Литмир - Электронная Библиотека

Robinson se frotó la frente.

– No lo había pensado de esa forma.

– Eso es lo que hace que el trabajo de un policía sea tan importante, Walter. Nos gusta pensar que existe un tribunal divino. Esperamos que exista, pero podría ser que no. Y si no lo hay, entonces todo depende exclusivamente de nosotros. Y de nadie más.

– Eres un filósofo, Simon.

– Por supuesto. Todos los viejos lo somos.

– Sí que hay más por ahí sueltos, y no sólo unos pocos, sino más de los que podemos contar. Pervertidos de todo pelaje. Asesinos que cuentan con un estilo y un método únicos.

– Pero este tipo… -Winter bajó la vista al retrato robot- éste no es un delincuente sexual, ni un pervertido ni un desventurado megalómano. No es Bundy, ni Gacy, ni Charlie Manson. A éste lo motiva otra cosa.

– ¿Qué cosa?

– El odio -dijo Simon.

– ¿Odia a sus víctimas? Pero si apenas las conoce.

– No; las conoce bien. No exactamente a ellas, sino quiénes son. Pero lo más importante es que odia lo que representan para él. Comparten un pasado. Pero yo apostaría a que su odio se remonta más allá. Y lo que quiere matar es la Historia.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Robinson.

– Que jamás ha conocido otra cosa que la ira.

El inspector inclinó la cabeza hacia el retrato.

– Eso tiene lógica -dijo tras unos instantes-. Puede que sea eso lo que me ha confundido.

– ¿Cómo?

– Puedo entender la perversión. Puedo entender que uno quiera eliminar a la competencia, que alguien pegue un tiro a su padre por haberle engañado. Siempre he podido entender casi todas las razones para asesinar. Pero a este tipo no le entiendo. Todavía no. Y eso me preocupa, Simon.

El viejo policía sonrió.

– Me parece -dijo- que quizá no te he concedido demasiado crédito. -Y se rascó la cabeza-. Así que, si eso es lo que mueve a nuestro hombre, ¿no crees que podríamos intentar buscar el origen?

– ¿El origen de ese odio?

– Exactamente.

Winter rebuscó dentro de la pequeña mochila que llevaba, la cual contenía unos libros y su cuaderno y hacía que se considerase a sí mismo el estudiante más extraño sobre la faz de la tierra. Entregó un papel a Robinson, el cual lo examinó rápidamente y a continuación levantó la vista con expresión confusa.

– ¿Qué significa esto? -preguntó. Y entonces leyó con voz vacilante: Geheime Staatspolizei Gbh, trece; Sec. 101. -Miró de nuevo a Winter-. Esto es alemán, ¿no?

– Correcto. Imagino que es la denominación militar del Departamento de Investigación Judío. Ahí es donde trabajaban los cazadores. Ahí es donde nuestro hombre se formó y descubrió su vocación. También he hecho un par de llamadas, al Centro del Holocausto y a uno o dos historiadores. Me han ayudado mucho. Ahora necesitamos encontrar a alguien en Alemania que posea una lista de los hombres que trabajaban en esa sección. Si queda alguien con vida, recordará a la Sombra, y puede que hasta sepa cómo se llama. El nombre puede que haya cambiado, pero servirá para empezar.

Robinson sacudió la cabeza.

– ¿Crees que conservarán una lista de los cazadores que trabajaban para ellos?

– Puede ser. Te diré lo que he descubierto: durante la guerra los alemanes llevaban listas y registros de las cosas más absurdas. Crearon un mundo totalmente del revés, en el que las leyes protegían a los culpables y los delincuentes campaban a sus anchas por las calles. Y como era tan extraño, se volvieron devotos de la organización. Y organización significa papeleo. Sophie me lo dijo poco antes de ser asesinada, y yo no la escuché: «Incluso cuando iban a matarte, los nazis llevaban a cabo papeleo.» De modo que yo diría que en alguna parte hay una lista de los hombres que se encargaban de los cazadores. Todos los capitanes, tenientes y sargentos que manejaban el papeleo. Y ahora que ya no existe la Alemania del Este, hay muchos documentos que han quedado a la deriva por allí. Merece la pena intentarlo.

