La segunda foto era de una jovencita al lado de un caballo de aspecto dócil y fornido. La niña tenía una mano levantada hacia la brida y un pie en el aire, entre el suelo y el estribo, y la cabeza vuelta en un ángulo forzado, evidentemente sorprendida por el fotógrafo, que la habría llamado cuando se disponía a montar. Era alta, esbelta y rubia como su madre, a juzgar por las largas trenzas que asomaban bajo el casco. Desprevenida, sin tiempo para sonreír, tenía una expresión curiosamente sombría.
La tercera foto era de los tres. La niña, casi tan alta como su madre pero desgarbada incluso en actitud de reposo, estaba en el centro y los dos mayores, un poco rezagados y enlazados por la cintura. La niña parecía más joven que en la otra foto. Los tres lanzaban a la cámara sonrisas preparadas.
Dentro del sobre no había ya nada más que una agenda de piel, con el año en cifras doradas. La hojeó. El nombre de los días estaba en alemán y en muchas páginas había anotaciones hechas en la enrevesada letra que el comisario recordaba haber visto en la partitura de La Traviata. La mayoría de las entradas correspondían a nombres de ciudades, óperas o programas de conciertos, en abreviaturas fáciles de descifrar: «Salz-D.G.»; «Viena-Ballo»; «Bonn-Moz 40»; «Lond-Cosi.» Otras parecían de carácter personal o, por lo menos, no relacionadas con la música: «Von S-17.00 h.» «Erich amp; H-8»; «D amp;G té-Demel-4.»
Empezando por la fecha de la muerte del maestro, Brunetti fue pasando páginas hasta tres meses atrás. El programa hubiera agotado a un hombre treinta años más joven que Wellauer, y se hacía más compacto a medida que se retrocedía en el tiempo. Intrigado por este aumento gradual en la actividad, abrió la agenda por el mes de agosto y leyó hacia adelante. Ahora observó el proceso a la inversa, una progresiva disminución en el número de cenas, tés y almuerzos. Sacó una hoja de papel de un cajón e hizo un rápido desglose de las anotaciones: compromisos personales a la derecha y profesionales a la izquierda. En agosto y septiembre, salvo durante un período de dos semanas en el que no había casi nada escrito, cada día había algún compromiso. En octubre, éstos empezaban a disminuir y, a últimos de mes, prácticamente no había compromisos sociales. También los profesionales se habían espaciado, pasando de dos a la semana como mínimo a uno o dos en varias semanas.
Brunetti pasó al año siguiente, que Wellauer ya no vería y, a últimos de enero, encontró: «Lond-Cosi.» Le llamó la atención un signo minúsculo que distinguió al lado del nombre de la ópera. ¿Era un interrogante o un simple acento mal hecho?
En otra hoja de papel, hizo una segunda lista, ésta de las citas personales, empezando por octubre. En el día 6 se leía: «Erich amp; H-21 h.» Como ya estaba familiarizado con los nombres, le encontró sentido. El día 7: «Erich-8 h.» El 15: «Petra amp; Nikolai-20 h.» Nada más hasta el 27, en el que había escrito: «Erich-8 h.» Parecía muy temprano para citarse con un amigo. La última anotación estaba hecha dos días antes de salir para Venecia: «Erich-9 h.»
Esto era todo, salvo en la página del 30 de noviembre: «A Venecia.»
Brunetti cerró la agenda y la metió en el sobre, con las fotos y documentos. Dobló las hojas de papel con sus notas y volvió a la habitación en la que había dejado a la signora Wellauer. Ella seguía en el mismo sitio, sentada delante de la chimenea, fumando.
– ¿Ha terminado? -preguntó al verle entrar.
– Sí. -Todavía con las hojas de papel en la mano, él dijo-: En la agenda de su marido he observado que durante los dos últimos meses disminuyó mucho su actividad. ¿Existía alguna razón en particular?