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Y había esto, una forma de vivir: «Entonces dijo Jesús: "Desprecia la hipocresía y aquello que es malo. Busca la verdad y aquello que es bueno. No dejes que el reino del cielo se marchite, porque el reino es como la rama de una palmera, cuyos frutos caen cerca de ella, y los frutos son bienes que deben ser recobrados y nuevamente sembrados."»

Y había esto, una filosofía para el presente: «Y Jesús los reunió a Su alrededor, diciéndoles: "No olvidéis cuánto tiempo ha existido el mundo antes de vuestro nacimiento, y cuánto existirá después de vosotros, y con esto sabed que vuestra vida terrenal es un solo día y vuestros sufrimientos una sola hora. Por lo tanto, vivid no con la muerte sino con la vida. Recordad mi palabra, que es tener fe, dar amor, hacer buenas obras. Porque benditos serán aquellos que serán salvados por creer en esta palabra."»

En varias ocasiones, Santiago había sido testigo de la curación que hacía su hermano de los enfermos; empero, nunca había atestiguado los divinos milagros de los que se rumoreó en tantas lenguas. Había visto la intervención de Jesús en favor de Lázaro. Aunque San Juan había embellecido posteriormente el suceso y lo había hecho un milagro de resurrección de la muerte, Santiago había sido testigo presencial del acontecimiento mismo. «Entonces Marta y María habían mandado llamar a Jesús después de que su amado hermano, Lázaro, había caído gravemente enfermo y yacía inmóvil. Yo fui con Jesús a la casa de Lázaro en la ladera del Monte de los Olivos, y entré con él a la casa, donde Jesús miró a su amigo y tocó su frente febril, exclamando: "Oh Lázaro, levántate", y Lázaro se levantó y a partir de entonces estuvo sano.»

Dos veces, durante Su ministerio, había padecido Jesús mal trato de los centuriones romanos; una vez en Cafarnaúm, donde sufrió la fractura de una pierna. (La pierna le fue mal curada, y desde entonces Jesús caminó con una pronunciada cojera.) En ambas ocasiones los centuriones le habían amenazado con el arresto y el castigo si no desistía de agitar al populacho.

Sin embargo, en ninguna ocasión había sido realmente arrestado, y en ningún momento desistió de Sus prédicas.

En el año decimosexto del reinado de Tiberio [Anotación: Cuando Jesús tenía treinta y cuatro años de edad], Jesús había llevado su credo de caridad, misericordia y paz (y de obediencia a ninguna otra autoridad que a Dios y a Sí mismo como la Palabra de Dios) al corazón de Jerusalén. Los ocupantes romanos le advirtieron que Sus enseñanzas podrían fomentar otra rebelión, y tanto Santiago como la jerarquía del Sanedrín judío le rogaron a Jesús que llevara Sus prédicas a otra parte, para no fomentar más el antagonismo con los romanos y con el violentamente antisemita Poncio Pilatos, protegido de Sejano en Roma.

Jesús se había negado a hacer caso de las advertencias o el consejo que había recibido. Y aunque cada uno de Sus movimientos era observado por espías pagados, Él continuó predicando, y durante la fiesta de Pascua osó dar Su mensaje a la multitud a la sombra misma del palacio de Herodes. Encolerizado, Pilatos conferenció con Herodes Antipas, gobernador de Galilea, que acababa de llegar a la ciudad. Esa noche, Jesús celebró la cena de Seder con Sus más cercanos discípulos en la casa de Nicodemo, donde volvió a narrar la historia del Éxodo de los Hijos de Israel, respondió a preguntas hechas por el más joven de los presentes, repartió el pan sin levadura, o matzoth, y tomó hierbas amargas y vino. Finalmente, persuadido por Santiago y los otros de abandonar Jerusalén por un tiempo y llevar Su mensaje a otra parte, Jesús salió esa noche a través del Valle de Kidron, cuando un espía cuyo nombre se desconoce condujo a un destacamento de soldados romanos hasta Él. Jesús fue interceptado y arrestado.

A la mañana siguiente, frente al palacio de Herodes, Jesús fue emplazado a juicio ante Poncio Pilatos. Acusado de desafiar a la autoridad y fomentar la inquietud, Jesús se mantuvo de pie aguardando la sentencia. Los testigos llevados en Su contra habían sido romanos o personas a quienes se les había sido implacable durante el breve juicio. [Anotación: Saduceos que regentaban el templo y rehusaban a prestar testimonio en contra de Jesús (por temor de echarse encima a Sus seguidores o de acarrearse la hostilidad de la comunidad judía al ponerse de parte de las autoridades romanas).] Pilatos había sido implacable durante el breve juicio. [Anotación: El Rey Agripa I informó a César Calígula que Pilatos era siempre: «inflexible, inmisericorde y obstinado».] El veredicto de Pilatos fue lacónico. Le dijo a Jesús: «Serás crucificado.» Y Jesús replicó: «Mira, que tu casa se queda desolada.»

