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En efecto, George L. Wheeler estaba esperando debajo del dosel de vidrio que se proyectaba sobre la acera.

Cuando Randall descendió de la limusina, Wheeler saltó para estrecharle la mano.

– Qué bien que llegó sano y salvo -dijo Wheeler-. Lamento mucho que haya tenido ese desagradable encuentro con Plummer. No puedo imaginarme cómo diablos supo él que usted estaba en Amsterdam.

– Más vale que lo averigüemos -dijo Randall con preocupación.

– Sí, más vale. Es una de las cosas de las que nos encargaremos hoy. Se lo advertí a usted; son astutos, no reparan en esfuerzos ni en gastos para destruirnos. Pero no se preocupe, estaremos preparados -Wheeler gesticuló aparatosamente sobre el hombro de Randall y añadió-: Aquí lo tiene. El «Kras». Nuestra fortaleza durante por lo menos un mes más; tal vez dos.

– Se ve como cualquier hotel de lujo.

– Preferimos que así sea -dijo Wheeler-. Hemos alquilado una pequeña parte de la planta baja para reuniones del cuerpo completo de colaboradores, y nuestros empleados pueden hacer uso de todos los servicios de comida y bebida a precios reducidos… el Bar Americano, el Palm Court y el Salón Blanco para cenar. Sin embargo, Resurrección Dos tiene en realidad su barricada arriba, en los pisos primero y segundo. Hemos tomado esas plantas completas, primordialmente porque de esta manera podemos mantenerlas seguras. Para el trabajo de publicidad, Steven, le hemos asignado a usted y a su equipo, dos salas de conferencias arriba, en el primer piso. Su oficina privada será el Zaal F, con un cuarto secretarial contiguo. Tendrá usted dos cuartos más… en realidad son cuartos del hotel, los números 204 y 205. No los hemos convertido en oficinas. Allí es donde podrá recibir o entrevistar a las personas en privado. También pueden servirle para recluirse si es que desea tranquilidad para pensar o dormir una siesta; aunque dudo que vaya a tener mucho tiempo para siestas durante ese mes.

– Yo también lo dudo -concordó Randall-. Bien, ¿por dónde empezamos?

– Por entrar -dijo Wheeler tomando a Randall por el brazo, pero sin moverse de su lugar-. Una cosa más. Tenemos varias entradas aquí sobre la Warmoesstraat. Puede usted usar cualquiera de ellas. Puede utilizar la entrada principal del hotel, que está detrás de nosotros; pero si lo hace, siempre correrá el riesgo, al cruzar el lobby, de toparse con alguien como ese Plummer saliendo del Prinses Beatrix Lounge o del Prinses Margriet Zalen o del Bar Americano, y de que lo demoren o lo acosen antes de que llegue usted a los ascensores. Claro está que, cuando salga usted del ascensor, será inspeccionado por nuestros guardias de seguridad. A decir verdad, Steven, preferiría que cualquier persona con tarjeta roja usara otra entrada.

– ¿Qué quiere decir con eso de tarjeta roja?

– Ya verá. La mejor entrada está un poco más arriba por Warmoesstraat.

Wheeler apretó más fuertemente el brazo de Randall y lo empujó calle arriba, teniendo la tienda de departamentos a un lado y el hotel al otro. Llegaron a un letrero que decía: INGANG KLEINE ZALEN. La puerta giratoria estaba enmarcada por dos columnas de mármol verde-negro.

– Por aquí -dijo Wheeler.

Entraron por un angosto pasillo ubicado entre un pequeño cuarto a la izquierda y un cuarto más grande a la derecha, ambos con las puertas totalmente abiertas. Un robusto guardia que cargaba pistola y cinturón con cartuchos y vestía uniforme veraniego de caqui, bloqueaba la entrada al cuarto más grande.

– Allá arriba -dijo Wheeler- está el corredor que conduce directamente a un ascensor. Muy bien, será mejor que lo identifiquemos a usted con el inspector Heldering. -Distraídamente, Wheeler saludó al guardián y le dijo-: Heldering está esperándonos.

El guardia se hizo a un lado y Wheeler empujó a Randall hacia la oficina de seguridad. Había seis personas en el cuarto. Dos muchachas robustas estaban ocupadas trabajando con unos archivos. Dos bronceados jóvenes con ropas de civiles aparentemente examinaban un mapa sobre una mesa. Un hombre de mayor edad, en mangas de camisa, que se agitaba sobre un pequeño tablero, estaba sentado dentro de un semicírculo formado por un equipo que incluía micrófonos, tableros de botones de presión y un aparato televisor cuyas cuatro pantallas parecían captar la actividad que había en los pasillos y corredores de los dos pisos superiores.

