– ¿Me podrías poner un poco más de café? -preguntó Erika
Hennk Vanger se lo sirvió inmediatamente
– Vale, controlas el tema. Nos han hecho daño ¿Y qué?
– ¿De cuánto tiempo disponemos?
– Tenemos medio año para darle la vuelta a todo esto. Ocho o nueve meses como mucho. Pero, sencillamente, no contamos con suficiente capital para sobrevivir más tiempo.
El viejo, con un rostro impenetrable, miró por la ventana con gesto absorto. La iglesia seguía allí
– ¿Sabíais que una vez estuve metido en el negocio periodístico?
Mikael y Erika negaron con la cabeza De repente, Hennk Vanger se rió.
– Durante los años cincuenta y sesenta tuvimos seis periódicos en Norrland. Fue idea de mi padre; pensaba que podría ser políticamente provechoso tener a los medios de comunicación apoyándonos. De hecho, la familia sigue siendo uno de los propietarios del Hedestads-Kuriren; Birger Vanger es presidente de la junta directiva del grupo de propietarios. Es el hijo de Harald -añadió, dirigiéndose a Mikael.
– Y además, consejero municipal -apuntó Mikael.
– Martin también está en la junta. Mantiene a raya a Birger.
– ¿Por qué dejasteis los periódicos? -preguntó Mikael.
– La reestructuración de los años sesenta. La actividad periodística era, en cierto sentido, más un hobby que, otra cosa. En los setenta, cuando tuvimos que ajustar el presupuesto, unos de los primeros bienes que vendimos fueron los periódicos. Pero sé lo que significa llevar un periódico… ¿Puedo hacerte una pregunta personal?
Iba dirigida a Erika, que arqueó una ceja y le hizo un gesto a Vanger para que continuara.
– Que conste que no le he preguntado nada a Mikael, y si no queréis contestar, no hace falta que lo hagáis, pero me gustaría saber por qué os metisteis en este lío. ¿Teníais realmente una historia?
Mikael y Erika intercambiaron miradas. Ahora le tocaba a Mikael mostrar un rostro impenetrable. Erika dudó un instante antes de hablar.
– La había. Pero en realidad nos salió otra.
Henrik Vanger asintió con la cabeza, como si hubiera entendido exactamente lo que quería decir Erika. Mikael, por su parte, no entendió nada.
– No quiero hablar de eso -dijo Mikael, cortándola-. Hice mis investigaciones y redacté el texto. Tenía todas las fuentes que me hacían falta. Luego se fue todo a la mierda. Y punto.
– Pero ¿tenías fuentes de todo lo que escribiste?
Mikael asintió. De repente, el tono de voz de Henrik Vanger se hizo más duro.
– No voy a fingir que comprendo cómo diablos habéis podido caer en semejante trampa. No recuerdo ninguna otra historia parecida, a excepción, tal vez, del caso Lundahl en Expressen en los años sesenta; no sé si os sonará, sois jóvenes. Por cierto, ¿vuestra fuente también era un mitómano? -Henrik movió la cabeza incrédulo y se dirigió a Erika en voz más baja-: He sido editor antes y puedo volver a serlo. ¿Qué os parecería tener otro socio?
La pregunta surgió como un relámpago en medio de un cielo claro, pero Erika no pareció en absoluto sorprenderse.
– ¿Qué? ¿Lo dices en serio?
Henrik Vanger evitó la pregunta formulando otra:
– ¿Hasta cuándo te quedas en Hedestad?
– Me voy mañana.
– ¿Podrías considerar, bueno, tú y Mikael, por supuesto, contentar a un pobre viejo cenando esta noche en mi casa? ¿A las siete?
– Estupendo. Con mucho gusto. Pero estás esquivando mi pregunta. ¿Por qué querrías tú ser socio de Millennium?
– No la estoy esquivando. Más bien tenía en mente que lo podríamos hablar acompañados de un poco de comida. Necesito hablar con mi abogado, Dirch Frode, antes de poder ofreceros algo más concreto. Pero, modestamente, digamos que tengo algún dinero disponible. Si la revista sobrevive y vuelve a ser rentable, habré hecho un buen negocio. Si no…; bueno, he sufrido peores pérdidas en mi vida.
Mikael estaba a punto de abrir la boca justo cuando Erika le puso la mano en una rodilla.
