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Lisbeth Salander tardó varios minutos en encontrar su móvil bajo el montón de ropa que le había quitado Mimmi. Mikael Blomkvist contemplaba su embarazosa búsqueda con gran interés mientras daba una vuelta por la casa. Todos los muebles, sin excepción, parecían haber sido recogidos de contenedores de basura. Encima de una pequeña mesa de trabajo del salón, había un impresionante PowerBook, state of the art. En una estantería, un reproductor de cedes. La colección de compactos, sin embargo, era cualquier cosa menos impresionante: estaba compuesta por una miserable decena de discos de grupos desconocidos para Mikael, cuyos integrantes se le antojaron vampiros de otra galaxia. Constató que la música no era su fuerte.

Salander vio que Armanskij la había llamado no menos de siete veces la noche anterior y dos por la mañana. Marcó el número mientras Mikael, apoyado contra el marco de la puerta, escuchaba la conversación.

– Soy yo… Lo siento, estaba apagado… Sé que me quiere contratar…; no, está aquí en mi casa. Dragan, tengo resaca y me duele la cabeza, así que corta el rollo… -le soltó, elevando la voz-. ¿Le has dado el visto bueno al trabajo o no…? Gracias.

Clic.

Lisbeth Salander miraba de reojo a través de la puerta del salón. Mikael fisgoneaba entre sus discos y sacaba libros de la librería. Acababa de encontrar un frasco marrón de medicamentos, sin etiqueta, que alzó y miró al trasluz con curiosidad. Cuando estaba a punto de desenroscar el tapón, ella alargó la mano y le quitó el frasco; acto seguido volvió a la cocina, se sentó en una silla y se puso a masajearse las sienes hasta que Mikael se volvió a sentar.

– Las reglas son sencillas -dijo ella-. Lo que hables conmigo o con Dragan Armanskij no trascenderá a nadie más. Firmaremos un contrato en el que Milton Security se compromete a guardar silencio. Quiero saber en qué consiste el trabajo antes de decidir si aceptarlo o no. Significa que no diré ni una sola palabra de todo lo que me cuentes, acepte el encargo o no; con la condición, eso sí, de que no te dediques a actividades delictivas de envergadura. En tal caso, informaré a Dragan, quien, a su vez, dará parte a la policía.

– Bien.

Mikael dudó.

– Puede que Armanskij no esté del todo al tanto de la naturaleza de la misión…

– Me dijo que querías que yo te ayudara con una investigación histórica.

– Sí, es correcto. Pero lo que quiero que hagas es que me ayudes a identificar a un asesino.

A Mikael le llevó más de una hora contarle todos los intrincados detalles del caso Harriet Vanger. No omitió nada. Tenía el permiso de Frode para contratarla, pero para hacerlo era necesario que confiara plenamente en ella.

También le habló de su relación con Cecilia Vanger y de cómo había descubierto su cara en la ventana de la habitación de Harriet. Le proporcionó a Lisbeth una descripción todo lo detallada que pudo acerca de la personalidad de Cecilia; en su fuero interno Mikael empezaba a admitir que ella había ascendido muchos peldaños en la lista de sospechosos. Pero todavía estaba muy lejos de entender cómo podría haber estado vinculada a un asesino en activo cuando no era más que una niña.

Finalmente le dio a Lisbeth Salander una copia de la lista de la agenda de teléfonos.

Magda – 32016

Sara – 32109

RJ – 30112

RL – 32027

Mari – 32018

– ¿Qué quieres que haga?

– He identificado a RJ, Rebecka Jacobsson, y la he relacionado con una cita bíblica que trata sobre la ley del holocausto. La asesinaron introduciendo su cabeza en brasas ardiendo, una muerte parecida al sacrificio descrito en el pasaje bíblico. Si todo esto es como yo pienso, me temo que nos encontraremos con otras cuatro víctimas más: Magda, Sara, Mari y RL.

– ¿Crees que están muertas? ¿Asesinadas?

