— Lo que digan — Dar, situado en medio de una calle desierta, no estaba dispuesto a una pelea a ballesta contra un número desconocido de antagonistas, todos perfectamente a cubierto. Sin embargo, pensaba una cosa.
— ¿Qué nos haréis por haber entrado en vuestra ciudad?
— Lo que los Profesores digan. No somos nosotros quienes debemos decidir.
— ¿Qué sucedió en el pasado?
— Nadie ha desobedecido a un Profesor durante muchos años. Al principio, cuando la gente era joven, algunos lo hicieron; sufrieron y no volvieron a infringir la ley de nuevo.
— Pero supón que nosotros no sabíamos que estábamos infringiendo la ley.
— Debías haberlo sabido; eres una persona. Tu asunto puede ser perdonado. Los Profesores decidirán.
— Pero no había oído nunca hablar de este lugar; mis Profesores nunca me lo mencionaron y no está en los libros. ¿Cómo podía saberlo?
— Debes tener unos Profesores muy estúpidos. Tal vez no seas culpado por ello.
Dar estaba lo suficientemente indignado para haber hecho una réplica dura, lo que Kruger hubiera desaconsejado de haber podido seguir la conversación de cerca.
— ¿Soy de vuestra ciudad?
— No.
— ¿Os hablaron vuestros Profesores de mi ciudad?
— No.
— Entonces debe haber dos equipos de Profesores estúpidos en Abyormen.
Si Kruger hubiera entendido eso, habría esperado con seguridad como respuesta una andanada de saetas de ballesta, pero no sucedió nada por el estilo. El invisible orador se limitó a volver a la cuestión original.
— ¿Vendréis con nosotros sin oponer resistencia?
— Iremos — Dar respondió sin consultar con Kruger. Después de todo, el chico le preguntaba a Dar lo que había que hacer y presumiblemente no tenía opinión propia.
Al pronunciar Dar Lang Ahn esta palabra, las aberturas de los edificios de los alrededores dejaron paso a unos cincuenta seres. Kruger pudo aceptar esto sin demasiada sorpresa, pero Dar se extrañó grandemente al comprobar que eran idénticos físicamente a él. Había viajado mucho, encontrándose en sus viajes oficiales a las Murallas de Hielo o a otros lugares con tipos de su raza provenientes de ciudades dispersas por el globo de Abyormen y nunca había oído que hubiera más, aparte de los salvajes que se mantenían fuera del alcance de las ciudades gobernadas por los Profesores. Aun así, no había duda; los seres que le rodeaban podían venir directamente de cualquiera de las ciudades que había visitado. Incluso los arneses para la carga que llevaban eran virtualmente idénticos a los suyos y las ballestas que portaba la mayoría podían haber sido hechas por Merr Kra Lar en la ciudad de Kwarr.
El que parecía llevar la voz cantante les dijo al llegar a ellos: — Habéis usado una palabra hace un momento que no había oído nunca. ¿Qué es un libro?
Kruger no entendió esta pregunta; Dar no le había hablado nunca del contenido del paquete que siempre mantenía con tanto cuidado a su lado. Dar podía no haberse sorprendido de la ignorancia de su compañero sobre estos temas, pero que uno de su raza no hubiera nunca oído hablar de los libros era increíble. ¡La vida no podía continuar sin el registro de lo que había sucedido con anterioridad!
Cuando se recobró del asombro que la pregunta le había producido, trató de explicarlo, pero el que le escuchaba parecía incapaz de coger el concepto de escritura. En un esfuerzo para poner en claro el asunto, Dar sacó uno de los libros del paquete y se lo mostró abierto, a la vez que trataba de explicar el significado de las marcas, pero esto produjo un resultado que no había previsto.
— No sé para qué necesitas algo así, cuando puedes preguntarles a los Profesores lo que necesites saber, pero tal vez nuestros Profesores puedan decir por qué lo hacéis. Les enseñaremos tus libros; dámelos.
V. CONFISCACIÓN
Era imposible hacer algo; una ballesta no podía nada contra dos veintenas. Por un instante, Dar pensó en hacer una escapada desesperada del grupo que les rodeaba y buscar refugio en el edificio más cercano, pero desechó la idea, ya que vivo podía recobrar los libros.
— Preferiría llevarlos y mostrárselos a los Profesores yo mismo — sugirió.
— No hay ninguna necesidad de llevarte a su presencia a menos que lo ordenen — fue la respuesta — ; pero es seguro que querrán ver tus libros. Iré yo a ellos y se los enseñaré y te diré lo que haremos contigo.
