— ¿Qué? — dijo Dar pronunciando el sonido que habían convenido como interrogante general.
— Creo que es mejor que nos mantengamos alejados.
— ¿Qué? — repitió Kruger, sin pretender obtener una respuesta concreta, para lo cual hubiera necesitado la comprensión de sus palabras.
— Parece… — el chico no dijo más, pues no había palabras adecuadas.
Volvió a utilizar los signos. Por desgracia, su primer gesto fue señalar la dirección de donde procedían, lo cual interpretó Dar en el sentido de que Kruger se había encontrado ya con aquella cosa, fuese lo que fuese, antes de conocerse. Estaba en lo cierto, pero no comprendía la aversión de su compañero por encontrarla de nuevo. Después de contemplar en silencio durante breves momentos las señas del chico, empezó a caminar de nuevo.
— ¡Alto!
Esta era otra de las palabras sobre cuyo significado se habían puesto de acuerdo, y Dar obedeció con ciertas reservas. Lejos como estaban del campo de lava, ¿cómo era posible que esta criatura supiera algo de la selva que el mismo Dar ignoraba? El ruido le resultaba extraño al nativo y por ello quería investigarlo. ¿Tenía realmente miedo de él el gigante? Si así fuera había que razonar un poco, puesto que si lo que emitía aquel sonido podía hacer daño a Kruger, con mayor motivo se lo haría a Dar. Por otra parte, podría tratarse sólo de algo que le desagradara. En este caso Dar estaría desperdiciando una información que podría servir para un libro. El riesgo estaba entre perder los libros que tenía o perder una ocasión para mejorarlos. El riesgo de perder la vida que también llevaba consigo no significaba nada, evidentemente, pero los otros dos puntos sí eran importantes.
Tal vez pudiera medir mejor el riesgo viendo hasta dónde estaba Kruger preparado para enfrentarse con el fenómeno. Pensando esto, Dar Lang Ahn se encaminó hacia el irregular y apagado «Plop, plop, plop» que se oía ahora claramente entre los árboles.
Kruger estaba perplejo. Nunca se había imaginado hasta ahora el imponerle a Dar sus opiniones a la fuerza, ni sabía el resultado que esto produciría. De ninguna manera quería hacer nada que le produjera su enemistad o una desconfianza mayor que la razonable.
En estas circunstancias, hizo lo único que podía. Dar, moviendo un ojo hacia el ser humano, vio cómo éste empezaba a seguirle y continuó su camino seguro ya de que no había verdadero peligro. Aumentó su velocidad todo lo que le permitía la maleza. Tras pocos minutos la vegetación clareaba, permitiendo caminar sin tener que estar continuamente quitando ramas y enredaderas. Para Dar aquello era un alivio; para Kruger una confirmación de lo que el creciente ruido había ya demostrado.
— ¡Dar! ¡Alto! — el nativo obedeció, preguntándose qué sería lo que había hecho cambiar la situación; entonces contempló con sorpresa cómo Kruger avanzaba lentamente y se ponía delante de él. Le siguió, tras hacer el equivalente a un encogimiento de hombros. El ser humano iba más despacio de lo que él hubiera deseado, pero tal vez tenía alguna razón para ello.
Allí estaba. Cien yardas delante de ellos, la maleza desaparecía, no habiendo tampoco más árboles. Se encontraron con un claro vacío y de superficie suave de unas cincuenta yardas de anchura.
Para Dar aquello no era más que un lugar en el cual se podía viajar con mayor facilidad; casi con seguridad se habría precipitado en él, deseoso de cruzarlo y seguir su camino hasta el origen del misterioso ruido. Por vez primera desde que se conocieron, Kruger no sólo le tocó, sino que le sujetó con un brazo con fuerza más que suficiente para impedirle seguir adelante. Dar miró con sorpresa a su compañero y luego pasó sus ojos por el claro. Dejó de intentar zafarse de su gran compañero y fijó ambos ojos en el centro del espacio abierto.
