Литмир - Электронная Библиотека
A
A

XVIII

Entonces Harriet Winslow vio al general Tomás Arroyo que venía de regreso a su vagón, con la cabeza inclinada hacia adelante como si mirara las puntas polvosas de sus botas, sin ojos para el viejo cuando el viejo soltó a Harriet y le dijo:

– Una vez escribí una cosa chistosa. Los eventos se han venido emparejando desde el principio del tiempo a fin de que yo muera aquí.

Habló con una mirada dura y brillante. Le murmuró que él había venido aquí a que lo mataran porque él no era capaz de matarse a sí mismo. Se sintió liberado al cruzar la frontera en Juárez, como si de verdad hubiera entrado a otro mundo. Ahora sí sabía que existía una frontera secreta dentro de cada uno y que ésta era la frontera más difícil de cruzar, porque cada uno espera encontrarse allí, solitario dentro de sí, y sólo descubre, más que nunca, que está en compañía de los demás.

Dudó por un instante y luego dijo:

– Esto es inesperado. Es atemorizante. Es doloroso. Y es bueno.

Se frotó la mejilla recién rasurada con un gesto de resignación viril y le preguntó a Harriet antes de irse: -¿Qué tal me veo esta noche?

Ella no contestó con palabras, sólo asintió para significarle que era un viejo muy bien parecido.

Arroyo les había dicho a sus hombres:

– Respeten al gringo. Esto es entre él y yo.

No, ella sólo recordó al gringo viejo antes de que entrara al vagón privado del general Arroyo, recordó que él sólo había escrito sobre la conciencia fragmentada y ella trató de entender esto a medida que Arroyo se le acercaba, ajeno al misterio de los dos gringos, con un fragmento de la conciencia de Harriet dentro de su cabeza, este general sabio y valiente porque no había comprendido nada del mundo fuera de su tierra, ostentoso y arrogante, que jugaba con las creencias de su pueblo y representaba su papel de gran dispensador de los bienes de este mundo: lo vio entero en esa luz del desierto, moribundos ambos, el desierto y la luz, aunque no el general; el caudillo árabe, mexicano y español seguido por su familia de criados, clientes y compañeros, aduladores y mercenarios, un hombre que la poseyó y fue testigo de su sensualidad, que estuvo presente en el encuentro secreto de su alma con los movimientos de su cuerpo, que miró el momento en que Harriet Winslow, que debió crecer rica en Nueva York pero creció pobre en Washington al amparo de una pensión y varias ausencias, cambió para siempre, y allá adentro en el vagón estaba el otro testigo de su transformación, el hombre que vino a que lo mataran, el viejo oficial de mapas de los Voluntarios de Indiana que conocía el valor de los papeles, los papeles que legitimaban la búsqueda del pobre general Arroyo: riqueza y venganza y sensualidad y orgullo y simple aceptación por parte de sus semejantes; la conciencia fragmentada de Harriet Winslow dio un salto en el vacío para meterse en la cabeza del general Tomás Arroyo que como ella no tenía padre, ambos muertos o ignorantes o lo que es lo mismo como si estuvieran los dos muertos y ambos ignoraran a sus hijos Harriet y Tomás: siempre la muerte y la ignorancia al cabo de todo, siempre la paz muda e insensible de la inexistencia y la inconsciencia al final.

Arroyo subía ya los escaños al vagón de ferrocarril cuando ella corrió hacia él, gritando: detente, detente, y la mujer con la cara de luna salió del otro extremo del carro y la detuvo a la fuerza cuando se escucharon los disparos, junto con el sonido furioso y atragantado de Arroyo, pero ni un solo murmullo del viejo que logró salir a la plataforma con los papeles quemados en la mano y detrás de él Arroyo balanceándose todavía con una furia que Harriet Winslow nunca había visto antes ni esperaba volver a ver jamás: testigo de la muerte como Arroyo fue testigo de la sensualidad de Harriet. Arroyo allí, con una pistola humeante en una mano y una caja vacía, plana y larga de palisandro astillado, en la otra.

