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– Pu…es -dijo Randall-, creo que entiendo algo.

– No tiene mayor importancia -dijo el abad-. Lo que le interesa a usted, supongo, es el arameo antiguo.

– Exactamente.

– Bueno, procedamos. Debo decirle, señor Randall, que salvo por la escasa información que me dieron desde Salónica, sé que usted desea que yo examine un papiro del siglo i donde aparece una escritura en arameo, y no sé nada más acerca de los motivos de su visita.

– Padre, ¿ha oído algo acerca de Resurrección Dos?

– ¿Resurrección Dos?

– Es el nombre en clave de un proyecto para la edición de Biblias, cuya labor se está llevando a cabo en Amsterdam. Un grupo de editores se han asociado para ofrecer al mundo una nueva versión del Nuevo Testamento, basada en un trascendental descubrimiento arqueológico realizado en las afueras de Roma hace seis años…

– Ah, sí -interrumpió el abad Petropoulos-. Ahora lo recuerdo. El estudioso bíblico de la Gran Bretaña… Jeffries, el doctor Jeffries… me extendió una invitación para colaborar en la traducción del hallazgo arameo. No fue muy explícito, pero lo poco que me dijo en su carta me pareció intrigante. Si no hubiera estado yo tan enfermo en aquel entonces, quizá habría aceptado. Pero me fue imposible. ¿Puede decirme, señor Randall, de qué se trata? Lo guardaré en secreto.

Sin titubear, durante los siguientes cinco minutos Randall le reveló los puntos más importantes contenidos en el Pergamino de Petronio y el Evangelio según Santiago.

Cuando hubo terminado, los ojos del abad brillaban.

– ¿Es posible? -murmuró-. ¿Puede existir un milagro como éste?

– Puede serlo, y lo es -dijo Randall calmadamente-, dependiendo del veredicto de usted acerca de un fragmento confuso en uno de los papiros encontrados en la excavación.

– Esto es obra del Señor -dijo el abad-. Yo soy Su siervo.

Randall levantó su portafolio, lo abrió y buscó la fotografía de Edlund del Papiro número 9. Mientras hacía esto, dijo:

– El descubrimiento fue realizado en un antiguo lugar de recreo cercano a Roma por el profesor Augusto Monti, el arqueólogo italiano. A mí se me ha informado que el profesor Monti y su hija lo visitaron hace cinco años para autenticar el hallazgo. Pero luego me enteré de que habría sido imposible que su hija hubiera estado en el Monte Atos…

– Totalmente imposible.

– …pero me pregunto si el profesor Monti realmente vino aquí a consultarlo a usted.

La gran barba del abad se movió de un lado a otro.

– Nadie, nadie con ese nombre me ha visitado jamás. Por lo menos… -Su voz se apagó, y las esquinas de sus ojos se arrugaron, mientras trataba de recordar algo-. ¿Dijo Monti? ¿El de la Universidad de Roma?

– El mismo.

– Recuerdo que intercambiamos correspondencia; definitivamente lo recuerdo. Fue hace unos cuatro o cinco años. Incluso tal vez antes. Este profesor romano quería que yo fuera su invitado. Dijo que pagaría mis gastos para ir a Roma a autentificar algunos papiros arameos. Él estaba demasiado ocupado para visitarme en Atos. Más tarde (ahora lo recuerdo), el doctor Jeffries, al invitarme a colaborar en la traducción, mencionó a un arqueólogo italiano como el descubridor de dos extraordinarios documentos del siglo i. Pero, en cuanto a haber conocido personalmente a Monti, ya fuera aquí, en Atos, o en cualquier otra parte… no, nunca he tenido la buena fortuna de conocerlo.

– Es lo que yo pensé -dijo Randall, escondiendo su amargura-. Sólo quería estar seguro. -Puso su portafolio en el suelo, pero sostuvo en la mano la fotografía del papiro dudoso, así como una copia de la traducción final del arameo al inglés-. Esto es lo que he venido a Atos a mostrarle. Pero antes de mostrárselo, padre, permítame explicarse cuál es el problema que ha surgido, puesto que yo espero que usted pueda resolverlo.

Omitiendo los detalles acerca de Bogardus y su participación en Resurrección Dos, Randall explicó brevemente que alguien, cuando el Nuevo Testamento ya estaba en la imprenta, se había tropezado con un anacronismo, una discrepancia, en la traducción del pasaje que describe la huida de Jesús de Roma a través del fértil valle donde en otro tiempo había existido el Lago Fucino.

– No obstante, de acuerdo con los historiadores romanos -concluyó Randall-, el Lago Fucino no había sido desaguado sino tres años más tarde.

El abad comprendió.

– Permítame ver la traducción.

Randall se la entregó.

– Vea las líneas cuarta y quinta.

