– Bien, no tengo tiempo de entrar en detalles. Ya descubrí al traidor del proyecto. No es el doctor Knight. Es alguien más. A través de esa persona, me he enterado de que podría haber un… un error de traducción en el texto arameo… algo que presenta una inexplicable discrepancia.
– ¡Oh, no puede ser! Demasiados especialistas en arameo, los mejores que existen, han estudiado el texto de los papiros.
– Bueno, eso es lo que me preocupa -dijo Randall-. Que no todos los mejores especialistas hayan sido consultados. Acabo de enterarme en París, por conducto del profesor Aubert, que el principal erudito en arameo en todo el mundo es el abad Mitros Petropoulos, superior de uno de los monasterios que hay en el Monte Atos, en Grecia. Su nombre no aparece en la lista de los que han colaborado en Resurrección Dos. ¿Te suena ese nombre, Ángela?
– ¿El abad Petropoulos? Naturalmente. Lo conocí personalmente. Mi padre sabía que el abad era el erudito más sobresaliente en arameo y, hace cinco años, mi padre y yo fuimos al Monte Atos para verlo. Fue de lo más hospitalario con nosotros.
– Y, ¿tu padre le mostró los papiros al abad Petropoulos?
– Así fue. Le pidió al abad que examinara y autenticara el texto en arameo. Fue una experiencia inolvidable. El monasterio… ya olvidé cuál de ellos… era muy pintoresco. El abad se tomó bastante tiempo para inspeccionar y analizar la escritura. Papá y yo tuvimos que pasar la noche allí… y comer esa horrible comida… me parece que nos sirvieron pulpo cocido… hasta que el abad terminó sus exámenes y pruebas el segundo día, sintiéndose verdaderamente emocionado con el descubrimiento. Dijo que no existía nada en el mundo que se le comparara. Nos aseguró su completa autenticidad.
– Pues, créeme que me da mucho gusto saberlo -dijo Randall aliviado-. Lo único que me desconcierta es por qué el doctor Deichhardt no empleó al abad Petropoulos en lugar del doctor Jeffries para supervisar la traducción final. Yo creo que el abad debió haber sido el primer erudito a quien deberían haber contratado.
– Lo intentaron, Steven. Mi padre les recomendó al abad y los editores querían emplearlo, pero el obstáculo lo fue el propio abad Petropoulos. Él había entrado a un prolongado período de ayuno, lo cual, por encima de la limitada dieta del monasterio, las condiciones insalubres y el agua contaminada, lo debilitó, cayendo gravemente enfermo. Se veía muy débil cuando mi padre y yo lo visitamos. De cualquier forma, cuando comenzó la labor de traducción el abad se encontraba demasiado enfermo para abandonar el Monte Atos y venir a Amsterdam. Los editores no podían esperar a que se restableciera, así que tuvieron que conformarse con que el abad sólo verificara los papiros. Para la traducción, pensaron que podían proceder con otros eruditos que eran casi tan capaces como el abad.
– Eso lo explica todo -dijo Randall.
– Ahora, ¿quieres dejar de preocuparte y regresar a mi lado?
– Jurado que regresaré a tu lado. Te veré esta noche, querida.
Después de colgar, Randall se sintió mejor. Si el abad Petropoulos había autenticado la escritura de los papiros y el profesor Aubert había autenticado el material de los mismos, no había adónde más ir ni nada más que cuestionar. Si Hans Bogardus había descubierto una falla en el texto, debía ser una falla menor, resultante de una sombra en la traducción. Randall dejaría que los editores y los teólogos se encargaran de hacer las investigaciones posteriores. Él ya había hecho suficiente, y ahora se sentía reasegurado de que el Nuevo Testamento Internacional… y su propia fe creciente… estarían a salvo del enemigo.
Cinco minutos después, con su portafolio bajo el brazo, salió a esperar al profesor Aubert afuera de su oficina para agradecer al científico la generosidad de su tiempo y su colaboración.
Cuando el profesor Aubert regresó, Randall le dio las gracias.
– Me voy de regreso a Amsterdam -le dijo-. Ya todo está aclarado.
– Ah, bon, me da mucho gusto -dijo el científico-. Permítame acompañarlo a la puerta. -Mientras caminaban, el profesor Aubert le dijo-: ¿Así que la señorita Monti le informó que el abad Petropoulos trabajó para los editores del proyecto?
– No precisamente en el proyecto -dijo Randall-. Sino que antes, hace cinco años, el abad vio y examinó los papiros que contienen el Evangelio según Santiago, y los autenticó completamente. De hecho, el profesor Monti y su hija Ángela viajaron a Grecia y pasaron dos días con Petropoulos en su monasterio del Monte Atos, mientras el abad examinaba la escritura aramea.
El profesor Aubert miró a Randall agudamente.
– ¿Lo oí decir, señor Randall, que la señorita Monti acompañó a su padre a visitar al abad?
– Así es.
– ¿Que los dos fueron juntos al Monte Atos?
– Sí, la señorita Monti y su padre estuvieron allá.
– ¿Eso le dijo la señorita Monti? -dije el profesor Aubert incrédulamente.
– Sí, eso me dijo.
El profesor echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
– Pas possible.
– ¿Qué tiene eso de gracioso?
El profesor Aubert trató de contener la risa y pasó un brazo por encima de los hombros de Randall, diciendo:
– Porque le jugó una broma, señor Randall. Ella le estaba… ¿cuál es la expresión?… ¡Ah, sí, claro! Le estaba tomando el pelo.
A Randall no le hizo gracia.
– No entiendo.
– Ya lo entenderá. Verá usted, cualquiera que conozca algo acerca del Monte Atos, sabe que la señorita Monti jamás pudo haber estado ahí. Ella no podría poner un pie en esa península, ni hace cinco años ni hoy ni nunca. Qué, ¿no se lo mencioné antes? La razón por la cual el Monte Atos es uno de los lugares únicos en el mundo es que a ninguna mujer se le permite cruzar la frontera de esa comunidad monástica. En mil años, ninguna mujer ha estado ahí.
– ¿Qué?
– Es verdad, señor Randall. Desde el siglo ix, en virtud del voto de castidad y para reducir las tentaciones sexuales, las mujeres han sido excluidas del Monte Atos. En realidad, excepto por los insectos, las mariposas y las aves salvajes, que no pueden controlarse, cualquier hembra está proscrita. En el Monte Atos existen gallos pero no hay gallinas, toros mas no vacas, carneros mas no ovejas. Hay gatos y perros, pero no del género femenino. La población es totalmente masculina. Nunca ha nacido un niño ahí. El Monte Atos es la tierra sin mujeres. Así que le aseguro que cuando la señorita Ángela le habló de haber estado allí, sólo estaba bromeando.
– Hablaba con absoluta seriedad -dijo Randall en un tono de voz casi inaudible.
Al observar el rostro de Randall, el profesor Aubert se tornó grave.
– Tal vez quiso decir que el profesor Monti fue solo a ver al abad Petropoulos.
– Ninguno de los dos vio al abad -dijo Randall austeramente-, y el abad jamás ha visto el texto arameo de los papiros -Randall hizo una pausa-. Pero los verá, porque yo voy a mostrárselos. Profesor Aubert, ¿cómo puedo llegar al Monte Atos?