Comieron juntos. Mikael miró de reojo a Pernilla. No veía a su hija desde que ella lo visitó en Hedestad. Se dio cuenta de que no había comentado con su madre el entusiasmo por aquella secta bíblica de Skellefteå. Y tampoco podía contarle que fue el conocimiento bíblico de la niña lo que finalmente lo puso sobre la pista correcta en el tema de la desaparición de Harriet. No había hablado con su hija desde entonces y sintió una punzada de mala conciencia.
No era un buen padre.
Después de la comida se despidió de Pernilla con un beso y luego se encontró con Lisbeth Salander en Slussen para irse juntos a Sandhamn. Apenas se habían visto desde que estalló la bomba de Millennium. Llegaron tarde, la misma Nochebuena, y se quedaron durante los días de fiesta.
Como siempre, Mikael resultaba una compañía agradable y entretenida, pero Lisbeth Salander tuvo la desagradable sensación de ser analizada con una mirada particularmente rara cuando le devolvió el préstamo con un cheque de ciento veinte mil coronas. Pero él no dijo nada.
Dieron un paseo hasta Trovill -lo cual a Lisbeth le pareció una pérdida de tiempo-, cenaron en la fonda y luego se retiraron a la casita de Mikael, donde encendieron la estufa de esteatita, pusieron un disco de Elvis y se entregaron al sexo sin mayores pretensiones. En los momentos en los que Lisbeth bajaba de su nube intentaba comprender sus propios sentimientos.
No tenía problemas con Mikael como amante. Se lo pasaban bien en la cama. Se trataba de una relación palpablemente física. Y él nunca intentaba adiestrarla.
Su problema era que no sabía interpretar lo que sentía por Mikael. Desde antes de la pubertad, no había bajado la guardia para dejar que otra persona se acercara a ella tanto como lo había hecho Mikael Blomkvist. Él tenía una capacidad sinceramente fastidiosa para penetrar en sus mecanismos de defensa y engañarla para que hablara, una y otra vez, de asuntos privados y sentimientos personales. Aunque todavía conservaba la suficiente cordura como para ignorar la mayoría de sus preguntas, le contaba cosas de sí misma que no habría explicado a otra persona, ni siquiera bajo amenaza de muerte. Aquello la asustaba y hacía que se sintiera desnuda y abandonada a la voluntad de Mikael.
Al mismo tiempo, mientras miraba su cuerpo dormido y escuchaba sus ronquidos, sentía que jamás había confiado de manera tan incondicional en nadie. Estaba absolutamente segura de que Mikael Blomkvist nunca usaría lo que sabía sobre su persona para hacerle daño. No formaba parte de su naturaleza.
Lo único de lo que no hablaban nunca era de su relación. Ella no se atrevía y Mikael no sacó el tema ni una sola vez.
El día después de Navidad, en algún momento de la mañana, llegó a una aterradora conclusión. No entendía cómo podía haber ocurrido, ni tampoco cómo iba a manejar la situación. Por primera vez en su vida estaba enamorada.
Que él tuviera casi el doble de edad no le preocupaba. Tampoco que en ese momento se tratara de una de las personas más famosas de Suecia, que incluso había aparecido en la portada de Newsweek. Todo eso no era más que un culebrón mediático. Sin embargo, Mikael Blomkvist no representaba ni una fantasía erótica ni un sueño inalcanzable. Aquello tenía que acabar, no podía funcionar. ¿Qué le aportaba ella a él? Posiblemente no fuera más que un pasatiempo, mientras Mikael esperaba a alguien cuya vida no fuera un puto nido de ratas.
Repentinamente comprendió que el amor era ese momento en el que el corazón quiere salirse del pecho.
Al despertarse Mikael, bien entrada la mañana, ella había preparado café y puesto la mesa con el pan del desayuno. La acompañó y pronto advirtió que algo en su actitud había cambiado: Lisbeth se mostraba un poco más reservada. Cuando le preguntó si le pasaba algo, Lisbeth puso cara de no saber de qué iba la cosa.