Cerca de ellos, sentado a una mesa-escritorio de latón y palisandro, un hombre delgado, pero fuerte, de unos cincuenta años, de austero rostro holandés de pueblo, de Rembrandt, finalizaba una conversación telefónica. Al frente de su escritorio, un letrero metálico lo identificaba como el Inspector J. Heldering.

Inmediatamente después de colgar, Heldering se puso de pie y estrechó la mano de Randall, mientras Wheeler hacía las presentaciones.

Conforme los tres hombres tomaban asiento, el editor dijo a Randall:

– Steven, creo que querrá concertar algunas entrevistas con el inspector Heldering, una vez que se haya usted instalado. Él es un hombre pintoresco, y su labor aquí y en la ciudad es fantástica. Después de que hayamos anunciado nuestro Nuevo Testamento Internacional, el público puede sentir curiosidad acerca de cómo nos las arreglamos para mantenerlo en secreto durante tanto tiempo.

– Es muy probable que así sea -dijo Randall-, siempre y cuando continuemos guardándolo en secreto. -Luego esbozó una sonrisa a Heldering-. Sin afán de ofenderlo, inspector, es sólo que…

– Sólo que a usted le preocupa que Cedric Plummer pueda colársenos -dijo secamente Heldering-. No tema usted.

Randall se turbó.

– ¿El señor Wheeler le habló de mi encuentro con Plummer?

– Ni una palabra -dijo Heldering;-. De hecho, yo no sabía que el señor Wheeler tuviera conocimiento de su reunión con Cedric Plummer en el bar del «Hotel Amstel». Estaba yo a punto de preparar un informe acerca del incidente. De cualquier manera, usted se condujo admirablemente, señor Randall. Creo que usted le dijo que se fuera al diablo… y él le contestó que primero se iría al diablo todo este proyecto.

– Touché -dijo Randall con una sonrisa apenada-. ¿Cómo lo averiguó?

El inspector Heldering pasó su velluda mano por el aire.

– Eso no importa. Siempre tratamos de saber lo que nuestra gente hace. Quizá no siempre tengamos éxito… Después de todo, parece que el reverendo De Vroome ha sabido algo acerca de nuestro funcionamiento…, pero lo intentamos, señor Randall; en verdad que lo intentamos.

– Usted hará una buena historia -dijo Randall.

– Steven, todavía no ha escuchado usted ni la mitad -dijo Wheeler-. El inspector Heldering fue contratado por la Organización Internacional de Policía Criminal (Interpol) cuando ésta fue reactivada en París en 1946, después de la guerra. Él estaba todavía con la Interpol… en realidad acababa de ser ascendido al puesto inmediatamente inferior al de secretario general de la Interpol, cuando logramos persuadirlo de que dejara su hermosa oficina en Saint-Cloud para tomar el mando del cuerpo de seguridad de Resurrección Dos.

– No fue difícil tomar esa decisión -dijo el inspector Heldering-. Con la Interpol, yo estaba realizando un trabajo humano. Importante. Con Resurrección Dos, estoy haciendo un trabajo de Dios, divino. Más importante.

«El trabajo de Dios con una pistola», pensó Randall. Y dijo:

– Supongo que sé muy poco acerca de la Interpol.

– Hay poco que saber -dijo Heldering-. Es una organización policiaca de veinte naciones que se proporcionan ayuda mutua para atrapar criminales internacionales. Yo estuve en la oficina principal de la Interpol en un suburbio en París, pero existen sucursales en más de den países… La sucursal en los Estados Unidos está ligada con el Departamento del Tesoro; el Bureau en la Gran Bretaña está en Scotland Yard, y así por el estilo. En Saint-Cloud teníamos en los archivos un millón de tarjetas de identificación de criminales. Cada ficha contenía cerca de doscientas características del criminal que estábamos buscando, bajo encabezados específicos como nacionalidad, raza, complexión, manera de andar, vicios, tatuajes, señas particulares, hábitos, etcétera. En menor escala, he implantado el mismo sistema de identificación en Resurrección Dos. Mis expedientes contienen todo lo que debemos saber acerca de cada una de las personas empleadas aquí. Además, controlamos información similar acerca de aquellos periodistas, revolucionarios religiosos, extremistas y competidores que pudieran tener el deseo y la oportunidad de sabotear nuestro esfuerzo.

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