– No obstante, este texto arameo se leyó y se tradujo totalmente.
– Sí, lo mismo que los tres mil cien antiguos fragmentos y manuscritos del Nuevo Testamento que existen en todo el mundo (ochenta de ellos escritos en papiro y doscientos en unciales, es decir, en letras mayúsculas) fueron también traducidos con éxito, pero después de enormes dificultades.
Randall insistió.
– Aparentemente, las dificultades también fueron superadas en estos papiros. El Evangelio según Santiago fue traducido. Usted me ha dicho que cree que puede ser una traducción exacta. Entonces, ¿cómo explica la incongruencia en el texto?
– Hay varias explicaciones posibles -dijo el abad-. Nosotros ignoramos si Santiago, en el año 62 A. D., conocía el alfabeto lo suficientemente bien como para haber podido escribir este evangelio con su puño y letra, aunque puede ser que sí. Sin embargo, lo más probable es que, para ahorrar tiempo, se lo haya dictado a un amanuense, un escribano experimentado, y que él sólo haya firmado el documento. Este papiro puede representar lo que el escriba asentó originalmente, o bien ser una copia adicional (una de las otras dos copias que Santiago dijo haber enviado a Barnabás y a Pedro) escrita por otro escribano. Además, al tomar el dictado, el escriba pudo haber escuchado algo equivocadamente, haberlo entendido mal y transcrito incorrectamente al papiro. O un copista, cansado de la mano o de los ojos o con una mente divagadora, pudo haber copiado una o varias palabras o toda una frase incorrectamente. Recuerde usted que, en arameo, un solo punto colocado arriba o abajo de una palabra o en una posición equivocada, puede cambiar completamente el significado de la palabra. Por ejemplo, existe una palabra en arameo que puede significar «muerto» o puede significar «aldea», simplemente de acuerdo con el lugar donde se coloque un punto. Un error tan insignificante muy bien pudiera explicar ese anacronismo. Por otra parte, al escribir o dictar su biografía de Cristo, trece años después de Su muerte, la memoria de Santiago pudo haber olvidado por dónde o cómo salió Nuestro Señor de Roma.
– ¿Es eso lo que usted cree?
– No -dijo el abad-. Este material era demasiado preciado, aun en su época, para permitir el menor descuido humano.
– Entonces, ¿qué es lo que cree?
– Creo que la explicación más factible sería que los traductores modernos (con el debido respeto al doctor Jeffries y sus colegas) cometieron un error al traducir del arameo al inglés y a otros idiomas contemporáneos. El error pudo haber ocurrido por una de dos razones.
– ¿Cuáles razones?
– La primera es simplemente que hoy no conocemos todas las palabras arameas que Santiago conocía en el 62 A. D. No sabemos el vocabulario arameo completo. No existía ningún diccionario de ese idioma y aunque, afortunadamente, hemos definido muchas palabras, cada nuevo papiro que se descubre nos da palabras desconocidas que nunca antes habíamos visto. Recuerdo un descubrimiento realizado en la gruta de Murabba'at, un uadi en el desierto judío, para cuya traducción solicitaron mi colaboración. El descubrimiento consistía en contratos legales escritos en arameo en el año 130 A. D., así como dos cartas escritas también en arameo por Bar-Kokhba, un jefe rebelde judío, que fue el responsable de la revuelta contra Roma en 132 A. D. Había muchas palabras arameas que jamás había visto yo.
– Y entonces, ¿cómo pudo traducirlas?
– De la misma manera como el doctor Jeffries y sus colaboradores tradujeron algunas de las palabras desconocidas que seguramente encontraron en los papiros de Santiago… mediante la comparación con palabras conocidas dentro del texto, tratando de comprender el significado y el sentido que el escritor quería dar a sus palabras, y por analogía con las formas gramaticales conocidas. Lo que estoy diciendo es que con frecuencia resulta imposible expresar un lenguaje antiguo en palabras modernas. En tales casos, la traducción se convierte más que nada en un asunto de interpretación. Pero esta clase de interpretación puede conducir a cometer errores.
