Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Pero no pudo pronunciar palabra ni emitir sonido. Se había recargado contra la pared… quedando inmóvil, como si lo hubieran atravesado con un arpón invisible.

En el bullicio apenas pudo comprender lo que siguió.

El magistrado Le Clere estaba diciendo:

– La corte está preparada para dar su veredicto, a menos que haya más testimonios que escuchar. ¿Desea alguna otra persona presente declarar algo?

Una mano se elevó. Era George L. Wheeler, que movía un brazo para llamar la atención mientras sus colegas se agrupaban en torno a De Vroome. Pedía permiso para hablar.

– Su Señoría, solicito una breve suspensión para hablar con el acusado en privado antes de que se rinda el veredicto.

– Petición concedida, Monsieur Wheeler. Tiene usted permiso del tribunal para hablar en privado con el acusado -dio tres fuertes y secos golpes con su mazo-. Se suspende la audiencia. Exactamente dentro de treinta minutos nos reuniremos de nuevo para dar el veredicto de esta causa.

– ¡Maldita sea! -ladró George L. Wheeler-. Ni siquiera sé por qué me estoy preocupando por usted.

– Se está preocupando por mí -dijo Randall tranquilamente- porque quiere que su nueva Biblia aparezca prístina y más allá de toda duda, y yo represento una fuente de defección y una disensión potencial, y usted no quiere nada de eso.

Estaban juntos, solos, en la antesala sin ventanas adyacente a la sala de audiencias, con las dos puertas bien cerradas. En Randall, a la ira contra De Vroome había sucedido su habitual y cínica desconfianza en todos los hombres. Estaba sentado en una de las dos sillas rectas del cubículo, con las piernas estiradas por la fatiga y fumando constantemente su pipa.

Continuó observando al editor norteamericano que iba y venía frente a él, y a pesar de la aversión que sentía por Wheeler, lo veía también con un nuevo y austero respeto. Después de todo, ese superficial y mafioso vendedor de Biblias de alguna manera se las había arreglado para hacer de un enemigo más intelectual e infinitamente superior a él, el dominee De Vroome, un renegado y un miembro sumiso del establishment ortodoxo de la religión. Randall comprendió, lamentándolo, cuán equivocadamente había subestimado a aquel comerciante bufón. Wheeler era un prestidigitador más diabólico de lo que Randall había siquiera sospechado. Se preguntó si Wheeler trataría de hechizarlo. De otra manera, ¿para qué quería el repulsivo brujo verlo en privado?

Wheeler había dejado de caminar, deteniéndose frente a Randall.

– Así que eso es lo que usted cree -dijo-, que yo estoy aquí para convertirlo, a efecto de que no haya disensiones. Usted se cree muy listo, Steven, y a pesar de todas sus pretensiones de gran inteligencia y pensamientos profundos, no es más que un maldito estúpido. Escúcheme: su oposición no representaría nada para nosotros, no pasaría de ser el imperceptible croar de una pequeña rana en un gran estanque. No, usted está mil por ciento equivocado en cuanto a mis razones. Teniendo en cuenta la forma en que intentó sabotearnos, debería yo dejar que se lo llevara la corriente. Pero no puedo. En primer lugar (y usted no lo va a creer porque sigue creyéndose muy listo) ocurre que yo siento afecto por usted, afecto paternal. He llegado a tenerle una gran simpatía. Y no tolero equivocarme en materia de afecto y de confianza. En segundo lugar (y no me avergüenzo de reconocerlo) yo soy un hombre de negocios, a mucho orgullo, y usted puede ser útil. No sólo para la ceremonia del anuncio. Eso está bajo control. En este momento, las estaciones de radio y televisión y los diarios de todos los rincones del mundo están avisando al público que el viernes habrá una transmisión internacional en la que se anunciará un descubrimiento bíblico de trascendental importancia. Así que eso ya está en marcha. Pero no olvido que nuestra campaña de ventas apenas comienza con la ceremonia oficial del anuncio que se celebrará pasado mañana. Y yo quiero que usted maneje mi campaña, porque usted conoce el proyecto como pocos; usted sabe tras de qué andamos, y usted puede sernos enormemente útil. Estoy aquí hablándole así porque cuento con una cosa: con que habrá aprendido la lección.

