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Hasta ahora todo parecía ser verdadero, pensó Randall. No hacía más de una hora que el doctor Venturi le había mencionado haber leído los artículos de Plummer en Il Messaggero.

– Como usted podrá imaginarse -continuó el dominee De Vroome-, el señor Plummer recibió una cantidad considerable de cartas de los lectores en respuesta a su sensacional serie. Una de estas cartas, escrita a mano y en papel corriente fue remitida al señor Plummer a cargo del diario romano, el cual a su vez la envió, junto con otras cartas, al diario del señor Plummer, el London Daily Courier. El director del periódico de Plummer en Londres automáticamente envió el paquete por correo una vez más, dirigido al hotel de Plummer en Amsterdam. Si bien es cierto que nuestro amigo y periodista británico puede tener muchos defectos, la falta de respeto por su público lector no es uno de ellos. Siguiendo su costumbre, Plummer leyó cada una de las cartas que iban dirigidas a él… y una en particular, con el matasellos de Roma, la leyó y la releyó varias veces, antes de llevármela a la Westerkerk. Esa carta especial (y altamente estimulante) estaba escrita por un caballero que se presentaba a sí mismo como un francés que había residido durante muchos años en Roma en calidad de expatriado. No firmaba la carta con su nombre verdadero, sino con un seudónimo divertido y autodeprecativo. Firmaba… Duca Minimo. ¿Conoce usted la lengua italiana, señor Randall?

– No la conozco -dijo Randall.

– Duca Mínimo, en italiano, quiere decir Duque Mínimo, o sea, insignificante. Un refinado contrapunto del contenido de la carta que sí era algo. Debo añadir que el remitente no indicaba a Plummer su domicilio, excepción hecha del Yermo Posta, Posta Centrale, Roma… Lista de Correos en la oficina central de correos en Roma. Ahora bien, pasemos al contenido de la carta… -El dominee De Vroome tomó otro sorbo de coñac antes de proseguir-:…que parecía demasiado atractivo para ser cierto. Este expatriado francés residente en Roma escribió diciendo que había leído los artículos de Plummer con gran interés. Ésas fueron sus palabras. Gran interés, en verdad. Una proposición en la que ciertamente no se decía todo. En su carta, prosiguió diciendo que esta nueva Biblia (el Nuevo Testamento Internacional, según creía él que sería llamada) estaba basada en una excavación realizada por el arqueólogo italiano, profesor Augusto Monti, de la Universidad de Roma, en el perímetro del antiguo pueblo de Ostia Antica, hacía unos seis años. La excavación había producido un extraordinario descubrimiento, un nuevo evangelio escrito en arameo por Santiago el Justo, hermano de Jesús, y que se suponía de fecha anterior a cualquier otro evangelio dentro de los cánones existentes. Junto con este nuevo quinto evangelio, Monti había descubierto, además, los restos de un antiguo pergamino oficial enviado de Jerusalén a Roma, un documento que contenía un breve relato del juicio de Jesús. En base a este hallazgo, escribió el Duca Minimo, el Nuevo Testamento Internacional estaba siendo producido. Pero, según escribió el que se firmaba como Duca Minimo, todos los fundamentos para la nueva Biblia eran una gran mentira; el descubrimiento de Monti no era más que una falsificación cuidadosa y doctamente urdida que había tomado varios años de preparación. El nuevo hallazgo era un fraude, y el Duca lo sabía porque él mismo había sido el falsificador. Estaba orgulloso de poder decir que la aceptación y autenticación de los documentos lo colocaban en el rango principal de falsificadores literarios, sobrepasando todo lo realizado en el pasado por Ireland, Chatterton, Psalmanazer o Wise.

La mirada del dominee De Vroome buscó alguna reacción en Randall, pero no la hubo.

– Nuestro remitente es un docto caballero. Eso es lo menos que podemos decir -añadió De Vroome.

Absorto como estaba, Randall se contuvo para escuchar lo que vendría después.