Ella le había gritado a Arroyo, para detenerlo, que recordara, los dos se conocieron al amarse, los dos se despidieron de sus padres ausentes, pero también de su juventud: ella conscientemente, él por pura intuición: en nombre de su juventud perdida, le pidió que no matara al único padre que les quedaba a ambos: ella gritó por primera vez de placer con él, él gritó por primera vez con la mujer de la cara de luna, después de vivir tanto tiempo en el silencio impuesto por la hacienda a sus esclavos: cayó muerto el gringo viejo y Harriet Winslow quiso pensar que murió preguntándose, igual que ella ahora, si ésta era la noche en que el sol volvería a salir porque de ahora en adelante éste sería el tenor y ya no la oscuridad (ahora ella se sienta sola y recuerda); cayó muerto el gringo viejo y la tierra estaba siempre sola en medio del mar y el desierto estaba siempre solo en medio de la tierra: cayó muerto sobre el único océano de la tierra; cayó muerto el gringo viejo y las palabras se convirtieron en ceniza; cayó muerto el gringo viejo y los compañeros hablaron porque ahora los papeles con su historia ya no hablarían más por ellos: dirían que nosotros trabajamos mil años la tierra, antes de que llegaran los agrimensores y los abogados y el ejército a decirnos la tierra ya no es de ustedes, la tierra ya se subastó, pero quédense aquí para seguir viviendo, sirviendo a los nuevos dueños, o si no muéranse toditos de hambre; murió el gringo viejo y las palabras de los papeles se fueron volando por el desierto, diciendo nos gusta pelear, nos sentimos como muertos si no peleamos, ojalá que esta revolución nunca se acabe y si se acaba nos iremos a pelear en una nueva revolución, hasta caernos muertos de puritito cansancio en nuestras tumbas; cayó muerto el gringo viejo y las palabras quemadas se fueron volando lejos de la hacienda y el pueblito y la iglesia diciendo nunca conocimos a nadie fuera de esta comarca, no sabíamos que existía un mundo fuera de nuestros maizales, ahora conocemos a gente venida de todas partes, cantamos juntos las canciones, soñamos juntos los sueños y discutimos si éramos más felices solos en nuestros pueblos o ahora volando por aquí revueltos con tantos sueños y tantas canciones diferentes; cayó muerto el gringo viejo y se escuchó el canto de las palabras incendiadas, en fuga sobre el desierto habitado por los espectros de las lagunas, los ríos, los océanos: ahora todo es nuestro porque lo tomamos, las muchachas, la tropa, el dinero, los caballos; sólo queremos que todo siga así hasta morirnos; muerto el gringo con la espalda acribillada y las palabras devoradas por el viento álcali que él nunca volverá a respirar, ni las palabras a escuchar que dicen azotados si no estábamos de pie a las cuatro de la mañana para trabajar hasta que se pusiera el sol, azotados si nos hablábamos durante el trabajo, azotados si nos oían cogiendo, sólo no azotados cuando éramos críos y llorábamos o cuando éramos viejos y nos moríamos; cuando murió, el gringo viejo cayó de bruces sobre el polvo, las montañas se acercaron un paso y las nubes cercanas buscaron su espejo en la tierra, mirándose en las palabras de fuego, el peor patrón era el que decía querernos como un padre, insultándonos con su compasión, tratándonos como niños, como idiotas, como salvajes; nosotros no somos nada de eso; adentro en nuestras cabezas sabemos que no somos nada de eso; cuando el gringo viejo mordió el polvo en México se desató una lluvia de desierto como para aplacar la sangre y el polvo juntos y grandes sábanas de agua mojaron la mortaja de la tierra para que las palabras quemadas se volvieran agua diciendo las cosas estaban lejos, ahora están cerca y nosotros no sabemos si esto es bueno o malo; pero ahora todo está tan cerca de nosotros que hasta sentimos miedo, ahora todo puede tocarse: ¿ésa es la revolución?; cuando el gringo viejo se fue para siempre las montañas parecían arena petrificada y el cielo se nos estaba muriendo bajo la lluvia de las palabras que decían todo estaba lejos, pero Pancho Villa está cerca y es como nosotros,!todos somos Villa!

Cuando murió el gringo viejo, la vida no se atrevió a detenerse.

Harriet Winslow y el gringo viejo lo habían visto antes, arengando en silencio, persuadiendo, abrazando a éste, pellizcando el cachete de aquélla, diciéndole que no hacían falta lecciones ni comités, hacían falta cojones para la guerra y amor para la paz, metralla de día y besos de noche, ¿dónde se prueba así mismo un hombre?, en la batalla o en la cama, no en una lección, gritó por encima del rebuzno de los burros con hocicos espumosos y blancos: la revolución es una gran familia, todos andamos juntos, lo importante es seguir adelante, yo dependo de Villa como si fuera mi padre y dependo de ustedes como si fueran mi familia: todo puede esperar, menos ganar esta guerra: levantó a un niño encuerado y le zurró en broma las nalguitas desnudas y ellos lo vieron desde lejos, imaginando que se las andaba echando, me cogí a la gringa, pero no que no importaba poseer nada sino la tierra, lo demás lo posee a uno y es malo pasarse la vida pensando en lo que se tiene y temiendo perderlo en vez de portarse como hombre y morir con honor y dignidad.

Pero ahora el gringo viejo había muerto y ya no llovía y el desierto olía a creosote mojado y el general Tomás Arroyo hablaba a su gran familia silenciosa y descalza, miren, miren lo que salvé para ustedes, el salón, los lugares bonitos que antes sólo eran para ellos, eso no lo toqué, quemé todo lo demás, la imagen de la servidumbre, la tienda de raya donde los hijos de nuestros hijos iban a deber hasta la camisa que traían puesta, eso lo quemé, los establos donde los caballos comían mejor que nosotros, las barracas donde el destacamento de federales nos miraban todo el día, picándose los dientes con palillos y afilando sus bayonetas, ¿recuerdan todo esto?, los comedores donde se hartaban, las aguas infectadas, los excusados públicos y apestosos y las recámaras donde ellos cogían y roncaban, los perros rabiosos que conozco y temo en mis sueños, mamacita, todo esto lo destruí en nombre de ustedes, menos esto que será para ustedes si logramos sobrevivir. Un salón de espejos.

– Me pasé la niñez espiando. Nadie me conocía. Yo los conocí a todos, escondido. Todo porque un día descubrí el salón de los espejos y descubrí que yo tenía una cara y un cuerpo. Yo podía verme. Tomás Arroyo. Para ti, Rosario, Remedios, Jesús, Benjamín, José, mi coronel Frutos García, Chencho Mansalvo, tú misma Garduña, en nombre de las chozas y las prisiones y los talleres, en nombre de los piojos y los petates, en nombre de…

Lo vieron todos ahora con una especie de temor, temerosos por ellos y por él. Vieron al jefe, vieron al protector, lo vieron con tristeza. Lo vio Pedrito que en 1914 era un niño de once años con un peso perforado de plata en el parche de la camisa, salvado en la iglesia de entre las patadas de los fieles; véanse en este espejo y yo los veré a ustedes.

33
{"b":"81597","o":1}