"Por supuesto que intentar el movimiento de tu punto de encaje fue un gran triunfo, porque te dejó cierto residuo que los brujos buscan con ansias.
Me pareció saber a que se refería. Le dije que el residuo que quedaba en mi estado de conciencia normal, era el recuerdo de que un puma, ya que lógicamente no podía aceptar la idea de que fuera un jaguar, nos había perseguido por una montaña. Agregué que siempre recordé que él me había preguntado cuando estábamos a salvo en la cima, si me sentía ofendido por el ataque del felino. Yo le había asegurado que era absurdo que me sintiera ofendido, y él me había contestado que debía hacer lo mismo con la gente. Si me atacaban debía protegerme o quitarme de en medio, pero sin sentirme moralmente ofendido o perjudicado.
– No es ése el residuo del que estoy hablando -dijo-. La idea de lo abstracto, del espíritu, es el único residuo importante. La idea del yo personal no tiene el menor valor. Todavía pones a tu persona y a tus sentimientos en primera plana. Cada vez que se ha prestado la oportunidad te he hecho notar la necesidad de abstraer. Tú siempre has creído que me refería a la necesidad de pensar de manera abstracta. No. Abstraer significa ponerse a disposición del espíritu por medio del puro entendimiento.
Dijo que una de las cosas más dramáticas de la condición humana es la macabra conexión entre la estupidez y la imagen de sí. Es la estupidez la que nos obliga a descartar cualquier cosa que no se ajuste a las expectativas de nuestra imagen de sí. Por ejemplo, como hombre comunes y corrientes, pasamos por alto el conocimiento más crucial para nosotros: la existencia del punto de encaje y el hecho de que puede moverse.
– Para el hombre racional es inconcebible que exista un punto invisible en donde se encaja la percepción -prosiguió-. Y más inconcebible aún, que ese punto no esté en el cerebro, como capaz podría suponerlo si llegara a aceptar la idea de su existencia.
Agregó que el hombre racional, al aferrarse tercamente a la imagen de sí, garantiza su abismal ignorancia. Ignora, por ejemplo, el hecho de que la brujería no es una cuestión de encantamientos y abracadabras, sino la libertad de percibir no sólo el mundo que se da por sentado, sino también todo lo que es humanamente posible.
– Aquí es donde la estupidez del hombre es más peligrosa -continuó-. El hombre le tiene terror a la brujería. Tiembla de miedo ante la posibilidad de ser libre. Y la libertad está ahí a un centímetro de distancia. Los brujos llaman a la libertad el tercer punto, y dicen que alcanzarlo es tan fácil como mover el punto de encaje.
– Pero usted mismo me ha dicho que mover el punto de encaje es lo mas difícil que existe -protesté.
– Lo es -me aseguró-. Y esto es otra de las contradicciones de los brujos: moverlo es muy difícil, pero también es lo más fácil del mundo. Ya te he dicho que una fiebre alta puede mover el punto de encaje. El hambre o el miedo o el amor o el odio también pueden hacerlo. Lo mismo el misticismo y el intento inflexible, el método preferido de los brujos.
Le pedí que me explicara otra vez qué era el intento inflexible. Dijo que es una especie de determinación; una firmeza; un propósito muy bien definido que no puede ser anulado por deseos o intereses en conflicto. El intento inflexible es también la fuerza engendrada cuando se mantiene el punto de encaje fijo en una posición que no es la habitual. Dijo que los brujos consideran al intento inflexible como el catalizador que propulsa sus puntos de encaje a nuevas posiciones, posiciones que, a su vez, generan más intento inflexible.
Don Juan hizo luego una distinción muy significativa, que me había eludido todos esos años entre un movimiento y un desplazamiento del punto de encaje. Dijo que un movimiento es un profundo cambio de posición, tan acentuado que el punto de encaje podía incluso alcanzar otras bandas de energía. Cada banda de energía representa un universo completamente distinto a percibir. Un desplazamiento, en cambio, es un pequeño movimiento dentro de la banda de campos energéticos que percibimos como el mundo de la vida cotidiana.
