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IX. TÁCTICA

La Tierra se encuentra a unos quinientos años luz de Alcyone y del sistema estelar donde está situada. Esto no es demasiado, teniendo en cuenta cómo son las distancias en la galaxia, con lo que debió ser antes de que Nils Kruger se encontrara por primera vez con Dar Lang Ahn cuando los datos reunidos por el Alphard fueron enviados al planeta base. Dado que el navío de investigación había obtenido espectros y lecturas fotométricas y estereométricas, y muestras físicas de unos quinientos puntos del espacio ocupado por las Pléyades, a la vez que datos biológicos y meteorológicos de alrededor de una docena de planetas del sistema, había una buena cantidad de información observada para ser sistematizada.

A pesar de esto, el planeta donde se suponía que Nils Kruger había muerto llamó muy pronto la atención. No existían datos suficientes para especificar su órbita alrededor de la «enana roja» a la que estaba presumiblemente sujeto o la relación de esta última con el cercano Alcyone, pero un planeta, un sol pequeño y uno gigante juntos los tres dentro de una masa de gas nebular constituyen una situación bastante peculiar para la mayoría de las teorías cósmicas. El astrofísico que por primera vez se ocupó del material volvió a mirarlo y llamó después a un colega; se dio el aviso, y un ardiente deseo de saber más acerca de aquello empezó a ser sentido en las filas de los astrónomos. Nils Kruger no estaba tan muerto como él suponía.

Pero Kruger no era un astrónomo, y aunque tuviera en aquel momento una idea bastante aproximada del tipo de órbita que Abyormen seguía alrededor de su sol, no veía ninguna razón para que el sistema fuera de especial interés para alguien distinto de él mismo. Casi había dejado de pensar en la Tierra, ya que tenía algo más que considerar.

Esperaba vivir el resto de su vida en Abyormen; había encontrado allí un solo ser al que podía considerar su amigo personal. Ahora había sido informado por su mismo amigo que su amistad sólo iba a poder durar unos pocos meses más de los de Kruger, ya que el otro moriría de muerte natural al final de aquel tiempo.

Kruger no estaba convencido de ello, o al menos no creía que fuera necesario. La descripción que Dar Lang Ahn había hecho de los Profesores hizo surgir una sospecha en su mente. La visión de una de aquellas grandes criaturas no hizo sino confirmársela, y se dispuso para su primera conversación con el decidido propósito de hacer todo lo que estuviera en su mano para posponer el fin que Dar Lang Ahn contemplaba como inevitable. No se le ocurrió preguntar si estaba con ello haciendo o no un favor a Dar Lang Ahn.

No hay forma de decir si los Profesores que interrogaron a Nils Kruger advirtieron su oculta hostilidad hacia ellos; nadie se lo preguntó durante el corto período de tiempo que les quedaba de vida y ellos no se preocupaban de registrar meras sospechas.

Ciertamente, no demostraron tener ninguna durante la conversación y estuvieron corteses, para sus costumbres, y respondieron casi tantas preguntas como habían formulado. No mostraron sorpresa alguna de los hechos astronómicos que Kruger tuvo que mencionar para describir su lugar de origen; preguntaron muchas de las mismas cosas que los Profesores de los habitantes del poblado. Apuntó el hecho, al desviarse la conversación en ese sentido, de que los Profesores del poblado se habían quedado con su encendedor; estaba preparado para defender la asociación de Dar Lang Ahn con el fuego, pero aquel tema pareció no preocupar a ninguno de los dos Profesores. El alivio de Dar resultó esta vez evidente para Kruger.

Los Profesores le enseñaron con todo detalle las Murallas de Hielo, mejor incluso de lo que Dar Lang Ahn las hubiera visto nunca. Las cavernas en la montaña eran sólo un puesto avanzado; el asentamiento principal estaba mucho más adentro, a millas de distancia. Varios túneles lo conectaban con plataformas de aterrizaje similares a donde habían aterrizado. Era aquí donde estaban situadas las librerías; vieron cargas y cargas de libros, que habían venido de las ciudades dispersas por Abyormen, ser apilados para su posterior distribución. Preguntado sobre cuándo sucedería esto, el Profesor no se anduvo con rodeos al responder.