– ¿Qué lección, George? -preguntó Randall suavemente.

– Que usted está totalmente equivocado en cuanto a la autenticidad de los documentos de Santiago y de Petronio, y que nosotros tenemos la razón… Y que usted es lo suficientemente hombre para reconocerlo y unirse nuevamente al equipo. Escúcheme, Steven: si un personaje importante como el dominee Maertin de Vroome, famoso eclesiástico y erudito, cuyo escepticismo superaba al de todos los demás, fue lo bastante hombre para ver la luz, reconocer su error y presentarse en apoyo nuestro, no veo por qué usted no podría hacer otro tanto.

– De Vroome -dijo Randall volviendo a encender su pipa-. Iba yo a preguntarle acerca de De Vroome. ¿Cómo se las arregló usted para lograr el cambio en el reverendo?

Wheeler se irguió, ofendido.

– Usted no admite que algo sea honesto, Steven. Usted cree que todos somos unos tramposos.

– Yo no dije que todos.

– Claro que no. Se está exceptuando a sí mismo -apuntó el índice a Randall-. Deje de pasarse de listo y escúcheme. Nadie, lo que se dice nadie, podría comprar ni sobornar a un ser humano con la integridad de un De Vroome, quien tuvo que llegar a su juicio final acerca de nuestro proyecto utilizando su buena conciencia. Hasta ahora, cuando tiraba contra nosotros y trataba de destruirnos, nunca supo exactamente qué era lo que estábamos intentando hacer, ni conocía los detalles de los magníficos documentos que teníamos en nuestro poder. Pero cuando vino a que se los enseñáramos (y puesto que era ya la víspera del anuncio nos pareció que podíamos mostrárselos) de inmediato abandonó su antagonismo y su resistencia. Vio que poseíamos la verdad, el verdadero Jesucristo, y que la Humanidad sería la beneficiada al recibirlo a Él a través del Nuevo Testamento Internacional. De Vroome capituló en seguida. Quería estar del lado de los ángeles y el Espíritu Santo, como lo reveló hace unos cuantos minutos en este tribunal francés.

– Así que ahora él los apoya en todo -dijo Randall.

– En todo, Steven. Estará en el estrado junto a nosotros cuando difundamos desde Amsterdam la Buena Nueva por todos los ámbitos de la Tierra. Steven, no fue fácil para un gran hombre como él confesar su error y cambiar de opinión. Pero como ya dije, y lo repito, Maertin de Vroome fue lo bastante hombre para hacerlo. Y el doctor Deichhardt y todos los demás comprendimos cuán difícil fue eso para De Vroome, así que nosotros le mostramos la caridad a nuestra manera. En verdad, para demostrarle que no somos los vigilantes que usted nos considera, le diré que tanto De Vroome como nosotros cedimos la mitad del camino para llegar a un acuerdo.

– ¿La mitad del camino? -dijo Randall-. ¿Dónde es eso, George?

– Es donde los hombres maduros y sensatos tratan de allanar sus diferencias y trabajan juntos para presentar un frente unido. Puesto que De Vroome estuvo dispuesto a apoyarnos, nosotros estuvimos dispuestos a apoyarlo a él. Retiramos nuestro respaldo a la candidatura del doctor Jeffries para lanzar todo nuestro apoyo conjunto en favor del dominee De Vroome, para que se convierta en el próximo secretario general del Consejo Mundial de Iglesias.

– Ya veo -dijo Randall.

Y veía. Sacudió las cenizas de su pipa… cenizas… en el cenicero de pie que tenía detrás. Sí, veía. Lo veía todo.

– ¿Y el doctor Jeffries? -preguntó-. ¿Cómo queda?

– Tendrá otro puesto; el de presidente del Comité Central del Consejo Mundial.

– Un puesto honorario. ¿Quiere usted decir que a él no le importa convertirse en figura decorativa?

– Steven, el doctor Jeffries y todos nosotros vemos estas cosas de un modo muy distinto que usted. No pensamos en nuestra propia vanidad. Tenemos una causa común. Se trata de la unidad. Es natural que haya pequeños sacrificios. Lo importante es que con De Vroome de nuestro lado, tenemos unidad.

172
{"b":"109433","o":1}