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Milonia temblaba levemente y el emperador estrechó todo su cuerpo contra sí. Le preguntó si tenía frío. Ella negó con la cabeza y no dijo que, si lo que sentía dentro era auténtico, el segundo hijo del emperador romano quizá nacería en Iunit Tentor.

– Remontaremos el Nilo -planeó el emperador, y al decirlo tenía en mente a julio César preguntando a Cleopatra qué fuente alimentaba aquel río y dónde nacía, desde el principio de los tiempos, el flujo infinito de sus aguas, porque nada había excitado nunca tanto su apasionado deseo de saber-. Desembarcaremos en la isla de Phi-lac -prometió-. El templo de Isis parece una nave de piedra en medio del río, bajo el cielo espléndido. Y alrededor, dos orillas de granito y el desierto, que tiene el color del pelaje del león. Pero el pórtico, donde pondrás el pie cuando desembarques, no estaba acabado y he mandado que lo terminen. Y he mandado también que graben mi nombre.

VII El vigésimo cuarto día de enero en la sala isíaca

… el poder es un tigre agazapado sobre una roca, solo…

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El dúctil arte de la desinformación

«¡Cómo nos equivocamos aquel día de marzo! -pensaba el senador Valerio Asiático viendo discutir a sus acalorados amigos-Creíamos, confiando en la palabra de un borrachín zafio como Sertorio Macro, que manejar al "muchacho" era un juego. Por suponer eso, Macro perdió la vida, y si las cosas continúan así también la perderemos nosotros.»

Estaba sentado a cierta distancia y, con la lucidez del odio, examinaba mentalmente, como habría hecho un historiador, las acciones del emperador, los campos en los que había actuado, la variedad de sus intereses. «El viaje a la Galia para machacar a Getúlico… Los Germani Corporis Custodes, una fortaleza andante… Los malditos documentos de Tiberio publicados de aquel modo: nos odian tanto que algunos de nosotros vienen a la Curia escondidos dentro de la lectica, tras cortinas tupidas, porque no se atreven a aparecer en los Foros; otros se han enterrado en el campo. Y él va a caballo como un bárbaro; ha viajado más él en cuatro años que otros en veinte. Ha recorrido a caballo toda la costa, desde Roma hasta Reggio. Está aterrorizando a los funcionarios más que Tiberio. Ha enviado embajadores a todas las fronteras, y presume de que no estemos en guerra en ninguna de ellas, ni siquiera en una, desde el Rin Basta el Éufrates… En cuatro arios, solo cuatro arios… Su mente no para de maquinar. Ha puesto en marcha todas las insidiosas reformas que los populares pedían desde hace veinte años. Y ese gorro frigio estampado en las monedas… Ha embriagado a los romanos mandándolos a votar… Cuando un senador muere, y son todos viejos, en su lugar entra un rostro bárbaro que a duras penas habla latín. Dos o tres inviernos más, y estaremos en minoría. Ha cambiado la manera de vestir. Ha vuelto loca a la juventud; están todos con él. -Cada constatación era como una profunda punzada-. Solo tiene veintinueve años… Si el imperio va a ser como él quiere -concluyó, con silencioso espanto-, del que tenemos hoy no quedará nada.» Sin embargo, su lúcido cerebro consideraba que atacar al joven emperador todavía conllevaba riesgos inasumibles.

Se levantó y se incorporó al grupo.

– Estamos perdiendo el tiempo -declaró, dejando caer la voz, como un hachazo, sobre los confusos y veleidosos discursos de sus colegas-. Los romanos lo quieren; los amores estúpidos y peligrosos de la gente ignorante. -Con sadismo, dejó a sus oyentes en un silencio abatido-. Prestadme atención, por favor -dijo después-. Su verdadera protección no son los germanos, es la gente de Roma.

Lo miraron porque sabían que era una gran verdad y les daba miedo. Pero él sonrió, y sus desmoralizados fieles comprendieron que se anunciaban estrategias desconocidas.