– Mikael y yo hemos luchado muy duramente para ser totalmente independientes.
– Tonterías. Nadie es completamente independiente. Pero yo no tengo intención de hacerme con el control de la revista y me importa un pepino el contenido. Ese cabrón de Stenbeck se apuntó un tanto publicando Moderna Tider; así que yo puedo apoyar a Millennium, ¿no? Además, es una buena revista.
– ¿Esto tiene algo que ver con Wennerström? -preguntó Mikael.
Henrik Vanger sonrió.
– Mikael, tengo más de ochenta años. Me arrepiento de no haber hecho algunas cosas, y de no haberme metido más con ciertas personas. Pero, ya que lo preguntas -se volvió a dirigir a Erika-, una inversión así conlleva, como poco, una condición.
– A ver -dijo Erika Berger.
– Mikael Blomkvist debe recuperar el cargo de editor jefe.
– No -dijo Mikael enseguida.
– Sí -replicó Henrik Vanger igual de tajante-. A Wennersrtöm le va a dar algo si emitimos un comunicado de prensa declarando que las empresas Vanger apoyan a Millennium y que, al mismo tiempo, tú recuperas tu puesto de editor jefe. Es la señal más absolutamente clara que le podemos mandar; todo el mundo entenderá que no se trata de hacerse con el poder y que la política de la redacción se mantendrá firme. Y eso, en sí mismo, les dará a los anunciantes que piensan retirarse una razón para reconsiderar su postura. Y Wennerström no es todopoderoso. También tiene enemigos, y habrá empresas dispuestas a anunciarse.
– ¿Qué coño está pasando aquí? -exclamó Mikael en el mismo momento en que Erika cerró la puerta.
– Creo que se llama sondeo preliminar de cara a un acuerdo comercial -contestó-. ¡Qué cielo de persona es! ¡Y tú sin decirme nada!
Mikael se puso delante de ella.
– Ricky, sabías perfectamente lo que se iba a tratar en esta conversación.
– Oye, muñeco: son sólo las tres y quiero que me atiendas bien antes de la cena.
Mikael Blomkvist estaba furioso. Pero nunca había conseguido estar enfadado mucho tiempo con Erika.
Erika llevaba un vestido negro, una chaqueta que le llegaba a la cintura y unos zapatos de tacón alto que, por casualidad, había metido en su pequeña maleta. Insistió en que Mikael llevara corbata y americana, así que se puso unos pantalones negros, una camisa gris, una corbata oscura y se enfundó en una americana gris. Cuando llamaron a la puerta de la casa de Henrik Vanger a las siete en punto se dieron cuenta de que Dirch Frode y Martin Vanger también habían sido invitados. Todos llevaban corbata y americana menos Henrik, que lucía pajarita y una chaqueta marrón de punto.
– La ventaja de tener más de ochenta años es que nadie te critica por cómo vas vestido -dijo.
Durante toda la cena Erika hizo gala de un espléndido humor.
Después se trasladaron a un salón con chimenea y se sirvieron unas copas de coñac; fue entonces cuando empezaron a tratar seriamente el asunto. Hablaron durante casi dos horas antes de tener el borrador de un acuerdo sobre la mesa.
Dirch Frode fundaría una empresa cuyo único propietario sería Henrik Vanger y cuya junta directiva estaría compuesta por él mismo, Frode y Martin Vanger. La empresa, durante un período de cuatro años, invertiría una suma de dinero que cubriría la diferencia existente entre los ingresos y los gastos de Millennium. El dinero provendría de la fortuna personal de Henrik Vanger. A cambio, éste ocuparía un destacado puesto en la junta directiva de la revista. El acuerdo tendría vigencia durante cuatro años, aunque podría rescindirse por parte de Millennium al cabo de dos. Pero una ruptura prematura saldría muy costosa, ya que la única manera de comprar la parte de Hennk sería retribuyéndole la totalidad del dinero invertido.
En el caso de que Henrik Vanger falleciera, Martin Vanger le sustituiría en la junta durante el período restante. En ese supuesto, la decisión de prolongar su compromiso con la revista sólo le correspondería a él. A Martin Vanger parecía divertirle la posibilidad de pagarle con la misma moneda a Hans-Erik Wennersrtöm, mientras Mikael, por su parte, se preguntaba cuál sería la verdadera causa del conflicto existente entre ellos dos.