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Vladimir Nabokov

Mashenka

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Traducción de Andrés Bosch

Al recordar pasadas intrigas

Al recordar un pasado amor.

PUSHKIN

PROLOGO A LA TRADUCCIÓN INGLESA

Mashenka fue mi primera novela. Comencé a trabajar en ella en Berlín, poco después de haber contraído matrimonio, en la primavera de 1925. La terminé a principios del año siguiente, y fue publicada por una editorial regida por emigrados rusos (Slovo, Berlín, 1926). Dos años después, aparecía una versión alemana que no he leído (Ullstein, Berlín, 1928). Con esta sola excepción, la novela no ha sido traducida a lo largo del impresionante período de cuarenta y cinco años.

La reconocida tendencia de todo principiante a revelar su intimidad por el medio de presentarse a sí mismo en la obra literaria, o de presentar a un representante suyo, no se debe tanto al atractivo que en él pueda ejercer un tema ya estructurado como al alivio que experimenta al liberarse de sí mismo, antes de emprender mayores empresas. Esta es una de las poquísimas normas generalmente aceptadas a las que me he plegado. Los lectores de mi obra Speak, Memory, comenzada en los años cuarenta, advertirán ciertas semejanzas entre mis recuerdos y los de Ganin.

Su Mashenka es hermana melliza de mi Támara, en ambas obras están los ancestrales caminos, el Oredezh discurre en ambos libros, y la fotografía real de la casa de Rozhestveno, tal como es en la actualidad -excelentemente reproducida en la cubierta de la edición Penguin (Speak, Memory, 1969)- podría muy bien ser la foto del porche con columnas del "Voskresensk" de la novela. No consulté Mashenka al escribir el capítulo doce de la autobiografía, un cuarto de siglo después, pero ahora lo he hecho y me ha fascinado el que, a pesar de las invenciones superpuestas (como la pelea con el bruto del pueblo, o la cita en el pueblo anónimo, entre las luciérnagas), en el relato novelado hay un más denso contenido de realidad personal que en el escrupulosamente fiel testimonio autobiográfico. Al principio me pregunté cómo podía ser esto posible, cómo era posible que la sensación y el aroma reales hubieran superado las exigencias de la trama y de la rotundidad de los personajes ficticios (dos de ellos incluso aparecen, muy desdibujados, en las cartas de Mashenka), máxime si tenemos en cuenta que me resultaba inverosímil que la imitación estilizada pudiera ser compatible con la verdad pura y simple. Pero la explicación de lo anterior es, en realidad, muy sencilla: siguiendo el criterio cronológico de los años, Ganin estaba tres veces más cerca de su pasado de lo que yo lo estaba en Speak, Memory.

Debido a la extremada lejanía de Rusia, y debido a que la nostalgia ha sido un constante y loco compañero a lo largo de toda mi vida, cuyas enternecedoras rarezas me he acostumbrado a tolerar en público, no me molesta en absoluto confesar el doloroso sentimentalismo que hay en mi cariño hacia mi primera obra. Las argucias de la inocencia y la inexperiencia, todos los defectos que cualquier aprendiz de crítico podría denunciar con alegre facilidad, quedan compensados, a mi juicio (y yo soy, en este caso, el único juez) por varias escenas (la convalecencia, el concierto en el granero, el paseo en barco) que, de haber pensado yo en ello, hubieran debido ser transportadas, virtualmente intactas, a una obra posterior. Por todo lo dicho comprendí, tan pronto comencé mi colaboración con Mr. Glenny, que nuestra traducción debía ser tan fiel al texto original como hubiera yo exigido si este texto no hubiera sido mío. Las alegres y felices modificaciones que hice en la versión inglesa de King, Queen, Knave no cabían en el presente caso. Los únicos reajustes que he estimado necesarios quedan reducidos a breves frases explicativas, en tres o cuatro párrafos, referentes a peculiaridades rusas (clarísimas para otros emigrados, pero incomprensibles para los lectores extranjeros), y a transformar en fechas del calendario gregoriano, el generalmente utilizado, las del calendario juliano observado por Ganin. Por ejemplo, lo que para éste es fines de julio, para nosotros es la segunda semana de agosto, etc.

