– Desde luego.
La seguí por el pasillo hasta llegar a la salita, que estaba en la parte trasera. Una puerta de cristales comunicaba con el patio trasero, que era pequeño, estaba pavimentado con hormigón y bordeado de plantas anuales. Más allá del patio, la pendiente que conducía al ancón. Distinguí El fugitivo, amarrado todavía al embarcadero.
– ¿Te apetece un Bloody Mary? Yo voy a tomar uno. -Se dirigió al mueble bar, abrió el cubo del hielo y con ayuda de unas pinzas de plata dejó caer los tintineantes cubitos en un vaso de forma anticuada. Desde siempre había deseado yo hacer una cosa así.
– Sírvete tú. Para mí es un poco temprano.
Exprimió un pedazo de limón y escanció unos centímetros de vodka. Sacó de la mininevera un frasco de concentrado, lo agitó y lo echó sobre el vodka. No lo hacía con soltura. Parecía agotada. Se había maquillado muy poco y saltaba a la vista que había llorado. Puede que al oír el timbre de la puerta se hubiera recuperado un poco. Esbozó una sonrisa lastimera.
– ¿A qué debo el placer de esta visita?
– Vengo de casa de Dana. Ya que estaba en Perdido, se me ocurrió pasar por aquí con objeto de pedirte permiso para inspeccionar las pertenencias de Wendell. Puede que haya olvidado alguna cosa, algo que pueda proporcionar información. Es lo único que se me ocurre en lo que se refiere a pistas.
– No hay nada suyo en la casa, pero puedes echar un vistazo si quieres. ¿Ha estado la policía en el barco, echando polvos para las huellas y esas cosas?
– Lo único que sé es lo que me han dicho esta mañana en la compañía de seguros. Por lo visto ha sido hallado el barco, pero ni rastro de Wendell. Del dinero no sé nada todavía.
Cogió el vaso y se sentó en un sillón mientras me indicaba con la mano que hiciera lo mismo en el otro.
– ¿Qué dinero?
– ¿No te lo dijo Wendell? Carl tenía tres millones de dólares escondidos en el barco.
Tardó cinco segundos en asimilar la información. De pronto, echó atrás la cabeza y rompió a reír, no precisamente de alegría, pero tampoco de dolor. Se recompuso.
– Bromeas -dijo. Negué con la cabeza. Lanzó otra sonora carcajada y fue ella quien cabeceó a continuación-. Es increíble. ¿Y todo ese dinero estaba en el Lord? No me lo creo. En realidad me convendría creerlo porque de ese modo todo tiene lógica.
– ¿Sí?
– Antes no acababa de entender su obsesión por el dichoso barco. No paraba de hablar del Lord.
– No sé de qué hablas.
Agitó la bebida con una varilla de vidrio, que lamió con fruición.
– Bueno, quería mucho a sus hijos, eso no puede negarse, pero no dejaba que el amor paterno interfiriese en su vida anterior. Estaba sin un centavo, cosa normal en él, por lo menos desde que lo conocí. Yo, en cambio, tenía dinero de sobra; para los dos. Hace unos cuatro meses empezó a darle vueltas a esto que te digo. Quería ver a sus hijos, quería ver a su nieto, quería pedir perdón a Dana por lo que le había hecho. Creo que lo que en el fondo quería era apoderarse del dinero. Y te apuesto lo que quieras a que se ha salido con la suya. Así me explico que se hiciese el misterioso. Tres millones de dólares. Me has dejado estupefacta. No podía imaginármelo.
– Pues no pareces estupefacta, sino deprimida.
– Sí, supongo que lo estoy, ya que lo dices. -Bebió un buen trago. Supuse que ya se había echado al cuerpo más de un vaso antes de aparecer yo. Los ojos se le anegaron de lágrimas. Cabeceó.
– ¿Te pasa algo?
Se recostó sobre el respaldo del sillón con los ojos cerrados.