Después de una severa flagelación (dos látigos guarnecidos con huesos de perro fueron usados para azotar a Jesús más de cien veces), Él y dos criminales llamados Dimas y Gestas fueron conducidos por un contingente de soldados romanos y hechos salir por la Puerta de las Ovejas hacia una pequeña colina cercana a las murallas de Jerusalén. Allí fue crucificado Jesús. No se le perforaron las manos ni los pies con clavos de hierro; en lugar de eso, con cuerdas le ataron las muñecas al travesaño de la cruz y los tobillos le fueron ceñidos al poste de madera de olivo. Retorciéndose en agonía, sangrando todavía por las laceraciones del látigo, sediento y delirante, estaba colgado allí, al sol, para morir. Para precipitar Su fin, un soldado apuñaló a Jesús en el costado con una espada corta, y riendo dijo: «¡Ahora dejemos que Elias venga a salvarle!»

Al extraérsele la hoja de la espada, Jesús perdió el conocimiento.

A la novena hora [Anotación: las tres de la tarde], el centurión miró a Jesús, lo tocó, lo sintió yerto, y anunció que estaba muerto. Entonces, unos amigos del fallecido, Nicodemo y José de Arimatea, invocando la ley romana que permitía un funeral honorable para aquellos que eran ejecutados por razones políticas, hicieron llegar a Pilatos la petición de que les permitiera tomar el cuerpo y darle un entierro decente. Su deseo fue concedido.

Antes de la caída de la noche, Nicodemo dio instrucciones a los discípulos Simón y Juan para que bajaran el cuerpo y lo llevaran a la tumba privada de su familia, y allí prepararan el cadáver para su entierro. Mientras los hombres iban a avisar a Santiago y a buscar lino y mirra y polvos de áloe para ungirlo, María de Magdala se sentó a vigilar el cuerpo que yacía sobre el piso de la antecámara de la tumba. Cuando los hombres regresaron con el afligido Santiago en su compañía, María les salió al encuentro con las asombrosas palabras: «¡Hermanos, un milagro! ¡Rabbuli (el Maestro) vive!»

Y según Santiago, su hermano estaba en verdad vivo, en estado de coma, respirando débilmente. De inmediato, Santiago y los discípulos se llevaron al inconsciente Jesús hacia la seguridad de una cueva, en tanto que secretamente se enviaba a un mensajero a traer a un médico esenio para que atendiera a Jesús, que se aferraba a la vida todavía. Después de examinarlo, el médico declaró que la espada del soldado no había alcanzado los órganos vitales de Jesús, y que los romanos le habían dado prematuramente por muerto. Después de una semana de cuidados, durante la cual fue atendido diariamente por el médico esenio, Jesús había sanado, aunque se encontraba muy debilitado por todo lo que había sufrido.

Según Santiago:

Hubo dos versiones en torno a la resurrección. María de Magdala atestiguó que Jesús había sido resucitado por Su Padre celestial. El médico declaró que Jesús había sobrevivido a la crucifixión como mortal porque, por casualidad, su herida había sido poco profunda. [Anotación: Éste no es el único caso de supervivencia de una crucifixión de que se tenga registro. Informando acerca de un caso similar que ocurriera cuarenta años más tarde, el historiador Flavio Josefo escribió: «Y cuando fue enviado por Tito César… a cierta aldea llamada Thecoa, para averiguar si era un lugar adecuado para acampar, mientras volvía vi a muchos cautivos crucificados; y reconocí a tres de ellos como antiguos conocidos míos. Aquello me apenó mucho así que, con lágrimas en los ojos, fui a Tito y le dije de ellos; y él inmediatamente ordenó que fueran bajados… aunque dos de ellos murieron en las manos del médico, mientras que el tercero se recobró.» Véase Josefo: La vida de, 75.] Que mi hermano nuestro Señor hubiese muerto y sido resucitado por Dios, o que se hubiere recobrado en la carne por medio de la medicina y la voluntad de Dios, no puedo decirlo. Pero así que tuve la certeza de la supervivencia de mi hermano, me apresuré a informarlo a los otros que lo creían muerto, y a decirles «Maranatha…. el Señor ha venido», y ellos aceptaron su regreso y se regocijaron y se renovó su fe.

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