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El único viaje que Mikael realizó durante el primer mes fue una excursión de un día a una cala del lago Siljan. Tomó prestado el Mercedes de Dirch Frode y condujo por un paisaje nevado para pasar una tarde con el inspector Gustaf Morell. Mikael había intentado hacerse una idea sobre Morell basándose en la imagen que se desprendía de la investigación policial; encontró a un viejo enjuto y nervudo que se movía lentamente y que hablaba con más parsimonia aún.

Mikael llevaba un cuaderno con unas diez preguntas, principalmente cosas que se le habían ocurrido mientras leía el informe policial. Morell contestó pedagógicamente a todas las preguntas. Al final Mikael dejó de lado sus anotaciones y le explicó a Morell que las preguntas sólo habían sido una excusa para poder conocer al retirado inspector. Lo que realmente quería era conversar un rato y formularle la única pregunta importante: ¿había algo en la investigación policial que no hubiera recogido en los informes?; ¿hizo alguna reflexión o tenía algún presentimiento que quisiera comunicarle?

Ya que Morell, al igual que Henrik Vanger, llevaba treinta y seis años dándole vueltas al misterio de la desaparición de Harriet, Mikael esperaba cierta resistencia. Al fin y al cabo, él era el chico nuevo que se había metido en el berenjenal en el que Morell se perdió. Pero no había el menor indicio de hostilidad. Antes de contestar, Morell cargó meticulosamente su pipa y encendió una cerilla.

– Sí, claro que he reflexionado. Pero mis ideas son tan vagas y escurridizas que no sé muy bien cómo formularlas.

– ¿Qué cree que le ocurrió a Harriet?

– Creo que la asesinaron. En eso estoy de acuerdo con Henrik. Es la única explicación posible. Pero nunca hemos sabido el porqué. Lo que creo es que lo hicieron por alguna razón concreta; no fue por un ataque de locura, ni para violarla, ni nada por el estilo. Si conociéramos el motivo, sabríamos quién la asesinó.

Morell meditó un rato

– El asesinato pudo haberse cometido de manera espontánea. Quiero decir que alguien se aprovechó del absoluto caos que se generó después del accidente. El asesino ocultó el cuerpo y lo trasladó más tarde, mientras nosotros hacíamos batidas por la isla.

– En tal caso estamos hablando de alguien con mucha sangre fría.

– Hay un detalle relevante. Harriet se presentó en el despacho de Henrik e intentó hablar con él. Ahora, en retrospectiva, me parece un comportamiento raro; ella sabía muy bien que él estaba ocupado con todos los familiares que andaban por allí. Creo que Harriet constituía una amenaza para alguien, que quería contarle algo a Henrik y que el asesino se dio cuenta de que ella iba a… bueno, a chivarse.

– Henrik estaba ocupado con algunos miembros de la familia…

– Aparte de Henrik, había cuatro personas en la habitación: su hermano Greger, un cuñado que se llama Magnus Sjögren, y los dos hijos de Harald Vanger, Birger y Cecilia. Pero eso no significa nada. Pongamos que Harriet, hipotéticamente hablando, hubiera descubierto que alguien malversaba fondos de la empresa. Podría haberlo sabido desde hacía meses e, incluso, haberlo comentado con la persona en cuestión. Podría haber intentado chantajearle, o puede que le diera pena y que ella no supiera si delatarlo o no. Quizá se decidiera de repente y tal vez se lo contara al asesino, quien, acto seguido, en un ataque de pura desesperación, la mató.

– ¿Por qué habla en masculino?

– Estadísticamente, la mayoría de los asesinos son hombres. Pero es cierto: en la familia Vanger hay algunas mujeres que son unas auténticas arpías.

– Ya he conocido a Isabella.

– Es una de ellas. Pero hay más. Cecilia Vanger puede ser bastante mordaz. ¿Has conocido ya a Sara Sjögren?

Mikael negó con la cabeza.

– Es la hija de Sofia Vanger, una de las primas de Henrik. Ahí tienes a una mujer realmente antipática y exenta de escrúpulos. Pero vivía en Malmö y, por lo que he podido averiguar, no tenía ningún motivo para matar a Harriet.

– Vale.

