Hola, Harriet. Es cierto que desaparecí muy precipitadamente de Hedeby. Ahora estoy trabajando en aquello a lo que realmente debería haberme dedicado este año. Tendrás información con la suficiente antelación antes de que el texto vaya a imprenta, pero me atrevo a decir que el problema de este último año pronto se habrá acabado.
Espero que tú y Erika seáis amigas, y claro que no tengo inconveniente en que formes parte de la junta de Millennium. Le contaré a Erika lo que pasó. Pero ahora mismo no tengo ni fuerzas ni tiempo; antes de hacerlo quiero dejar reposar el tema un poco más.
Estaremos en contacto. Saludos. Mikael.
Lisbeth no le prestó mucha atención a lo que Mikael estaba escribiendo. Levantó la mirada del libro cuando él dijo algo que, al principio, ella no comprendió.
– Perdón. Estoy pensando en voz alta. He dicho que esto es muy fuerte.
– ¿Qué es lo que es fuerte?
– Wennerströrn mantuvo una relación con una camarera de veintidós años a la que dejó embarazada. ¿No has leído su correspondencia con el abogado?
– Por favor, Mikael. Tienes diez años de correspondencia, de correos electrónicos, de acuerdos, de documentos de viajes y de Dios sabe qué en ese disco duro. No estoy tan fascinada por Wennerström como para leerme sus gigabytes de chorradas. He leído una pequeña parte, más que nada para satisfacer mi curiosidad; lo suficiente para constatar que se trata de un gánster.
– Vale. Bueno, la dejó embarazada en 1997. Cuando ella le pidió una compensación, el abogado contrató a alguien para convencerla de que abortara. Supongo que la intención era ofrecerle una suma de dinero, pero la chica no estaba interesada. Entonces la persuasión se hizo de la siguiente manera: el matón le metió la cabeza en una bañera llena de agua hasta que ella accedió a dejar en paz a Wennerström. Y todo esto se lo escribe a Wennerström el idiota del abogado en un correo electrónico; encriptado, es cierto, pero de todos modos… Bueno, no es que el nivel de inteligencia de esta gentuza me sorprenda demasiado.
– ¿Qué pasó con la chica?
– Abortó. Para satisfacción de Wennerström.
Lisbeth Salander no dijo nada en diez minutos. De repente sus ojos se ennegrecieron.
– Otro hombre que odia a las mujeres -murmuró finalmente. Mikael no la oyó.
Ella cogió los cedes y dedicó los siguientes días a leer detenidamente el correo electrónico de Wennerström, así como otros documentos. Mientras Mikael seguía trabajando, Lisbeth estaba sentada en la cama con su Power-Book en las rodillas, reflexionando sobre el extraño imperio de Wennerström.
Se le había ocurrido una peculiar idea que no conseguía quitarse de la cabeza; más que nada se preguntaba por qué no había pensado en ello antes.
Una mañana, a finales de octubre, Mikael imprimió una página y luego apagó el ordenador ya a las once de la mañana. Sin pronunciar palabra, subió al dormitorio y le entregó a Lisbeth un buen tocho de papeles. Acto seguido, se durmió. Ella le despertó por la tarde para darle sus opiniones sobre el texto.
Poco después de las dos de la madrugada, Mikael hizo una última copia de seguridad de su reportaje.
Al día siguiente, cerró los postigos de la casita y le echó la llave a la puerta. Las vacaciones de Lisbeth se habían acabado. Se fueron juntos a Estocolmo.
Antes de llegar a Estocolmo, Mikael tenía que tratar con Lisbeth un tema bastante delicado. Lo sacó en el ferry de Waxholm, cuando estaban tomando café en vasos de papel.
– Tenemos que ponernos de acuerdo sobre lo que le voy a contar a Erika. Si no puedo explicarle cómo he conseguido el material, se negará a publicarlo.
Erika Berger. La amante de toda la vida y la redactora jefe de Mikael. Lisbeth no la conocía y tampoco estaba segura de quererlo hacer; le parecía una interferencia poco definida, aunque molesta, en su vida.
– ¿Qué sabe ella de mí?