– Para concluir con el contenido de la carta -prosiguió De Vroome-, este expatriado francés le dijo a Plummer que estaba dispuesto a revelar toda su participación en el fraude y hacer pública la falsificación la noche de la aparición de la nueva Biblia. Agregó que si Plummer deseaba conocer los detalles del engaño y que si quería saber el precio que él pondría a las pruebas irrefutables de su maniobra, estaba dispuesto a reunirse con Plummer y negociar en un terreno neutral. Para esta junta preliminar, estaba preparado para recibir a Plummer, si iba solo, en una fecha determinada y en cierto lugar en París, siempre y cuando Plummer le enviara el importe de un boleto de avión de Roma a París, ida y vuelta, así como una pequeña cantidad de dinero para alimentos y para hospedaje por una noche. Ésa, señor Randall, era la carta que Cedric Plummer me mostró.

Por fin levantó Randall su vaso de escocés. Ya lo necesitaba.

– Y, ¿creyó usted lo que decía esa carta? -preguntó Randall.

– Al principio no; por supuesto que no. La Tierra está llena de chiflados religiosos. Ordinariamente, yo habría ignorado semejante carta. Sin embargo, mientras más la estudiaba, más veía yo la posibilidad de que su autor pudiera estar diciendo la verdad. Yo creo que había una cierta evidencia en el contenido de la carta que le daba un aspecto de veracidad. El remitente hablaba del descubrimiento del profesor Monti cerca de Ostia Antica. Hasta entonces, nosotros conocíamos el papel que había desempeñado Monti, pero el sitio exacto de su descubrimiento había sido mantenido en riguroso secreto dentro de Resurrección Dos. Todos los que estábamos afuera sabíamos que se había realizado en Italia un descubrimiento que tenía que ver con la nueva Biblia, pero ninguno de nosotros, incluyéndome yo, sabía de la ubicación precisa del hallazgo. Eso me pareció impresionante, y era algo que podía verificarse y que yo comprobé de inmediato, a través de ciertos colaboradores que tengo aquí en Roma. En cuanto les proporcioné el nombre específico del lugar de la excavación, mis colaboradores pudieron confirmar que en los alrededores de Ostia Antica, efectivamente, fue donde Monti había hecho un importante descubrimiento bíblico. En la carta se mencionaba, además, el título de la nueva Biblia, el mismo que yo desconocía y que, según pude verificar, resultó exacto. Sea como fuere, ésa era información interna a la cual, hasta entonces, sólo había tenido acceso un círculo privado de colaboradores del proyecto. Tal vez algunas personas del exterior pudieron haberse enterado de eso… pero, ¿un desconocido expatriado francés en Roma? Eso era algo que yo no podía ignorar. Aun cuando este Duca Minimo no hubiera sido el falsificador, aun cuando él hubiera obtenido esa información secreta de segunda mano, no obstante, sabía lo bastante como para que se le tomara en serio. Si él mismo no era la fuente de ese conocimiento, entonces de seguro estaba relacionado con alguien que sí lo era. Definitivamente valía la pena ver al Duca Minimo, especialmente considerando la modesta inversión financiera que tendría que hacerse. Así que le di instrucciones a Cedric Plummer para que le escribiera a cargo de la Lista de Correos en Roma, mostrando interés por escuchar la historia que nos relataría el falsificador y poniéndose de acuerdo acerca de la fecha, hora, y lugar de la reunión. Además, le pedí que le enviara un boleto de ida y vuelta, y dinero para sus gastos. Plummer contestó la carta tal como yo le indiqué y, en la fecha acordada, voló a París para el rendez-vous.

– Quiere usted decir que… Plummer realmente vio a ese hombre.

– Sí, lo vio.

Randall dio un gran trago a su escocés.

– ¿Cuándo?

– Hoy hace una semana.

– ¿Dónde?

– En el Père-Lachaise, en París.

– ¿Dónde está eso?

– Le Cimetière du Père-Lachaise… ¿no ha oído usted hablar de él? -dijo el dominee De Vroome con sorpresa-. Es el famoso cementerio donde tantas grandes figuras del pasado (Héloise y Abélard, Chopin, Balzac, Sarah Bernhardt, Colette) están sepultadas. Nuestro falsificador había escrito que estaría esperando a Plummer a las dos de la tarde en punto frente a la escultura de Jacob Epstein que está sobre la tumba de Oscar Wilde. Debemos admitir que fue un gesto teatral, pero no sin razón. Para una persona notoria, un falsificador confeso, era un sitio seguro y apartado. Además, tendrían privacidad. Yo visité el Père-Lachaise una vez. Es enorme, tranquilo, aislado, con lomas, senderos y florestas de álamos y acacias. Era un lugar perfecto y muy intrigante para un sensacionalista como Plummer.

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