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Kruger examinó las chapas de metal con detenimiento. Eran más planas de lo que las palabras de Dar habían hecho suponer, de forma rectangular, de unas dos pulgadas de anchura y cuatro de longitud. Había dos agujeros de una pulgada cuadrada en cada una, y en medio otro menor que cuando estaba siendo utilizado sostenía una clavija para asegurar las correas de cuero que se ataban en los dos primeros. Kruger sonrió al acabar su examen, pero se las pasó a su compañero, con el siguiente comentario: — Acepto la oferta. Avísame en seguida cuando aparezca el próximo planeador, si es que no lo veo yo mismo.

Dar volvió al trabajo, poco interesado en la idea de Kruger, pero mantuvo obedientemente un ojo vagando por el horizonte. Estaba un poco molesto de que Kruger estuviera constantemente levantando su cabeza para hacer lo propio, pero era lo suficientemente abierto para admitir que la pobre criatura no lo pudiera evitar. Se molestó aún más cuando fue Kruger quien divisó primero una nave aérea que se aproximaba, pero miró con interés cómo el chico se preparaba para usar las hebillas para señalar su posición.

Todo lo que vio, sin embargo, fue que una hebilla estaba siendo sostenida delante de uno de los pequeños ojos, que al parecer se dirigía a través del agujero central al planeador que se aproximaba. Dar no vio la razón de que esto pudiera ayudar a dirigir el rayo reflejado. Veía el haz de luz brillando en el mismo orificio central en la cara de Kruger, pero no podía decir por qué el reflejo de sus facciones en su parte posterior hubiera tomado una posición en concreto, una tal que llevaba la luz reflejada en su cara directamente al agujero por el cual estaba mirando al planeador. Permaneciendo todo lo quieto posible, dijo: — ¿Tenéis alguna señal especial que pueda ser hecha con destellos de luz, algo que el piloto pueda reconocer sin error?

— No.

— Entonces sólo nos queda esperar que se interese por un constante relampagueo — Kruger empezó a sacudir el espejo arriba y abajo.

Dar Lang Ahn se mostró atónito cuando el movimiento del planeador demostró con claridad que su ocupante había visto los destellos y no ocultó su asombro. Kruger no le dio importancia a su acción, como si se le ocurrieran cosas así todos los días. Después de todo, aún era joven.

VIII. TRANSPORTE

El planeador no aterrizó, ya que su piloto era demasiado prudente para hacerlo. Fuera lo que fuera lo que emitía aquellos destellos en la playa, casi con certeza que no era una plataforma de lanzamiento, y si tomaba tierra se vería obligado a quedarse allí. El tenía también sus libros y ninguna intención de arriesgarlos. Sin embargo, pasó lo suficientemente bajo para descubrir las figuras de Dar y Kruger, quedándose tan perplejo del último como Dar en su momento lo había estado.

Una de las ventajas de un planeador es su silencio. Esta característica, unida al hiperagudo oído de los abyormitas, hizo posible una conversación entre Dar y el piloto del planeador. Fue llevada a cabo a ráfagas, mientras el aeroplano giraba al borde de la selva, recuperaba la altura que había perdido y volvía a dar otra pasada. Finalmente, Dar pudo transmitirle el hecho que consideraba como más importante: las incidencias de sus libros.

— Entendido — gritó el piloto por fin —. Llevaré mi carga y daré después tu informe. Mejor será que os quedéis donde estáis. ¿Hay algo más que los Profesores deban saber?

— Sí. Mi compañero. Puedes ver que no es una persona. Sabe mucho que no está en los libros; debía ir a presencia de los Profesores.

— ¿Habla?

— Sí, aunque no muy bien. Tiene palabras propias que son diferentes de las nuestras, no habiendo aprendido aún completamente nuestro idioma.

— ¿Sabes tú algo del suyo?

— Algo sí.

— Entonces tal vez será mejor que te llevemos a ti también. Ahorrará tiempo, y no nos queda mucho.

— No estoy seguro. pero me parece que no se muere en el momento indicado; confía en vivir más tiempo. Puede que no haya necesidad de darse prisa.