– Un asesino que actuó en los años cincuenta y, tal vez, en los sesenta. Y que, de una manera u otra, tiene que ver con Harriet Vanger. He estado hojeando números atrasados del Hedestads-Kuriren. El asesinato de Rebecka es el único crimen monstruoso vinculado a Hedestad que he encontrado. Quiero que sigas investigando en el resto de Suecia.

Lisbeth Salander se sumió en sus propios pensamientos con un silencio tan inexpresivo y tan largo que Mikael empezó a rebullir impacientemente en su silla. Se estaba preguntando si no se habría equivocado de persona cuando ella, finalmente, levantó la vista.

– De acuerdo. Acepto el trabajo. Pero tienes que firmar el contrato con Armanskij.

Dragan Armanskij imprimió el contrato que Mikael Blomkvist debía llevar a Hedestad para que lo firmara Dirch Frode. Al volver al despacho de Lisbeth Salander vio, a través del cristal, cómo la joven y Mikael Blomkvist permanecían inclinados sobre el PowerBook de Lisbeth. Mikael puso una mano en un hombro de ella -«la estaba tocando»- y señaló algo con el dedo. Armanskij se detuvo.

Mikael dijo algo que pareció sorprender a Lisbeth. Acto seguido ella soltó una sonora carcajada.

Armanskij no la había oído nunca reírse, a pesar de llevar años intentando ganarse su confianza. Hacía tan sólo cinco minutos que Lisbeth conocía a Mikael Blomkvist y ya se estaba riendo con él.

En ese momento odió a Mikael con tanta intensidad que hasta él mismo se asombró. Se aclaró la voz al entrar por la puerta y le entregó una carpeta de plástico con el contrato.

Por la tarde, Mikael tuvo tiempo de hacer una rápida visita a la redacción de Millennium. Era la primera vez desde que recogiera su mesa de trabajo antes de Navidad, y, de repente, le resultó extraño subir por esas escaleras que, por otra parte, le eran tan familiares. El código de acceso seguía siendo el mismo, de modo que pudo entrar por la puerta sin llamar la atención y quedarse un rato en la redacción mirando a su alrededor.

La redacción de Millennium se hallaba en un local con forma de L. La entrada era un gran vestíbulo que ocupaba mucha superficie y que realmente no servía para nada más. Lo habían amueblado con un tresillo para recibir a las visitas. Detrás de éste había un comedor con una cocinita, unos servicios y dos cuartos llenos de librerías y archivos. Y también una mesa de trabajo para el consabido becario. A la derecha de la entrada, un gran cristal daba al estudio de Christer Malm; tenía su propia empresa en unos ochenta metros cuadrados, con acceso directo desde la escalera. A la izquierda se situaba la redacción propiamente dicha, de unos ciento cincuenta metros cuadrados, con una fachada acristalada que daba a Götgatan.

La distribución había sido cosa de Erika, quien mandó poner unas cristaleras creando, de este modo, tres despachos individuales y un espacio abierto para los otros tres colaboradores. Ella se quedó con el despacho más grande, al fondo de la redacción, y mandó a Mikael al otro extremo del local, en el único sitio que se podía ver desde la entrada. Advirtió que nadie se había instalado allí.

El tercer despacho, un poco apartado, lo ocupaba Sonny Magnusson, de sesenta años, exitoso vendedor de espacios publicitarios de Millennium desde hacía varios años. Erika encontró a Sonny al quedarse éste en el paro por los recortes de plantilla que hubo en la empresa donde llevaba trabajando casi toda su vida. Por aquel entonces, Sonny se encontraba en una edad en la que no esperaba que le ofrecieran otro empleo fijo. Erika le eligió a dedo; le ofreció una pequeña retribución fija mensual, más una comisión por los ingresos de los anuncios. Sonny mordió el anzuelo y, hasta la fecha, ninguno de los dos se había arrepentido. Sin embargo, durante el último año poco importaban sus habilidades como vendedor; los ingresos habían caído en picado, al igual que el salario de Sonny. Pero, en lugar de buscarse otra cosa, se apretó el cinturón y permaneció fiel a su puesto. «A diferencia de mí, que he provocado la caída», pensó Mikael.

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