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Fresca como una rosa y con una sonrisa feliz en los labios, caminé desde mi casa hasta el Vaticano, disfrutando del aire de la calle y del sol de la tarde. ¡Qué poco valoramos las cosas cuando no las hemos perdido! La luz en mi cara me infundía vigor y alegría de vivir; las calles, el ruido, el tráfico y el caos me devolvían la normalidad y el orden cotidiano. El mundo era eso y era así, ¿por qué protestar permanentemente por lo que también podía ser bello, según cómo se mírara? Un asfalto sucio, una mancha de aceite o gasolina, un papel tirado en la acera, si se contemplaban con los ojos adecuados, podían resultar hermosos. Sobre todo si en algún momento se había tenido la certeza de no volver a verlos nunca.

Entré un momento en Al mio caffé para tomar un capuccino. El local, por la cercanía a los barracones, siempre estaba lleno de jóvenes guardias suizos que hablaban ruidosamente y reían a carcajadas, pero también había gente que, como yo, iba o venia del trabajo o de casa, y que se detenía en aquel lugar porque, además de ser muy agradable, servían unos magníficos capuccinos.

Llegué, por fin, al Hipogeo cinco minutos antes de la hora convenida. La actividad laboral normal había vuelto al cuarto sótano, como si la locura que supuso el Códice Iyasus se hubiera borrado de la mente de todos. Curiosamente, mis adjuntos me saludaron con simpatía y algunos, incluso, levantaron la mano en el aire a modo de bienvenida. Con un gesto tímido y extrañado, respondí a todos y me refugié, volando, en mi laboratorio, preguntándome qué extraño milagro se habría producido para que tuviera lugar aquel insólito cambio de actitud. ¿Quizá habían descubierto que yo era humana o es que mi sensación de bienestar era contagiosa?

Todavía no había terminado de colgar el abrigo y el bolso en la percha, cuando Farag y el capitán hicieron acto de presencia. Un hermoso vendaje cubría la enorme cabeza rubia, pero, bajo las cejas, destellos metalizados presagiaban tormenta.

– Estoy disfrutando de un día hermoso, capitán -advertí por todo saludo-, y no tengo ganas de caras serias.

– ¿Quién tiene la cara seria? -repuso agriamente.

Farag tampoco estaba de mejor humor. Al parecer, lo que sea que hubiera pasado en casa de la Roca había sido apocalíptico. El capitán no se quitó la chaqueta ni hizo ademán de sentarse.

– Dentro de quince minutos tengo una audiencia con Su Santidad y con Su Eminencia Sodano -anunció de golpe-. Es una reunión muy importante, de manera que estaré ausente un par de horas. Preparen ustedes mientras tanto la siguiente cornisa de Dante y, cuando yo vuelva, ultimaremos los preparativos.

Sin más, volvió a cruzar el umbral de la puerta y desapareció. Un pesado silencio se hizo en el laboratorio. No sabia si preguntar a Farag qué había pasado.

– ¿Sabes una cosa, Ottavia? -comenzó él, mirando todavía la puerta por la que había salido el capitán-. Glauser-Róist está desquiciado.

– No debiste insistir para que descansara. Cuando alguien quiere hacer algo, y es tan terco como el capitán, hay que dejar que lo haga aunque se mate.

– ¡No, si no es eso! -me miró con un extraño gesto en la cara y dijo-: «¿Soy yo, acaso, el guardián de mi hermano?» Tengo muy claro que Kaspar ya es mayorcito para hacer lo que le dé la gana. Es… Mira, no sé, pero esta historia de los staurofílakes lo está volviendo loco. O pretende ganar una medalla o demostrarse que es Superman o está utilizando esta aventura como otros utilizan la bebida, para olvidar o autodestruirse.