Allí estaba lo que producía el ruido. La mayor parte del claro parecía estar alfombrada de un material liso y duro, pero el centro estaba en continuo movimiento: una especie de gran caldero conteniendo un barro líquido y pegajoso que cada pocos segundos producía una burbuja grande que al explotar causaba el «plop» que habían estado escuchando, soltando una nube de vapor que se esfumaba parsimoniosamente.
Kruger dejó que su compañero mirara durante uno o dos minutos y después, repitiendo la palabra «¡Alto!», dio unos pasos hacia atrás por el camino por donde había venido.
Normalmente no es fácil encontrar rocas en el suelo de una selva, pero estaban aún lo suficientemente cerca del flujo como para que aparecieran manchas de lava. Encontró una roca y con gran esfuerzo rompió una esquina de tamaño mediano, la trajo y la arrojó en la aparentemente dura superficie. La corteza de barro seco cedió y el trozo de lava desapareció en medio de una gran salpicadura.
— No me gustan estos sitios — dijo Kruger con firmeza, sin importarle el hecho de que Dar no le pudiera entender —. Me metí en uno de ellos hace pocos meses y cuando salí de él ayudándome de la raíz del árbol que había impedido que me hundiera, y que de paso, con un golpe, me hizo perder el sentido un buen rato, encontré mi nombre grabado en el árbol, con unas cuantas observaciones sobre lo buen chico que había sido. No les culpo por dejarme; tenían toda la razón para suponer que estoy todavía hundiéndome. El haber sobrevivido una vez no significa que vaya a volver a intentarlo; ¡mi traje espacial está muy lejos de aquí!
Dar no dijo nada, pero se prometió a sí mismo hacer caso a su amigo mientras estuvieran cerca de la región volcánica de la que era nativo el tipo grande. ¡Aquello era en verdad algo para el libro!
III. PEDAGOGÍA
Habían dejado millas atrás el géiser de barro y varios otros, pero al pasar por una zona aislada de lava Dar aceptaba aún el liderazgo de Kruger. Seguían viajando aún hacia el nordeste, pues el chico no había intentado cambiar el rumbo, pero en cierta manera la relación entre ellos había cambiado.
La inevitable desconfianza mutua que habían sentido al principio estaba desapareciendo. Otro cambio, menos lógico en principio, fue debido a la casi cómica falta de entendimiento que había provocado que Dar creyera firmemente que Kruger era nativo de las poco conocidas áreas volcánicas de Abyormen, mientras que Kruger también estaba seguro de que Dar Lang Ahn no era de este planeta. A consecuencia de esto, Dar estaba todo el tiempo pidiendo consejo a Kruger. Si disparaba a algún tipo de animal nuevo, nuevo, se entiende, para él, esperaba a oír el veredicto del chico antes de comerlo. Naturalmente que desperdiciaban bastante carne perfectamente comestible, ya que Kruger no tenía ningún deseo de arriesgar su salud y su vida probando nuevos tipos de alimentos.
Por fin Dar mató una criatura del mismo tipo que la que el ser humano había probado justo después de entrar en la jungla. El piloto no hizo siquiera preguntas acerca de ella; cogió el cuchillo y se puso a trabajar. Kruger miró su ración con evidente disgusto cuando finalmente la tomó.
No le gustaba la carne cruda, aunque era verdad que no le había hecho daño la otra vez. En aquella ocasión no sugirió parar para hacer fuego, ya que Dar era el jefe moral de la asociación y su concepto de una comida era al parecer comer en el lugar lo que no podía ser transportado y mordisquear el resto mientras seguían andando. Ahora, sin embargo, ya que los asuntos dependían del consejo y la opinión de Kruger, prefirió cocinar su comida. Había salvado todo el material de su traje espacial que le parecía posible de utilizar y que no era demasiado embarazoso para transportar. Al no formar parte en ningún caso un encendedor del equipo normal de un traje espacial, había improvisado uno con la pequeña batería solar y una espiral y un condensador de la radio.
Lo usó ahora, para la absoluta fascinación de Dar Lang Ahn. Satisfecho de que aún tuviera chispa, fue a buscar combustible seco.