– ¿Pero cómo…?

– ¿Nunca has hecho una petición internacional de información?

– Pues sí, claro. Sobre aquel narcotraficante colombiano del que te hablé. Me puse en contacto con la policía de…

– Pues hagamos lo mismo en Alemania. Al mismo tiempo, nos pondremos en contacto con la oficina de Procesos Especiales del Departamento de Justicia. Cada cierto tiempo sale a la luz un antiguo nazi, y hay alguien que lleva su caso. Probablemente tienen un contacto con los alemanes.

– No sé, Simon. A mí me parece que deberíamos concentrarnos aquí.

– Aquí sólo estamos buscando una sombra. Allí hay alguien que conoce a ese hombre.

– Hace cincuenta años.

– Pero lo conoce, y eso nos resultará muy valioso cuando montemos la trampa.

– ¿Estás seguro? Podría ser que estuvieran todos muertos. O que no estuvieran dispuestos a hablar.

– Siempre es posible, pero si no lo intentamos…

– …no lo sabremos. Ya, te entiendo.

– Míralo de esta forma. Si fueras reportero del Herald y tuvieras una información de que la Sombra está aquí, ¿no harías esas llamadas?

– Probablemente.

– Bueno, pues nosotros también. Y contamos con más recursos. ¿Por qué no hacer que la señorita Martínez se valga de su cargo? Un fiscal impresionará a la policía alemana. Y recuerda que siempre están enviando esos malditos turistas alemanes aquí, a Miami Beach. Puede que estén deseosos de ayudar. -Simon Winter sonrió-. Tal como lo veo, cuando la Sombra caiga en nuestra trampa, el foco con que lo iluminaremos será bastante intenso para que no le quede ninguna escapatoria.

Walter Robinson se encogió de hombros y pensó que aquella idea era un imposible. Y luego, con la misma rapidez, pensó: ¿Y por qué no?

22 La llamada esperada

Espy Martínez telefoneaba sin pausa, con insistencia, no segura del todo de que fuera a encontrar lo que necesitaba, pero tampoco de que no fuera a encontrarlo.

Tal como habían sugerido Walter y Simon, había empezado por Procesos Especiales del Departamento de Justicia, sólo para descubrir que aquél era, en el mejor de los casos, un nombre inapropiado. Se había enterado de que Procesos Especiales era una pequeña oficina y que sus funcionarios ya no trabajaban a jornada completa. Era más bien una denominación asignada a todo fiscal al que le hubieran asignado un caso sobre un probable nazi. En otro tiempo había sido una oficina de verdad, pero ahora tenía un carácter muy secundario. A medida que pasaban los años iba apartándose de las oficinas principales y languideciendo con la misma erosión que el tiempo imponía a las personas a las que se pretendía detener. Había sólo dos casos en curso: el de un carnicero de Milwaukee que había sido guardia del campo de concentración de Treblinka, y el de un sacerdote de un monasterio de Minnesota que había sido miembro de un batallón de exterminio Einsatzgruppen de las SS en Polonia. Ambos casos habían sido derivados al Servicio de Inmigración y Naturalización, donde, según Espy pudo determinar, fueron archivados a la espera de la comodidad burocrática que la vejez trae con la muerte.

El Departamento de Estado había sido ligeramente de más ayuda; tras media docena de llamadas, cambiando de un despacho a otro, una secretaria le proporcionó el número del enlace policial en la Embajada de Estados Unidos en Bonn.

Había persistido, trabajando hasta bien entrada la noche, y finalmente la pusieron con un tipo de voz alegre y simpática que por casualidad era oriundo de Tallahasee y estaba encantado de hablar con alguien de su estado. El hombre le confirmó que las autoridades alemanas probablemente estarían dispuestas, pero no exactamente entusiasmadas, a ayudarla en su búsqueda… pero sólo después de que ella les proporcionara un nombre.

– Son nazis a los que estoy buscando -replicó ella.

– Sí, señora, lo comprendo. La policía de aquí está tomando medidas enérgicas contra toda clase de actividades neonazis.

82
{"b":"110069","o":1}