– Algo así he pensado esta misma mañana…, quiero decir este mediodía -saqué las gafas de su funda y me las puse-. Para ti y para mí todo esto es una aventura en la que nos vemos involucrados voluntariamente por interés y curiosidad. Para él significa algo más. Le da igual el cansancio, le da igual la muerte de mi padre y mi hermano, le da igual que tú hayas perdido tu vida en Egipto y tu trabajo. Nos hace correr contra el tiempo como si el robo de una sola reliquia más fuera una catástrofe insuperable.

– No creo que sea eso -reflexionó Farag, frunciendo el ceño-. Creo que sintió profundamente el accidente de tu padre y tu hermano, y que está preocupado por mi situación actual. Pero es cierto que está obsesionado con los staurofílakes. Esta mañana, nada más despertarse, ha llamado a Sodano. Han estado hablando un buen rato y, durante la conversación, ha tenido que tumbarse un par de veces, porque se caía al suelo. Luego, todavía sin desayunar, se ha metido en su despacho (el que tú curioseaste, ¿recuerdas?) y ha estado abriendo y cerrando cajones y carpetas. Mientras yo comía algo y me duchaba él iba dando tumbos por la casa, soltando exclamaciones de dolor, sentándose un momento para recuperarse y, a continuación, levantándose de nuevo para hacer más cosas. Ni ha desayunado ni ha comido nada desde el sándwich de la Cloaca.

– Está volviéndose loco -sentencié.

Nos quedamos de nuevo en silencio, como si ya no hubiera mucho más que decir sobre Glauser-Róist, pero estoy segura que ambos seguíamos pensando en lo mismo. Por fin, solté un largo suspiro.

– ¿Trabajamos? -pregunté, intentando animarle-. Ascenso a la segunda cornisa del Purgatorio. Canto XIII.

– Podrías leerlo en voz alta para los dos -propuso, arrellanándose en el sillón y poniendo los pies sobre la caja del ordenador que descansaba en el suelo-. Como yo ya lo he leído, podemos ir comentándolo.

– ¿Y tengo que leerlo yo?

– Puedo hacerlo yo si quieres, pero es que ya estoy cómodamente sentado y tengo unas vistas magnificas desde aquí.

Preferí ignorar su comentario, por encontrarlo fuera de lugar, y empecé a recitar los versos dantescos.

Noi eravamo al sommo de la scala,

dove secondamente si risega

lo monte che salendo altrui dismala .

Nuestros alter ego, Virgilio y Dante, llegan a una nueva cornisa, un poco más pequeña que la anterior, y avanzan por ella a buen paso, buscando algún alma que pueda decirles cómo seguir subiendo. De repente, Dante empieza a escuchar unas voces que dicen: «Vinum non habent» [28], «Soy Orestes» y «Amad a quien el mal os hizo».

– ¿Qué significa esto? -pregunté a Farag, mirándole por encima de la montura.

– En realidad, son referencias a ejemplos clásicos de amor al prójimo, que es de lo que adolecen los protagonistas de este círculo. Pero sigue leyendo y lo entenderás.

Curiosamente, Dante le pregunta a Virgilio lo mismo que yo acababa de preguntarle a Farag, y el de Mantua le responde:

En este círculo se castiga

la culpa de la envidia, mas mueve

el amor las cuerdas del flagelo.

El sonido contrario quiere ser el freno;

y me parece que podrás oírlo

antes de que llegues al paso del perdón.

Pero mira atentamente y verás gente

sentada delante de nosotros,

apoyada a lo largo de la roca.

Dante escudriña la pared y descubre unas sombras vestidas con mantos del color de la piedra. Se acerca un poco más y queda aterrorizado con lo que ve:

De vil cilicio cubiertas parecían,

y se sostenían unas a otras por la espalda

y el muro a todas ellas aguantaba.

[…] Y como el sol no llega hasta los ciegos

asía las sombras de las que hablo

no quería llegar la luz del cielo,

pues un alambre a todas les cosía

y horadaba los párpados, como

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[27] «Llegamos al final de la escalera, donde por segunda vez disminuye el monte que purifica a quienes lo escalan.” Canto XIII, VV. 1-3

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[28] «No tenemos vino», en referencia a las Bodas de Caná

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