– Necesito creer en él. Necesito creer que le importa algo más que el dinero. Porque si en realidad es la clase de hombre que parece, ¿dónde estoy yo? -Abrió los ojos.
– No creo que lo que haga Wendell Jaffe tenga que ver con nada en concreto -puntualicé-. Le he dicho lo mismo a Michael. No te lo tomes personalmente.
– ¿Lo denunciará la compañía de seguros?
– La verdad es que ya no hay nada que LFC considere en peligro a estas alturas. Salvo lo que ya sabemos, como es natural. Quien se quedó con el dinero de la póliza fue Dana y la compañía negociará con ella a su debido tiempo. Por lo demás, se han lavado las manos.
– ¿Y la policía?
– Bueno, puede que lo busquen, y hablando con sinceridad, espero que lo hagan; pero no sé cuánto personal movilizarán. Aunque se trate de estafa y robo mayor, hay que coger primero al individuo. Luego, demostrarlo. Ha transcurrido tanto tiempo que es imposible no preguntarse por el sentido y el objeto de toda la operación.
– Me rindo. ¿Cuál es el sentido y el objeto de toda la operación? Pensé que trabajabas para la compañía de seguros.
– Trabajaba, pero ya no. Te lo diré de otro modo. Tengo por el asunto lo que se suele llamar intereses creados. Ha absorbido mi vida entera en los últimos diez días y no quiero dejarlo sin concluir. Tengo que terminarlo, Renata. Tengo que saber lo ocurrido.
– Dios mío, una fanática. Lo que faltaba. -Cerró los ojos otra vez y se pasó el vaso frío por la sien como si quisiera reducirse la fiebre-. Estoy agotada -dijo-. Me gustaría dormir un año entero.
– ¿Te importa si echo un vistazo?
– Haz lo que se te antoje, eres mi invitada. Wendell se lo llevó todo, pero tampoco yo me he molestado en comprobar si fue así totalmente. Tendrás que perdonarme por el estado emocional en que me encuentro. Aún me cuesta hacerme a la idea de que me ha abandonado después de cinco años juntos.
– No estoy segura de que sea eso lo que ha pasado, pero enfócalo de la siguiente manera: si se lo hizo a Dana, ¿por qué no a ti?
Sonrió sin abrir los ojos; tuvo un efecto extraño. No sabía si me oía en realidad. Puede que ya estuviese dormida. Le quité el vaso de la mano y lo dejé en la mesa de vidrio.
Pasé los siguientes cuarenta y cinco minutos registrando todos y cada uno de los rincones de la casa. En situaciones así, nunca se sabe lo que puede encontrarse: papeles personales, notas, correspondencia, teléfonos, un diario, un cuaderno de direcciones. Cualquier cosa puede servir. Renata tenía razón. Wendell se lo había llevado todo. No tuve más remedio que desistir con un encogimiento de hombros. Es cierto que habría podido encontrar algún secreto fabuloso en relación con su paradero; y quien no busca, no encuentra.
Bajé la escalera y crucé en silencio la sala de estar. Renata se movió y abrió los ojos al pasar yo ante el sofá.
– ¿Ha habido suerte? -Tenía la voz espesa, fruto del agotamiento alcohólico.
– No, pero valía la pena probar. ¿Necesitarás algo?
– ¿Quieres decir cuando me recupere de la humillación? No, estaré perfectamente.
Guardé silencio durante unos instantes.
– ¿Llamó alguna vez a Wendell un sujeto llamado Harris Brown?
– Sí. Le dejó un recado, Wendell lo llamó a su vez y se pelearon por teléfono.
– ¿Cuándo?
– No me acuerdo. Ayer quizá.
– ¿Sobre qué fue la pelea?
– Wendell no me lo dijo. Por lo visto había muchas cosas que no quería compartir con nadie. Si das con él, no quiero saberlo. Mañana seguramente cambiaré la cerradura de la puerta.
– Es domingo. Te costará el doble.
– Entonces hoy. Esta tarde. En cuanto me levante.
– Llámame si necesitas algo.
– Un poco de diversión -dijo.