Al día siguiente, Mikael Blomkvist cogió el tren a Hedestad. Esta vez iba bien abrigado y llevaba unos buenos zapatos de invierno. Dirch Frode fue a buscarlo a la estación y lo felicitó en voz baja por su éxito mediático. Mikael no visitaba Hedestad desde agosto; ya había pasado prácticamente un año desde la primera vez. Se estrecharon la mano y conversaron educadamente. Pero Mikael se sentía incómodo: quedaban bastantes cosas por resolver.
Todo estaba preparado; la transacción en casa de Dirch Frode no les llevó más de un par de minutos. Frode se había ofrecido a ingresar el dinero en una cuenta extranjera que no le daría problemas, pero Mikael insistió en que se le pagara como si fuesen unos honorarios normales que se le hacían a su empresa.
– No me puedo permitir otra forma de pago -contestó con un tono seco cuando Frode le preguntó.
La visita no sólo era de naturaleza económica. En la casita de invitados Mikael todavía tenía ropa, libros y algunas otras pertenencias personales que se quedaron allí cuando él y Lisbeth abandonaron Hedeby apresuradamente.
Después de su infarto, Henrik Vanger seguía estando delicado, pero ya había salido del hospital y se encontraba en casa. Una enfermera particular -que se negaba a dejarle dar largos paseos, subir escaleras y hablar de temas que pudieran alterarlo- cuidaba constantemente de él. Para más inri, Henrik acababa de coger un leve catarro, por lo que la enfermera le había ordenado que guardara cama.
– Encima es cara -se quejó Henrik Vanger.
Los honorarios de la mujer indignaron más bien poco a Mikael Blomkvist, quien opinó que el viejo debería poder afrontar el gasto sin problema considerando todo el dinero que había defraudado a Hacienda a lo largo de su vida. Henrik Vanger le contempló malhumorado antes de echarse a reír.
– Maldita sea. Tú sí que valías cada corona; lo sabía.
– Sinceramente, nunca pensé que sería capaz de resolver el misterio.
– No pienso darte las gracias -dijo Henrik Vanger.
– No las esperaba -contestó Mikael.
– Has recibido una buena recompensa.
– No me quejo.
– Hiciste un trabajo y el sueldo debe ser suficiente agradecimiento.
– Sólo estoy aquí para decirte que lo considero terminado.
Henrik Vanger torció la boca.
– No lo has acabado.
– Ya lo sé.
– No has escrito lo que acordamos: la crónica sobre la familia Vanger.
– Ya lo sé. Y no voy a escribirla.
Permanecieron en silencio un rato meditando sobre el incumplimiento de esa parte del contrato. Luego Mikael prosiguió:
– No puedo escribir la historia. No puedo hablar de la familia Vanger y omitir conscientemente los acontecimientos más importantes de las últimas décadas: sobre Harriet, su padre, su hermano y los asesinatos. ¿Cómo podría redactar un capítulo sobre la época de Martin como director ejecutivo fingiendo que no sé lo que había en su sótano? Tampoco puedo escribir la historia sin volver a destrozar la vida de Harriet.
– Entiendo tu dilema y te estoy muy agradecido por la decisión que has tomado.
– Así que dejo la historia.
Henrik Vanger asintió.
– Felicidades. Has conseguido corromperme. Voy a destruir todas las notas que escribí y todas las grabaciones que te hice.
– La verdad es que a mí no me parece que te hayas dejado corromper -dijo Henrik Vanger.
– Es lo que siento. De modo que es muy probable que sea así.
– Tenías que elegir entre tu trabajo como periodista y tu trabajo como persona. Estoy convencido de que si Harriet hubiese estado implicada o si me consideraras un cabrón, no habría sido posible comprar tu silencio. Seguro que entonces habrías elegido el papel de periodista y nos habrías puesto en la picota.
Mikael no dijo nada. Henrik se quedó mirándolo.
– Ya se lo hemos contado todo a Cecilia. Dirch Frode y yo pronto habremos desaparecido y Harriet necesitará el apoyo de algún familiar. Cecilia va a participar activamente en la junta directiva. Serán ella y Harriet las que dirijan el grupo de ahora en adelante.