El abad leyó para sí mismo la traducción, y luego releyó las líneas y cuarta y quinta, en voz alta.

– Nuestro Señor… mmm… hubo de caminar aquella noche a través de los abundantes campos del Lago Fucino, que había sido desaguado por órdenes de Claudio César y cultivado y labrado… -Se meció pensativamente-. Sí. Ahora permítame ver el original en arameo, de donde se hizo esta traducción.

Randall entregó la fotografía al abad. El anciano griego echó un vistazo a la fotografía, hizo una mueca y levantó la vista.

– Ésta es sólo una reproducción, señor Randall. Debo ver el papiro original.

– No lo tengo, padre. Nunca permitirían que yo, ni nadie, viajara con él. El papiro es demasiado valioso. Lo guardan bajo seguridad dentro de una bóveda especial en Amsterdam.

El abad Petropoulos estaba decepcionado.

– Entonces, la tarea que me encomienda resultará doblemente complicada. De por sí es muy difícil leer el arameo, con esos caracteres tan pequeños. Ahora, examinarlos en una reproducción y tratar de traducirlos con precisión, es casi imposible.

– Pero esta fotografía fue tomada con rayos infrarrojos, para destacar los signos más borrosos y descoloridos y…

– No importa, señor Randall. La reproducción es una segunda situación, y casi siempre, para mis cansados ojos, vaga y variable.

– ¿Podría cuando menos tratar de descifrar lo que hay en la fotografía, padre?

– Lo intentaré. Seguro que sí.

El abad se levantó emitiendo un gruñido, cojeó hacia una de las mesitas de lámpara, abrió un cajón y sacó un gran lente de aumento.

Randall observaba atentamente mientras el abad se agachaba, sosteniendo la fotografía del papiro bajo la luz y estudiándola a través de la lupa. Durante varios minutos, el abad continuó inspeccionando la fotografía con profunda concentración. Por fin puso la lupa sobre la mesa y se acomodó de nuevo en su silla, recogiendo la traducción para leerla nuevamente.

Sin decir palabra, le devolvió la traducción a Randall y, acariciándose la canosa barba, valorizó la fotografía.

– Usted sabe, naturalmente, que el doctor Jeffries y sus colegas tuvieron la ventaja de trabajar con el papiro original. Teniendo esto en mente, es probable que su traducción sea excelente. Y si lo es, entonces el códice o rollo que este fragmento representa debe ser ciertamente considerado como el descubrimiento más asombroso y emocionante de la historia cristiana.

– Yo no tengo dudas acerca de eso -convino Randall-. Pero sí las tengo con respecto a la exactitud de la traducción del arameo.

El abad Petropoulos se rascó debajo de la barba, absorto en sus pensamientos.

– Por lo que he podido descifrar de la fotografía, la traducción es bastante precisa, aunque no podría jurar que así sea. Muchos de los caracteres arameos, como usted mismo puede ver, están borrosos, casi han desaparecido con el paso de los siglos. Varias palabras, en las líneas que a usted le interesan, son apenas legibles.

– Lo sé, padre; sin embargo…

Ignorando a Randall, el anciano prosiguió:

– Siempre ocurre lo mismo con estos manuscritos antiguos. Un lego no comprende los problemas. En primer lugar, estamos entendiéndonos con el material físico, el papiro. ¿Qué es el papiro que se utilizó en un manuscrito como éste? Ese papel para escribir se manufacturó del meollo del tallo de la planta del papiro, que se encontraba en la región del Nilo, en Egipto. El meollo se rebanaba en tiras, y dos capas de esas tiras se engomaban en forma de cruz. El papel de papiro que de eso resultaba no era más duradero que nuestro moderno y corriente papel bond, y ciertamente no pretendían que sobreviviera diecinueve siglos. En climas húmedos, el papiro se desintegraba. Bajo condiciones secas, sobrevivía más tiempo, aunque se volvía extremadamente quebradizo, pudiendo partirse o desmoronarse en polvo al solo contacto del dedo. Este fragmento de papiro que me ha mostrado usted en una fotografía, probablemente es tan quebradizo, está tan gastado, que la escritura es casi oscura. Más aún, en el siglo primero, el arameo se escribía con caracteres en forma cuadrada, cada letra o signo asentándose separadamente en ese papel de meollo. Como resultado, las palabras individuales no se conectaban. Se podría pensar que eso lo haría más fácil de distinguir y de leer, pero todo lo contrario. Es mucho más fácil leer una palabra en la cual las letras están conectadas en manuscrito cursivo, pero desafortunadamente, las palabras conectadas, la escritura cursiva, no surgieron sino hasta el siglo ix. Tales son los obstáculos, que se vuelven más difíciles de superar cuando uno los estudia en una reproducción.

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