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Otro obstáculo para la rendición había sido el desmonte del ejército privado de Escobar. Éste, al parecer, no consideraba la cárcel como un instrumento de la ley sino como un santuario contra sus enemigos y aun contra la misma justicia ordinaria, pero no lograba la unanimidad para que su tropa se entregara con él. Su argumento era que no podía ponerse a buen recaudo con su familia y dejar a sus cómplices a merced del Cuerpo Élite. «Yo no me mando solo», dijo en una carta. Pero ésta era para muchos una verdad a medias, pues también es probable que quisiera tener consigo y completo su equipo de trabajo para seguir manejando sus negocios desde la cárcel. De todos modos, el gobierno prefería encerrarlos juntos con Escobar. Eran cerca de cien bandas que no estaban en pie de guerra permanente, pero servían como reservistas de primera línea, fáciles de reunir y armar en pocas horas. Se trataba de conseguir que Escobar desarmara y se llevara consigo a la cárcel a sus quince o veinte capitanes intrépidos.

En las pocas entrevistas personales que tuvo Villamizar con el presidente Gaviria, la posición de éste fue siempre facilitarle sus diligencias privadas para liberar a los secuestrados. Villamizar no cree que el gobierno hiciera negociaciones distintas de las que le autorizó a él, y éstas estaban previstas en la política de sometimiento. El ex presidente Turbay y Hernando Santos -aunque nunca lo manifestaron y sin desconocer las dificultades institucionales del gobierno- esperaban sin duda un mínimo de flexibilidad del presidente. Las mismas negativas de éste a cambiar los plazos establecidos en los decretos frente a la insistencia, la súplica y los reclamos de Nydia, seguirán siendo una espina en el corazón de las familias que lo reclamaban. Y el hecho de que sí los hubiera cambiado tres días después de la muerte de Diana es algo que la familia de ésta no entenderá nunca. Por desgracia -había dicho el presidente en privado- el cambio de fecha a esas alturas no hubiera impedido la muerte de Diana tal como ella ocurrió.

Escobar no se conformó nunca con un solo canal, ni dejó un minuto de tratar de negociar con Dios y con el diablo, con toda clase de armas, legales o ¡legales. No porque se fiara más de otros que de unos, sino porque nunca confió en ninguno. Aun cuando ya tenía asegurado lo que esperaba de Villamizar, seguía acariciando el sueño del indulto político, surgido en 1989, cuando los narcos mayores y muchos de sus secuaces consiguieron carnés de militantes del M-19 para acomodarse en las listas de guerrilleros amnistiados. El comandante Carlos Pizarro les cerró el paso con requisitos imposibles. Dos años después, Escobar buscaba un segundo aire a través de la Asamblea Constituyente, varios de cuyos miembros fueron presionados por distintos medios, desde ofertas de dinero en rama hasta intimidaciones graves.

Pero también los enemigos de Escobar se atravesaron en sus propósitos. Ése fue el origen de un llamado narcovídeo, que causó un escándalo tan ruidoso como estéril. Se suponía filmado con una cámara oculta en el cuarto de un hotel, en el momento en que un miembro de la Asamblea Constituyente recibía dinero en efectivo de un supuesto abogado de Escobar. El constituyente había sido elegido en las listas del M-19, pertenecía en realidad al grupo de paramilitares al servicio del cartel de Cali en su guerra contra el cartel de Medellín, y su crédito no alcanzó para convencer a nadie. Meses después, un jefe de milicias privadas que se desmovilizó ante la justicia contó que su gente había hecho aquella burda telenovela para usarla como prueba de que Escobar estaba sobornando constituyentes y que, por consiguiente, el indulto o la no extradición estarían viciados.