Voy a terminar la presente introducción con las siguientes afirmaciones. Como contesté una de las preguntas que me hizo Aliene Talmey, en su entrevista para Vogue (1970): "Lo mejor de la biografía de un escritor no es el relato de sus aventuras sino la historia de su estilo. Únicamente desde este punto de vista se puede valorar debidamente la relación, si es que la hay, entre mi primera heroína y mi reciente Ada." Podría añadir que, realmente, no hay relación alguna. La otra afirmación hace referencia a una falsa creencia que todavía se esgrime en ciertos sectores. Pese a que cualquier tonto puede alegar que "orange" (naranja) es el anagrama onírico de "organe" (órgano), me permito aconsejar a los miembros de la delegación vienesa que no pierdan su precioso tiempo analizando el sueño de Klara, al término del cuarto capítulo de la presente obra.

VLADIMIR NABOKOV

9 de enero, 1970

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– Lev Glevo. ¿Lev Glebovich? Querido amigo, estos nombres son trabalenguas, más que nombres.

– Es cierto -repuso Ganin con cierta sequedad, mientras intentaba distinguir el rostro de su interlocutor, en la imprevista oscuridad.

Ganin se sentía molesto por la absurda situación en que los dos se encontraban, así como por la conversación que se veía obligado a sostener con aquel desconocido. La voz prosiguió impertérrita:

– No crea que le haya preguntado su nombre y apellido por simple curiosidad. No, porque siempre he creído que todo nombre…

– Voy a pulsar el botón otra vez -le interrumpió Ganin.

– Sí, sí… De todos modos, mucho me temo que no servirá de nada. Pues, tal como le decía, todo nombre lleva anejas sus responsabilidades. Lev y Gleb es una combinación muy extraña, y, en cierta manera, una combinación muy exigente. Significa que quien así se llama ha de tener una personalidad tensa, firme y un poco excéntrica. Mi nombre es mucho más modesto, y el de mi mujer es pura y simplemente Mashenka. Permítame que me presente: Aleksey Ivanovich Alfyorov. Perdón, me parece que le he pisado…

Buscando en la oscuridad la mano que le rozaba el puño de la camisa, Ganin dijo:

– Es un placer. ¿Cree que estaremos así mucho rato? Diablos, ya es hora de que alguien haga algo. La alegre y fatigosa voz sonó un poco más arriba de su oreja, muy cerca:

– Lo mejor será que nos sentemos y esperemos. Ayer, cuando llegué, me tropecé con usted en el pasillo. Luego, por la tarde, a través del tabique, le oí carraspear y, por el sonido de la tos, me di cuenta inmediatamente de que éramos compatriotas. ¿Lleva usted mucho tiempo alojado en esta pensión?

– Siglos. ¿Tiene una cerilla?

– No. No fumo. Desde luego, es sórdida esta pensión, pese a ser rusa. Soy un hombre de suerte, ¿sabe usted? Mi esposa ha salido de Rusia. Cuatro años, casi nada… Sí, señor. Ahora ya falta poco. Hoy es domingo.

Ganin se estrujó los dedos, y musitó:

– Maldita oscuridad… No sé qué hora será.

Alfyorov lanzó un ruidoso suspiro, difundiendo el cálido y pasado hedor propio de un hombre entrado en años y que no goza de mucha salud. Este hedor produce tristeza.

– Sólo faltan seis días. Creo que mi mujer llegará el sábado. Ayer recibí carta. Escribió las señas de un modo muy curioso. Lástima que estemos tan a oscuras, si no le enseñaría el sobre. ¿Qué hace usted, mi querido amigo? Estas ventanitas no se abren.

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