Una de las frecuentes interrupciones para recuperar altura permitió al piloto dirigir esta información al pasar de nuevo: — En cualquier caso estáte junto a él. Infórmate de la decisión de los Profesores. Si pudieran improvisar una catapulta capaz de lanzar un planeador de cuatro plazas las cosas irían más de prisa, ya que las portátiles es posible que estén desmanteladas — se fue y empezó a girar de una forma determinada para ganar altura, mientras que Dar pasó a informar al chico de las numerosas partes de la conversación que no había oído o entendido.

— Lo sospeché, pero lo encontraba difícil de creer — dijo Kruger por fin.

— ¿Qué?

— Que ese momento al que con tanta frecuencia te refieres es el fin de tu vida. ¿Cómo es posible que sepas cuándo vas a morir?

— Lo he sabido toda mi vida; es parte de la ciencia que hay en los libros. La vida nace, y dura un tiempo determinado, y luego se acaba. Es por ello que los libros deben ir a las Murallas de Hielo, para que los Profesores puedan utilizarlos y ayudar a instruir a la gente que venga después.

— ¿Quieres decir que todo el mundo se muere al mismo tiempo?

— Por supuesto. Prácticamente todas las vidas comenzaron a la vez, excepto para los pocos que habían tenido accidentes y que tuvieron que volver a empezar.

— ¿Cómo morís?

— No lo sabemos, aunque puede ser que los Profesores sí. Siempre nos han dicho el momento, pero no la manera.

— ¿Qué tipo de gente son esos Profesores?

— No, si no son gente. Son… Profesores. Es decir, parecen personas, pero son mucho mayores, más incluso que tú.

— ¿Se parecen más a los tuyos que yo o hay alguna otra diferencia como las existentes entre tú y yo? — Son exactamente iguales que yo, excepto por el tamaño…, y lo mucho que saben, por supuesto.

— ¿Y viven de una generación a la otra, esto es, más tiempo que un grupo normal de gente, y llegan a conocer al siguiente cuando la gente normal se muere en su totalidad al llegar el momento?

— Así lo dicen ellos y los libros.

— ¿Cuál es el tiempo que soléis vivir normalmente?

— Ochocientos treinta años. Llevamos ya ochocientos dieciséis — Kruger pensó esto, y tras hacer un poco de aritmética mental se puso a pensar cómo se sentiría si supiera que no le quedaban más de nueve meses de vida. Sabía que le afectaría; Dar Lang Ahn parecía darlo por supuesto y Kruger no pudo evitar preguntarse si su pequeño amigo albergaría algún reprimido deseo de tener una vida más larga. No se atrevió a preguntarlo, pues ya parecía ser materia bastante delicada. Dejó que la conversación siguiera el rumbo que Dar la estaba dando. El pequeño piloto parecía sentir lástima por él; por fin, Kruger se dio cuenta, dado que no sabía cuándo iba a terminar su propia vida; al no tener las palabras precisas para expresar sus sentimientos, y resultar éstos demasiado abstractos para ser claramente explicados, el chico tuvo la definitiva impresión de que la incertidumbre de un asunto como aquél era algo que a Dar no le gustaría afrontar.

— Pero ya es suficiente conversación sobre el tema — Dar también parecía apercibirse de estar al borde de tocar un asunto que pudiera ser molesto para su compañero —. El piloto ha sugerido que tratemos de improvisar una catapulta para que puedas ser llevado con ellos. Es preciso que empecemos antes de que vuelvan. Todo lo que necesitamos son los palos, ya que ellos traerán con seguridad los cables.

— ¿Cómo funciona la catapulta?

Dar le dio una explicación. Al parecer era una honda más grande de lo normal. La complicación en su construcción parecía residir primero en la necesidad de situarla de forma que pudiera lanzar el planeador a una altura considerable, y segundo en tener la certeza de que la estructura del soporte a la cual iba enganchado el cable pudiera soportar la tensión, ya que una masa de madera endeblemente encajada que se soltara de repente y se abalanzara sobre el planeador podía resultar decididamente desagradable. La primera condición no parecía difícil de cumplir en la orilla del mar; la segunda era un problema de experiencia. El trabajo era realmente más sencillo que construir una balsa, ya que los trazos de madera eran mucho más delgados. Kruger cortó la mayoría, siguiendo instrucciones de Dar; el pequeño nativo los situó y clavó con rapidez y maña.

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