– El problema sigue siendo que, con todas las vueltas que le hemos dado al asunto, todavía no hemos averiguado la causa. Eso es lo más importante. Si damos con el motivo, sabremos qué ocurrió y quién es el culpable.

– Se ha empleado a fondo en este caso. ¿Hay alguna pista que no haya investigado?

Gustaf Morell se rió entre dientes.

– Pues no, Mikael. Le he dedicado al caso un tiempo infinito y no se me ocurre nada que no haya llevado hasta donde era posible. Incluso después de que me ascendieran y me fuera de Hedestad.

– ¿Se fue?

– Sí, yo no soy originario de Hedestad. Estuve destinado allí entre 1963 y 1968. Luego, al nombrarme comisario, me trasladé a la policía de Gävle hasta el final de mi carrera profesional. Pero incluso en Gävle seguí con mis pesquisas sobre la desaparición de Harriet.

– Henrik Vanger no le dejaba en paz, supongo.

– No, claro que no. Pero no fue por eso. El misterio de Harriet me sigue fascinando aún hoy en día. Quiero decir… hay que verlo de la siguiente manera: todos los policías tienen un misterio sin resolver. De mis días en Hedestad recuerdo que, cuando tomábamos café, los compañeros de más edad hablaban sobre el caso Rebecka, en particular un policía que se llamaba Torstensson, muerto hace mucho, que año tras año retomaba el caso. En su tiempo libre y en sus vacaciones. Cuando los delincuentes locales no daban mucha guerra, solía sacar las carpetas y ponerse a cavilar.

– ¿También se trataba de una chica desaparecida?

Por un momento, el comisario Morell pareció asombrado. Luego, al darse cuenta de que Mikael buscaba alguna conexión, sonrió.

– No, no lo he mencionado por eso. Estoy hablando del «alma» del policía. El caso Rebecka ocurrió incluso antes de que Harriet Vanger naciera y hace mucho tiempo que prescribió. En los años cuarenta una mujer de Hedestad fue atacada, violada y asesinada. No es nada raro. Durante su carrera profesional todo policía tiene que investigar alguna vez esa clase de crímenes. Lo que quiero decir es que hay casos que se te pegan al cuerpo y se meten por debajo de la piel. Aquella chica fue asesinada de la manera más brutal. El asesino la ató y le metió la cabeza entre las brasas encendidas de una chimenea. No sé cuánto tiempo tardaría la pobre en morir ni las torturas que sufriría.

– ¡Joder, qué horror!

– Pues sí. Extremadamente cruel. El pobre Torstensson fue el primer investigador que se presentó en el lugar del crimen y el asesinato permaneció sin resolverse, a pesar de que se recurriera a la ayuda de expertos de Estocolmo. Nunca jamás pudo dejar el caso.

– Lo entiendo.

– De modo que mi Rebecka se llama Harriet. En su caso ni siquiera sabemos cómo murió. Técnicamente, ni siquiera podemos probar que se cometiera un asesinato. Pero nunca he sido capaz de abandonar el tema. -Meditó durante un instante-. Investigar un asesinato puede ser el trabajo más solitario del mundo. Los amigos de la víctima están indignados y desesperados, pero tarde o temprano, al cabo de algunas semanas o de unos meses, la vida vuelve a la normalidad. Los más allegados necesitan más tiempo, pero ellos también superan el dolor y la desesperación. La vida sigue. Pero los asesinatos sin resolver te corroen por dentro. Al final, sólo queda una persona que piensa en la víctima e intenta que se haga justicia: el policía que se hace cargo de la investigación.

Tres personas más de la familia Vanger vivían en la isla de Hedeby. Alexander Vanger -nacido en 1946 e hijo de Greger, el tercer hermano- habitaba en una casa de madera, reformada, de principios del siglo XX. Mikael sabía, por Henrik, que Alexander Vanger se encontraba actualmente en las Antillas, donde se dedicaba a su ocupación favorita: navegar y dejar pasar el tiempo sin dar un palo al agua. Henrik hablaba de su sobrino en términos tan descalificatorios que Mikael llegó a la conclusión de que Alexander Vanger habría sido objeto de ciertas controversias. Sin embargo, se contentó con saber que Alexander tenía veinte años cuando Harriet Vanger desapareció, y que formaba parte del círculo de familiares presentes en la isla.

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