Asiático, efectivamente, dijo:

– Debemos hacer descubrir a los romanos que no es el hombre que ingenuamente imaginan. Os pondré un ejemplo: la sesión de ayer. -Miró a su alrededor como un maestro con discípulos poco aventajados-. La discusión sobre aquella ley para el control del gasto público. Yo no estaba presente, pero vosotros salisteis furiosos de la Curia. ¿Qué dijo exactamente?

Cada día más desconfiado y consumido por la tensión, el emperador había declarado que, si hubiera nombrado senador a su caballo Incitatus, este habría demostrado ser más capaz de calibrar los problemas que algunos nobles patres. Una ocurrencia que el pueblo había acogido con carcajadas. Los senadores, en cambio, estaban indignados porque algunos caballerizos, para burlarse, habían puesto sobre la grupa del caballo las insignias senatoriales.

– Así que dijo que su caballo… Bien. Explicaremos a los romanos que hicieron mal en reír. Es más, diremos que no hay ningún motivo para reír: Roma está en peligro. El «muchacho» tiene accesos de locura: quiere nombrar senador de verdad a su caballo.

Lo miraron con profunda sorpresa y él, tan paternal como siempre, sugirió:

– Intentadlo, intentadlo…

En efecto, cuando uno de ellos salió a los soportales de los Foros a contar, con fingida alarma, que después de aquellas famosas fiebres la mente del emperador se había trastocado progresivamente y se encontraba ya en un punto peligroso, puesto que quería nombrar senador a un caballo, encontró a muchos que, estupefactos, escuchaban. Porque, como bien sabía Asiático, las invenciones inverosímiles gozan del constante privilegio de ser inmediatamente creídas. Pero entonces nadie -ni siquiera Asiático, su inventor- imaginaba que la frase incluso sería recogida en los libros de historia.

El éxito del relato espoleó la imaginación.

– Ridiculizar al enemigo es un arte antiguo -decía pacientemente Asiático-. En vez de lamentaros, releed a Aristófanes, id al teatro a ver sus atellanae.

Era verdad: ese arte tendría, a lo largo de los siglos, legiones de imitadores.

Algunos recordaron que el emperador se había casado con Milonia, en Lugdunum, cuando el embarazo de ella estaba avanzado. En el momento del nacimiento, había declarado sentirse feliz y, como difícilmente renunciaba a hacer comentarios jocosos, había respondido a las felicitaciones diciendo que había hecho a aquella deliciosa niña en tres meses.

– Ahí está la prueba -dijo Asiático, riendo, en el corrillo de fieles-. Tiene la mente trastornada, pretende obrar prodigios, se cree casi un dios.

Y dado que Roma era -y quizá seguiría siéndolo durante algún tiempo- una ciudad de súbditos, donde se preferían los chismorreos inútiles a las discusiones constructivas, la ocurrencia corrió de boca en boca.

– Y esa mujer que tiene…

El hecho de que Milonia fuese hermana del tribuno Domicio Corbulo, parentesco incorruptible y peligroso para muchos, se soportaba con dificultad.

– No es muy guapa, eso salta a la vista, y tiene tres años más que él. Lo ha deslumbrado, le hace beber pociones mágicas, drogas.

Después de esos comentarios se esparció el pavoroso rumor -empleando una famosa definición ciceroniana- de que en los palatia vivía una saga, o sea, una poderosísima bruja.

Sextio Saturnino, que tenía amistades femeninas en la residencia imperial, anunció que quizá la saga estaba de nuevo embarazada. Los demás prestaron una apasionada atención, pues eso significaba que aquella maldita estirpe estaba produciendo un heredero para el imperio.

– Pero no es seguro. Las mujeres dicen que la saga todavía no se lo ha anunciado ni siquiera a él.

Así pues, teniendo en cuenta que, si la operación era un éxito, de aquella odiada familia no debían sobrevivir herederos, en las termas y en otros lugares empezaron a contarse cosas de la niña:

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