— Pero quiero verlos para explicarles que no sabía que estaba infringiendo su ley.
— Se lo diré. Desde el momento que lo has hecho, lo que quieras no es importante.
— ¿Y no querrán ver a mi compañero? No sabe hablar muy correctamente y yo sé algunas de sus palabras.
— Si los Profesores, además de ver, quieren hablar y creen necesitar tu ayuda, serás llevado a su presencia — el que hablaba extendió la mano y Dar le entregó con disgusto el precioso paquete.
Fueron dadas órdenes de marcha y el grupo se volvió por el camino por donde Dar y Kruger habían venido. Sin embargo, en vez de torcer tierra adentro, cuando llegaron a la avenida que la pareja siguió hacia el mar, la cruzaron y se encaminaron al lado del mar de uno de los volcanes, que era el que quedaba a la izquierda cuando los dos caminantes venían hacia la ciudad.
Por primera vez se lamentó Dar de no haber insistido en aprender más del lenguaje de Kruger. El problema era recuperar los libros y quedar fuera del alcance de esta gente cuanto antes mejor, y si esto fallaba escaparse él e informar en las Murallas de Hielo de su situación. Había que hacer esto en menos de veinte años; no había otra alternativa imaginable. Con suerte, Nils Kruger le ayudaría. En aquel momento no parecía aconsejable discutir este asunto con él, ya que podían ser entendidas muchas de las palabras que utilizaran por la gente que les rodeaba. Era posible que después les dejaran solos, y si no Dar únicamente tendría que utilizar el poco inglés que había aprendido. En relación con esto, acariciaba una idea y habló con Kruger, usando a tope su vocabulario de palabras inglesas.
— Nils, habla mientras caminamos. En tu lengua. Sobre cualquier cosa.
No podía ser más explícito; quería que Kruger fuera hablando de las cosas que veían al pasar, con la esperanza de que alguna palabra aislada pudiera tener un significado lo suficientemente obvio para que el nativo, relacionándolo con el inglés que sabía, pudiera cogerlo. Kruger no entendía esto, pero podía ver que Dan estaba pensando hacer algo en concreto y se empeñó en contentarle. Al ser el tema de conversación más a mano justo el que Dar quería, las cosas no fueron del todo mal.
Era un método que no hubiera resultado demasiado práctico dada la memoria que poseen la mayoría de los seres humanos, pero para la de Dar no resultaba del todo irracional. Aun así, el vocabulario del pequeño piloto se incrementaba, en verdad, muy despacio y tenía con frecuencia que ser corregido.
Mientras esto sucedía, el grupo pasó al lado del volcán, siguiendo la pequeña playa de cenizas pulverizadas que había entre él y el mar. Al otro lado, la selva llegaba prácticamente hasta el mar formando penachos aislados de vegetación separados por montones de escoria volcánica y ocasionales pequeños mantos de lava. Durante un par de horas fueron siguiendo su camino a través de estos trozos de selva, alejándose cada vez más del mar.
El nivel del terreno no subía de nuevo; seguían al nivel del mar y a Kruger no le hubiera sorprendido encontrarse con otro pantano. En vez de esto, se encontraron con una región de niebla.
Era ésta la primera vez en los meses que llevaba en Abyormen que Kruger se encontraba con ese fenómeno y se sorprendió bastante, pues no parecía concordar con la temperatura del aire. Sin embargo, las ondulantes nubecillas de vapor de agua estaban allí, y conforme el grupo iba avanzando se hacían más frecuentes y mayores. El chico tenía unos conocimientos de física lo suficientemente buenos para atribuir todo esto a una de estas dos causas: o algo enfriaba un aire casi saturado o había allí una masa de agua cuya temperatura era más alta que la del aire que había encima. No se sorprendió mucho al materializarse la segunda de esta situaciones. Aparecieron lagunas de agua a ambos lados de su sendero y, al poco rato, el camino llegaba a un claro de dos o trescientas yardas de ancho, en el cual había más pozas de agua que exhalaban grandes penachos de vapor. Algunas burbujeaban violentamente, otras estaban quietas a la luz del sol, pero todas parecían estar calientes. Dar se hallaba visiblemente nervioso: visiblemente, se entiende, para sus captores, ya que Kruger aún no reconocía los síntomas. El ser que llevaba el paquete se decidió a preguntar: — ¿Te ha dicho tu compañero algo que te preocupe?