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– Todos los yetis están desnutridos, menos Grr-ympr, que sólo presenta síntomas de mucha edad. Le calculo como cien años -concluyó el lama.

– ¿Qué ha cambiado en el valle para que les falte comida? -preguntó el discípulo.

– Tal vez no falta alimento, sino que están enfermos y no asimilan lo que comen. Los bebés dependen de la leche materna, que no sirve para nutrirlos, es como agua, por eso mueren a las pocas semanas o meses. Los adultos tienen más recursos, porque comen carne y plantas, pero algo los ha debilitado.

– Por eso se han ido reduciendo de tamaño y mueren jóvenes -agregó Dil Bahadur.

– Tal vez.

Dil Bahadur puso los ojos en blanco: a veces la vaguedad de su maestro lo sacaba de quicio.

– Éste es un problema de las últimas dos generaciones, porque Grr-ympr recuerda cuando los yetis eran altos como ella. A este paso posiblemente en pocos años habrán desaparecido -dijo el joven.

– Tal vez -replicó por centésima vez el lama, quien estaba pensando en otra cosa, y agregó que Grr-ympr también recordaba cuando se trasladaron a este valle. Eso significaba que había algo dañino allí, algo que estaba destruyendo a los yetis.

– ¡Eso debe ser…! ¿Puede salvarlos, maestro? -Tal vez…

El monje cerró los ojos y oró durante unos minutos, pidiendo inspiración para resolver el problema y humildad para comprender que el resultado no estaba en sus manos. Haría lo mejor que pudiera, pero él no controlaba la vida o la muerte.

Terminada su corta meditación, Tensing se lavó las manos, enseguida se dirigió a uno de los corrales, escogió a una chegno hembra y la ordeñó. Llenó su escudilla de leche tibia y espumosa y la llevó donde estaban los niños. Empapó un trapo en la leche y lo puso en la boca de uno de ellos. Al principio éste no reaccionó, pero a los pocos segundos el olor de la leche lo reanimó, sus labios se abrieron y comenzó a succionar débilmente del trapo. Con gestos, el lama indicó a las madres que lo imitaran.

El proceso de enseñar a los yetis a ordeñar los chegnos y alimentar a los bebés gota a gota fue largo y tedioso. Los yetis tenían una capacidad mínima de razonamiento, pero lograban aprender por repetición. El maestro y el discípulo pasaron el día completo en eso, pero vieron los resultados esa misma noche, cuando tres de los niños empezaron a llorar por primera vez. Al día siguiente los cinco lloraban pidiendo leche y pronto abrieron los ojos y pudieron moverse.

Dil Bahadur se sentía tan ufano como si la solución hubiera sido idea suya, pero Tensing no descansaba. Debía encontrar una explicación. Estudió cada cosa que los yetis se echaban a la boca, sin dar con la causa de la enfermedad, hasta que él mismo y su discípulo empezaron a sufrir dolores de vientre y vomitar bilis. Ellos sólo comían tsampa, su alimento habitual de harina de cebada, manteca y agua caliente. No probaron la carne de chegno que les ofrecieron los yetis, porque eran vegetarianos.

– ¿Qué es lo único diferente que hemos comido, Dil Bahadur? -preguntó el maestro, mientras preparaba un té digestivo para ambos.

– Nada, maestro -replicó el joven, pálido como un muerto.

– Algo debe ser -insistió Tensing.

– Sólo nos hemos alimentado de tsampa, nada más… -murmuró el joven.

Tensing le pasó la escudilla con el té y Dil Bahadur, doblado de dolor, se la llevó a la boca. No alcanzó a tragar el liquido. Lo escupió sobre la nieve.

– ¡El agua, maestro! ¡Es el agua caliente!

Normalmente hervían agua o nieve para preparar su tsampa y el té, pero en el valle habían utilizado el agua hirviendo de una de las fuentes termales que brotaban del suelo.

– Eso es lo que está envenenando a los yetis, maestro -insistió el príncipe.

Los habían visto utilizar el agua color lavanda de la fuente termal para hacer una sopa de hongos, hierbas y flores moradas, la base de su alimentación. Grr-ympr había perdido el apetito con los años y sólo comía carne cruda cada dos o tres días y se echaba puñados de nieve a la boca para calmar la sed. Esa misma agua termal, que debía contener minerales tóxicos, habían empleado ellos para el té. En las horas siguientes la evitaron por completo y el malestar que los atormentaba cesó. Para asegurarse de que habían dado con la causa del problema, al otro día Dil Bahadur hizo té con el agua sospechosa y lo bebió. Pronto estaba vomitando, pero feliz de haber probado su teoría.

El lama y su discípulo informaron con gran paciencia a Grr-ympr de que el agua caliente color lavanda estaba absolutamente prohibida, así como las flores moradas que crecían en las orillas del arroyo. El agua termal servía para bañarse, no para beberla ni para preparar comida, le dijo. No se dieron el trabajo de explicarle que contenía minerales dañinos, porque la anciana yeti no habría comprendido; bastaba con que los yetis acataran sus instrucciones. Grr-ympr facilitó su tarea. Reunió a sus súbditos y les notificó la nueva ley: quien bebe de esa agua, será lanzado a las fumarolas, ¿entendido? Todos entendieron.

La tribu ayudó a Tensing y Dil Bahadur a recolectar las plantas medicinales que necesitaban. Durante la semana que permanecieron en el Valle de los Yetis, los visitantes comprobaron que los niños se recuperaban día a día, y que los adultos se fortalecían a medida que desaparecía el color morado de las lenguas.

Grr-ympr en persona los acompañó cuando llegó el momento de partir. Los vio encaminarse hacia el cañón por donde habían llegado y después de algunas vacilaciones, porque temía revelar el secreto de los yetis incluso a esos dioses, les indicó que la siguieran en la dirección contraria. El lama y el príncipe anduvieron detrás de ella durante más de una hora, por un sendero angosto que pasaba entre las columnas de vapor y las lagunas de agua hirviendo, hasta que dejaron atrás la primitiva aldea de los yetis.

La hechicera los llevó hasta el final de la meseta, les señaló una apertura en la montaña y les comunicó que por allí salían los yetis de vez en cuando en busca de comida. Tensing logró comprender lo que ella les decía: era un túnel natural para acortar camino. El misterioso valle quedaba mucho más cerca de la civilización de lo que nadie suponía. El pergamino en poder de Tensing indicaba la única ruta conocida por los lamas, que era mucho más larga y llena de obstáculos, pero también existía ese paso secreto. Por su ubicación, Tensing comprendió que el túnel bajaba directamente por el interior de la montaña y salía antes de Chenthan Dzong, el monasterio en ruinas. Eso les ahorraba dos tercios del camino.

Grr-ympr se despidió de ellos con la única muestra de afecto que conocía: les lamió la cara y las manos hasta dejarlos empapados de saliva y mocos.

Apenas la horrenda hechicera dio media vuelta, Dil Bahadur y Tensing se revolcaron en la nieve para limpiarse. El maestro se reía, pero el discípulo apenas podía controlar el asco.

– El único consuelo es que nunca más volveremos a ver a esta buena señora -comentó el joven.

– Nunca es mucho tiempo, Dil Bahadur. Tal vez la vida nos depare una sorpresa -replicó el lama, penetrando decididamente en el angosto túnel.

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