– Nada -suspiró Mikael-; llevo todo el verano evitándola. No soy capaz de contarle lo que pasó en Hedestad porque me da una tremenda vergüenza. Se siente enormemente frustrada por la parquedad de mis informaciones. Sabe, por supuesto, que he estado en Sandhamn escribiendo este texto, pero ignora su contenido.
– Mmm.
– Se lo daré dentro de un par de horas. Entonces, me hará un interrogatorio en tercer grado. No sé qué decirle.
– ¿Qué quieres decirle?
– Quiero contarle la verdad.
Una arruga apareció en el entrecejo de Lisbeth.
– Lisbeth, Erika y yo discutimos casi siempre. En cierto modo forma parte de nuestra manera de entendernos. Pero nos tenemos una confianza absoluta. Es totalmente fiable. Tú eres una fuente y ella moriría antes de descubrirte.
– ¿A cuántos más tendrás que contárselo?
– A nadie más. Esto me lo llevaré a la tumba; y Erika hará lo mismo. Pero si me dices que no, no le revelaré tu secreto. Lo que no pienso hacer es mentirle e inventarme una fuente que no existe.
Lisbeth reflexionó durante todo el trayecto hasta que atracaron en el muelle delante del Grand Hotel. «Análisis de consecuencias.» Al final, a regañadientes, aceptó ser presentada a Erika. Mikael encendió el móvil y llamó.
Erika Berger recibió la llamada en plena comida de negocios con Malin Eriksson, candidata al puesto de secretaria de redacción. Malin tenía veintinueve años y llevaba cinco haciendo sustituciones y suplencias. Nunca había tenido un empleo fijo y estaba empezando a dudar si lo tendría alguna vez. La oferta de trabajo no había sido publicada; un viejo conocido de Erika había recomendado a Malin. Erika la llamó el mismo día en que terminó su última suplencia para saber si estaba interesada en solicitar un puesto en Millennium.
– Se trata de una suplencia de tres meses -dijo Erika-, pero si funciona bien, puede llegar a ser algo fijo.
– Se rumorea que Millennium va a cerrar dentro de poco.
Erika Berger sonrió.
– No deberías hacer caso a los rumores.
– Ese Dahlman al que voy a sustituir… -Malin Eriksson dudó- va a una revista que es propiedad de Hans-Erik Wennerström…
Erika asintió con la cabeza.
– A nadie del gremio se le habrá escapado que estamos en conflicto con Wennerström. No les tiene mucha simpatía a los empleados de Millennium.
– Así que si acepto el puesto, yo también perteneceré a ese grupo.
– Es bastante probable, sí.
– Pero Dahlman ha conseguido un puesto en Finansmagasinet Monopol.
– Podríamos decir que es la manera que Wennerström tiene de compensar ciertos servicios que Dahlman le ha prestado. ¿Sigues interesada?
Malin Eriksson meditó la respuesta un instante. Luego asintió con la cabeza.
– ¿Cuándo quieres que empiece?
Fue en ese preciso momento cuando Mikael Blomkvist llamó e interrumpió la entrevista.
Erika usó sus propias llaves para abrir la puerta del apartamento de Mikael. Era la primera vez que se veían cara a cara desde aquella breve visita a la redacción a finales de junio. Ella entró en el salón y encontró en el sofá a una chica de una delgadez anoréxica, vestida con una desgastada chupa de cuero y con los pies encima de la mesa. Al principio pensó que la joven tendría unos quince años, pero eso fue antes de ver sus ojos. Seguía observando aquella aparición cuando Mikael irrumpió con una cafetera y unas pastas.
Mikael y Erika se examinaron.
– Perdóname por haber pasado de ti de esta manera -dijo Mikael.
Erika inclinó la cabeza a un lado. Algo había cambiado en Mikael. Lo veía demacrado, más delgado de lo que recordaba. Sus ojos se mostraban avergonzados y por un breve instante él evitó su mirada. Erika le observó el cuello. Tenía marcada una línea roja leve, aunque claramente perceptible.
– Te he estado esquivando. Es una historia muy larga y no me siento muy orgulloso de mi papel. Pero luego lo hablamos… Ahora te quiero presentar a esta joven. Erika, Lisbeth Salander. Lisbeth, ésta es Erika Berger, la redactora jefe de Millennium y mi mejor amiga.