— Pasarán unos cuatrocientos años desde el final de esta vida hasta que empiece la siguiente. Diez años después de esto las ciudades estarán pobladas de nuevo y comenzará el proceso de educar a sus habitantes.

— Así que habéis empezado ya a abandonar vuestras ciudades. ¿Viene aquí todo el mundo para morir?

— No, no abandonamos nuestras ciudades; la gente vive en ellas hasta el fin.

— ¡Pero la que Dar Lang Ahn y yo encontramos estaba abandonada!

— Aquélla no era una de nuestras ciudades. La gente que vivía en sus alrededores no era nuestra gente y sus Profesores no eran de nuestra clase.

— ¿Sabíais algo sobre esa ciudad?

— No con exactitud, aunque aquellos Profesores no nos resultaban extraños del todo.

Todavía no sabemos qué hacer en ese sentido — Dar interrumpió aquí la conversación.

— Simplemente tenemos que volver con la suficiente gente para llevarnos los libros, y estoy seguro de que usted quiere también el mechero de Nils, aunque nosotros no utilicemos el fuego. Es sabiduría y debe ser llevada a las librerías.

El Profesor hizo un movimiento afirmativo con su mano.

— Llevas bastante razón, pero no toda. Es más que improbable que podamos forzar el retorno del material. ¿No dijiste que los libros habían sido colocados en un cobertizo en medio de las pozas de agua caliente?

— Sí; pero… ¡no pueden haberlo guardado allí!

— Estoy menos seguro que tú. Sin embargo, si hacemos un intento como el que has sugerido tendrían el tiempo y las ganas suficientes para esconder las cosas en cualquier otro lugar.

— Pero ¿no podríamos obligarles a que nos dijeran dónde? — preguntó Kruger —. Una vez que nos hayamos apoderado del lugar sería un simple intercambio: sus vidas por nuestras posesiones.

El Profesor miró fijamente al chico por un momento usando sus dos ojos.

— No creo poder aprobar el quitarles la vida — dijo por fin. Kruger se sintió un poco incómodo ante esa dura afirmación.

— Bueno…, ellos no tienen por qué saber que, dado el caso, nosotros no lo haríamos — señaló bastante dolorido.

— Pero supón que son sus Profesores quienes todavía tienen las cosas. ¿Qué beneficio acarrearía amenazar a su gente?

— ¿No cogeríamos también a los Profesores?

— Lo dudo — a Kruger se le escapó totalmente la sequedad de la respuesta.

— Bueno, pero incluso si no lo logramos, ¿no les preocupa su gente lo suficiente como para entregar las cosas para salvarlos?

— Eso podría suceder — el Profesor paró —. Eso podría, pero que muy bien, suceder. Me estoy inquietando un poco con alguna de tus ideas, pero he de confesar que ésta tiene gérmenes de razón. No tenemos ni siquiera que amenazar con matar, y ya que sólo será suficiente llevarnos a la gente o amenazarles con hacerlo. Tengo que discutir esto con los otros. Puedes quedarte y examinar la librería si quieres, pero me imagino que querrás estar de vuelta en la salida cuando se tome una decisión.

Kruger había visto ya cuanto quería sobre el proceso de almacenaje de libros y sobre los libreros, que eran gente de la estatura de Dar más que de la de los Profesores, así que dio a entender su intención de regresar a la superficie. Dar Lang Ahn fue con él y empezaron el largo camino de regreso a la superficie. Resultaba suficiente para mantener a Kruger caliente, aunque la temperatura era de unos cuarenta y cinco grados Fahrenheit.

Conforme iban subiendo se preguntaba sobre la necesidad de un refugio así, ya que había, de acuerdo con el Profesor, media milla de roca y más de tres de hielo sobre sus cabezas. Incluso más extraño era el hecho de que una gente cuyas herramientas parecían ser de lo más simple hubieran construido un lugar así. Pero era indudable que habían tenido herramientas cuando vinieron por primera vez; Kruger creía ahora que el accidente que dejó a la gente de Dar abandonados en Abyormen debía haber ocurrido hacía varias generaciones. Por alguna razón, había obviamente venido más de una nave al planeta.

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