El abad se acarició la barba pensativamente, y luego continuó.
– El segundo escollo, señor Randall, radica en que cada palabra aramea puede tener varios significados. Por ejemplo, existe una palabra en arameo que significa «inspiración», «instrucción» y «felicidad». Un traductor tendría que decidir cuál de esas definiciones quiso emplear Santiago. La decisión del traductor es simultáneamente subjetiva y objetiva. Subjetivamente, debe evaluar la yuxtaposición de las diferentes palabras que aparecen en una o varias líneas. Objetivamente, debe tratar de ver que un punto o un rasgo que pudo haber existido alguna vez, podría encontrarse borrado ahora. Es tan fácil pasar por alto, calcular mal, cometer errores. Los seres humanos no somos omnisapientes, sino susceptibles a los juicios equivocados. Los traductores de la Versión del Rey Jaime del Nuevo Testamento trabajaron empleando antiguos textos griegos que se referían a Jesús como «su Hijo». De hecho, el griego antiguo no contenía una palabra como el posesivo «su», así que la Versión Común Revisada se corrigió para que dijera «un Hijo». Este cambio fue probablemente más preciso, y alteró el significado de la referencia a Jesús.
– ¿Pudo haber ocurrido algo semejante en esta traducción?
– Posiblemente. El arameo fue traducido de tal modo que dijera que «Nuestro Señor… hubo de caminar aquella noche a través de los abundantes campos del Lago Fucino, que había sido desaguado». Si se sustituye «campos del» por «campos alrededor del» o «campos cercanos al» y «que había sido» por «que sería», el significado cambia completamente.
– ¿Usted cree que sea posible que esas palabras hayan sido traducidas erróneamente?
– Creo que ésa es la explicación más factible.
– Y, ¿si no hubieran sido traducidas erróneamente? ¿Si ésta fuese una traducción correcta y precisa?
– Entonces consideraría yo que la autenticidad del Evangelio según Santiago estaría bajo sospecha.
– Y, ¿si estuvieran sólo mal traducidas?
– Consideraría que el nuevo evangelio es auténtico y que constituye el descubrimiento más trascendental en la historia del hombre.
– Padre -dijo Randall, inclinándose en su silla hacia delante-, ¿no cree que valdría la pena cualquier esfuerzo por averiguar si este evangelio es, en verdad, el más trascendental en la historia del hombre?
El abad Petropoulos parecía confuso.
– ¿Qué está usted tratando de decir?
– Estoy sugiriendo que vaya usted conmigo a Amsterdam mañana por la mañana, para que allí examine el papiro original y de una vez por todas nos diga si es que tenemos un descubrimiento verdadero o un hallazgo posiblemente falso.
– ¿Desea usted que yo vaya a Amsterdam?
– Mañana mismo. Con gastos pagados. Además, se haría una generosa contribución a su monasterio. Y, sobre todo, su autentificación pondría al Nuevo Testamento Internacional fuera de toda suspicacia.
El abad Petropoulos asintió con la cabeza pensativamente.
– Lo último es lo más importante. Sería, en realidad, obra de Dios. Sí, señor Randall, puedo hacer ese viaje. Pero no mañana.
– ¡Estupendo! -exclamó Randall-. ¿Cuándo puede hacerlo?
– Desde hace tiempo he estado planeando concurrir, como representante de nuestra república monástica de Monte Atos, a un concilio eclesiástico de la Iglesia Ortodoxa Griega, que será presidido por mi superior y amigo, Su Santidad, el Patriarca de Constantinopla. Es imperativo que yo asista a las sesiones junto con los metropolitanos de la Iglesia. Debemos hacer cualquier esfuerzo por unir más a nuestros cerca de ocho millones de fieles. La sesión de apertura del concilio se llevará a cabo en Helsinki dentro de siete días, y yo debo salir de Atenas rumbo a Helsinki dentro de cinco.
El viejo abad se puso en pie lentamente. Randall pensó que seguramente escondía una sonrisa detrás de su espesa barba.