Don Juan no quiso hablar más, pero yo lo insté a seguir hablando, a decirme lo que quisiera. Le dije que, por ejemplo, daría cualquier cosa por oír más acerca del tercer punto, pues si bien yo sabía todo lo referente al tercer punto, aún me resultaba muy confuso.
– El mundo de la vida diaria consiste de una serie de dos puntos de referencia -dijo-. Tenemos, por ejemplo, aquí y allá, afuera y adentro, arriba y abajo, el bien y el mal, y así sucesivamente. De modo que debidamente hablando, nuestra percepción de la vida es bidimensional. Nada de lo que hacemos tiene profundidad.
Le saqué en cara que él estaba mezclando niveles. Le dije que hasta podía aceptar su definición de la percepción como la capacidad de los seres vivientes de percibir, con sus sentidos, campos de energía seleccionados por sus puntos de encaje; una definición traída de los cabellos según mis criterios académicos, pero que de momento, parecía coherente. Sin embargo, no lograba imaginar qué podía ser la profundidad de lo que hacemos. Argüí que quizás él estaba hablando de interpretaciones, elaboraciones de nuestras percepciones básicas.
– El brujo percibe sus acciones con profundidad -dijo-. Sus acciones son tridimensionales. Los brujos tienen un tercer punto de referencia.
– ¿Cómo puede existir un tercer punto de referencia? -pregunté, con cierto fastidio.
– Nuestros puntos de referencia son obtenidos primariamente de nuestra percepción sensorial -explicó él-. Nuestros sentidos perciben y diferencian lo que es inmediato para nosotros y lo que no lo es. Usando esta distinción básica derivamos el resto.
Me observó detenidamente durante unos momentos de silencio, mientras yo trataba de comprender lo que decía.
– A fin de alcanzar el tercer punto de referencia uno debe percibir dos lugares al mismo tiempo -me explicó.
Acordarme de mi experiencia con el jaguar me había puesto de un humor extraño; era como si hubiera vivido aquella experiencia apenas unos minutos antes. De pronto me di cuenta de algo que hasta entonces se me había pasado desapercibido: que mi experiencia sensorial era más compleja de lo que había pensado en un principio. Mientras me alzaba por encima de la copa de los arbustos, había estado consciente, sin palabras ni pensamientos, de que estar en dos lugares, o como decían don Juan estar "aquí y aquí", ponía mi percepción inmediata completamente en ambos sitios. Pero también había estado consciente de que a mi percepción doble le faltaba la claridad total de la percepción normal.
Don Juan explicó que la percepción normal tiene un eje. "Aquí y allá" son los extremos de ese eje y el único de los dos que tiene claridad es "aquí". Dijo que, en la percepción normal, solo se percibe el "aquí" por completo, instantánea y directamente. Su referente gemelo, "allá" carece de inmediatez. Se lo infiere, se lo deduce, se lo espera y hasta se lo supone, pero nunca se lo percibe directamente, con todos los sentidos. Cuando percibimos dos lugares a la vez se pierde la claridad total, pero se gana la percepción inmediata del "allá".
– Pero, entonces, don Juan, yo tenía razón al describir mi percepción como la parte importante de mi experiencia -dije.
– No, no tenías razón -dijo-. Lo que experimentaste fue vital para ti, porque te abrió el camino al conocimiento silencioso, pero, como ya te lo dije, lo importante fue tu audacia y también la contraparte de tu audacia: el jaguar.
"Ese animal apareció de la nada, sin que nos diéramos cuenta. Y que podría haber acabado con nosotros, es tan cierto como que te estoy hablando. Ese jaguar fue una expresión de la magia. Sin él no habrías llenado los requisitos del intento, ni habrías tenido regocijo ni lección ni te habrías dado cuenta de nada.