Entre los muchos frentes que trataba de abrir, Escobar intentó negociar la liberación de Pacho Santos a espaldas de Villamizar, cuando las gestiones de éste estaban a punto de culminar. A través de un sacerdote amigo le mandó un mensaje a Hernando Santos a fines de abril, para que se entrevistara con uno de sus abogados en la iglesia de Usaquén. Se trataba -decía el mensaje- de una gestión de suma importancia para la liberación de Pacho. Hernando no sólo conocía al sacerdote, sino que lo consideraba como un santo vivo, de modo que concurrió a la cita solo y puntual a las ocho de la noche del día señalado. En la penumbra de la iglesia, el abogado apenas visible le advirtió que no tenía nada que ver con los carteles, pero que Pablo Escobar había sido el padrino de su carrera y no podía negarle aquel favor. Su misión se limitaba a entregarle dos textos: un informe de Amnistía Internacional contra la policía de Medellín, y el original de una nota con ínfulas de editorial sobre los atropellos del Cuerpo Élite.

– Yo he venido aquí pensando sólo en la vida de su hijo -dijo el abogado-. Si estos artículos se publican mañana, al día siguiente Francisco estará libre.

Hernando leyó el editorial inédito con sentido político. Eran los hechos tantas veces denunciados por Escobar, pero con pormenores espeluznantes imposibles de demostrar. Estaba escrito con seriedad y malicia sutil. El autor, según el abogado, era el mismo Escobar. En todo caso, parecía su estilo.

El documento de Amnistía Internacional estaba ya publicado en otros periódicos y Hernando Santos no tenía inconveniente en repetirlo. En cambio, el editorial era demasiado grave para publicarlo sin pruebas. «Que me las mande y lo publicamos enseguida aun si no sueltan a Pacho», dijo Hernando. No había más que hablar. El abogado, consciente de que su misión había terminado, quiso aprovechar la ocasión para preguntarle a Hernando cuánto le había cobrado Guido Parra por su mediación.

– Ni un centavo -contestó Hernando-. Nunca se habló de plata.

– Dígame la verdad -dijo el abogado-, porque Escobar controla las cuentas, lo controla todo, y le hace falta ese dato.

Hernando repitió la negativa, y la cita terminó con una despedida formal.

Tal vez la única persona convencida por aquellos días de que las cosas estaban a punto de llegar a término fue el astrólogo colombiano Mauricio Puerta -observador atento de la vida nacional a través de las estrellas quien había llegado a conclusiones sorprendentes sobre la carta astral de Pablo Escobar.

Había nacido en Medellín el 1 de diciembre de 1949 a las 11.50 a.m.

Por consiguiente era un Sagitario con ascendente Piscis, y con la peor de las conjunciones:

Marte junto con Saturno en Virgo. Sus tendencias eran: autoritarismo cruel, despotismo, ambición insaciable, rebeldía, turbulencia, insubordinación, anarquía, indisciplina, ataques a la autoridad. Y un desenlace terminante: muerte súbita.

Desde el 30 de marzo de 1991 tenía a Saturno en cinco grados para los tres años siguientes, y sólo le quedaban tres alternativas para definir su destino: el hospital, el cementerio o la cárcel. Una cuarta opción -el convento- no parecía verosímil en su caso. De todos modos la época era más favorable para acordar los términos de una negociación que para cerrar un trato definitivo. Es decir: su mejor opción era la entrega condicionada que le proponía el gobierno.

«Muy inquieto debe estar Escobar para que se interese tanto por su carta astral», dijo un periodista. Pues tan pronto como tuvo noticia de Mauricio Puerta quiso conocer su análisis hasta en sus mínimos detalles. Sin embargo, dos enviados de Escobar no llegaron a su destino, y uno desapareció para siempre. Puerta organizó entonces en Medellín un seminario muy publicitado para ponerse al alcance de Escobar, pero una serie de inconvenientes extraños impidió el encuentro. Puerta los interpretó como un recurso de protección de los astros para que nada interfiriera un destino que era ya inexorable.

También la esposa de Pacho Santos tuvo la revelación sobrenatural de una vidente que había prefigurado la muerte de Diana con una claridad asombrosa, y le había dicho a día con igual seguridad que Pacho estaba vivo. En abril volvió a encontrarla en un sitio público, y le dijo de paso al oído:

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