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El nagual Elías apenas podía contener su entusiasmo al escuchar el relato de don Juan. En tono ferviente le explicó a don Juan que el nagual Julián era un acechador supremo, siempre en busca de lo práctico. Su incesante búsqueda era para obtener puntos de vista y soluciones pragmáticas. Su comportamiento, aquel día en que arrojó a don Juan al río, había sido una obra maestra del acecho. Había maniobrado para afectar a todos. Hasta el río parecía estar a sus órdenes.

El nagual Elías sostuvo que mientras don Juan era arrastrado por la corriente, luchando por su vida, el río le había ayudado a entender lo que era el espíritu. Y gracias a esa comprensión don Juan tuvo la oportunidad de entrar directamente en el conocimiento silencioso.

Don Juan escuchó al nagual Elías lleno de sincera admiración por su entusiasmo, pero sin comprender una sola palabra.

En primer lugar, el nagual Elías explicó a don Juan que el sonido y el significado de las palabras son de suprema importancia para los acechadores. Ellos usan las palabras como llaves que abren cualquier cosa que esté cerrada. Los acechadores, por lo tanto, deben declarar su objetivo antes de tratar de lograrlo. Pero no pueden revelarlo así nomás, desde un principio; deben decirlo cuidadosamente y esconderlo entre las palabras.

El nagual Elías llamó a ese acto, "despertar el intento". Le explicó a don Juan que el nagual Julián había despertado al intento al afirmar enfáticamente, frente a todos los miembros de la casa, que iba a mostrar a don Juan, de una sola vez, qué era el espíritu y cómo definirlo. Eso era una perfecta tontería, pues el nagual Julián sabía que no había modo de mostrar o de definir al espíritu. Su verdadero objetivo era, por supuesto, situar a don Juan en la posición de manejar el intento.

Tras de hacer esa afirmación, que escondía su verdadero objetivo, el nagual Julián reunió a tanta gente como le fue posible, convirtiéndolos en sus cómplices, a sabiendas de ello o no. Todos conocían el objetivo expresado, pero ni uno solo sabía lo que el nagual tenía en mente.

El nagual Elías se equivocó por completo al creer que su explicación iluminaría a don Juan. Sin embargo, continuó pacientemente explicándole que la posición del conocimiento silencioso se llamaba el tercer punto, porque, a fin de alcanzarlo, había que pasar por el segundo punto: el lugar donde no hay compasión.

Dijo que el punto de encaje de don Juan adquirió la suficiente fluidez como para hacerlo doble. Ser doble significaba, para los brujos que uno podía manejar el intento; estar en el lugar de la razón y el del conocimiento silencioso, alternativamente o al mismo tiempo.

El nagual le dijo a don Juan que ese logro había sido magnífico. Hasta lo abrazó como si fuera un niño. Y no podía dejar de ponderar el hecho de que pese a no saber nada o quizá justamente por ello, había podido transferir la totalidad de su energía de un lugar al otro; lo cual significaba, para el nagual, que el punto de encaje de don Juan poseía una fluidez natural muy propicia.

Le dijo a don Juan que todos los seres humanos se hallaban capacitados para lograr esa fluidez. Sin embargo, la mayoría de nosotros solamente la almacenábamos sin usarla jamás, salvo en las raras ocasiones en que la despertaban, o bien los brujos, o ciertas circunstancias naturalmente dramáticas, como una lucha de vida o muerte.

Don Juan lo escuchó como hipnotizado por la voz del viejo nagual. Cuando prestaba atención podía entender cuanto el nagual decía, algo que nunca había podido hacer con el nagual Julián.

El viejo nagual pasó a explicar que la humanidad estaba en el primer punto, el de la razón, pero que no todos los seres humanos tenían el punto de encaje localizado exactamente en el sitio de la razón. Quienes lo tenían justamente allí eran los verdaderos líderes de la humanidad. Casi siempre se trataba de personas desconocidas cuyo genio era el ejercicio de la razón.

Dijo luego que en otros tiempos la humanidad había estado en el tercer punto, el cual, naturalmente, era entonces el primero. Pero que después, la humanidad entera se movió al lugar de la razón. Y que en los tiempos en que el primer punto era el conocimiento silencioso, tampoco todos los seres humanos tenían el punto de encaje localizado directamente en esa posición. Eso significaba que los verdaderos líderes de la humanidad habían sido siempre los pocos seres humanos cuyos puntos de encaje están situados en el sitio exacto de la razón o del conocimiento silencioso. El resto de la humanidad, le dijo el viejo nagual a don Juan, eran simplemente los espectadores. En nuestros días, eran los amantes de la razón. En el pasado habían sido los amantes del conocimiento silencioso. Eran los que admiraban y cantaban odas a los héroes de cada una de esas posiciones.

El viejo nagual afirmó que la humanidad había pasado la mayor parte de su historia en la posición de conocimiento silencioso, lo que explicaba nuestra gran añoranza por él.

Don Juan le preguntó qué era, exactamente lo que el nagual Julián le estaba haciendo. Su pregunta sonaba más madura e inteligente de lo que en realidad era. El nagual Elías respondió en términos que resultaron totalmente oscuros para don Juan. Dijo que el nagual Julián estaba invitando a su punto de encaje a moverse justo a la posición de la razón, para que así don Juan pudiera ser un pensador activo, y no sólo parte de un público pasivo, sin sofisticación y con mucho emocionalismo que amaba las ordenadas obras de la razón. Al mismo tiempo, el nagual Julián lo estaba entrenando a ser un verdadero brujo abstracto, y no sólo parte de un público mórbido e ignorante que amaba lo desconocido.

Le aseguró también a don Juan que sólo el ser humano que fuera un dechado de la razón podría mover su punto de encaje con facilidad, para ser un dechado del conocimiento silencioso. Dijo que sólo aquellos que estaban justamente en una de las dos posiciones podían ver con claridad la otra posición; y que ese había sido el modo como se inició la era de la razón. La posición de la razón se veía claramente desde la posición del conocimiento silencioso.

El viejo nagual le dijo a don Juan que la conexión entre el conocimiento silencioso y la razón era, para los brujos, como un puente de una sola mano, llamado, "interés". Es decir, el interés que los auténticos hombres del conocimiento silencioso tenían por la fuente de lo que sabían. Y el otro puente de una sola mano, que conecta la razón con el conocimiento silencioso, es llamado el "puro entendimiento". Es decir, lo que le dice al hombre de razón que la razón es solamente como una estrella en un infinito de estrellas.

El nagual Elías agregó que cualquier ser humano que tuviera ambos puentes en funcionamiento es un brujo en contacto directo con el espíritu, la fuerza vital que posibilita ambas posiciones. Señaló a don Juan que todo cuanto el nagual Julián había hecho aquel día en el río había sido un espectáculo, no para un público humano, sino para la fuerza que lo estaba observando. Se pavoneó e hizo alardes con total abandono y frialdad y con la audacia más grande divirtió a todos, especialmente al poder al que se estaba dirigiendo.

Don Juan dijo que, según le asegurara el nagual Elías, el espíritu solo escucha cuando el que le habla, le habla con gestos. Y los gestos no significa hacer señales o mover el cuerpo, sino actos de verdadero abandono, de generosidad, de humor. Como gesto para el espíritu, los brujos sacan de sí lo mejor que tienen; su abandono, su frialdad, su audacia y silenciosamente lo ofrecen al espíritu.

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