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Esto empeoró con el paso de las horas. Kruger no estaba seguro de lo que viajaron, pero advirtió que debían haber sido cientos de millas. Estaba cansado, hambriento y sediento. Dar parecía insensible a todos estos males, así como al frío, que casi estaba logrando que Kruger echara de menos la selva. Habían hablado poco en varias horas, pero cada vez que Kruger pensaba cuánto tiempo duraría aún el viaje no lo hacía, pues no quería que pareciera que protestaba. Por fin, fue Dar quien habló.

— No vamos a poder llegar antes de que se haga de noche — dijo de repente —. Tendré que aterrizar pronto y seguir cuando vuelva a salir el sol.

Kruger miró a la estrella azul, en cuyos movimientos hacía largo tiempo que no reparaba. Dar tenía al parecer razón. Arren estaba en el horizonte detrás de ellos y un poco a la derecha del planeador; se estaba poniendo con lentitud. Kruger trató de aprovechar esto para hacerse una idea de su situación en el planeta; debía significar algo, ya que había visto el sol azul en el horizonte durante más de seis meses terrestres. Una cuestión parecía clara, y era que Theer no saldría aquel año. Habían cruzado al «lado oscuro» de Abyormen. Un casquete polar pareció de repente distinguirse en el paisaje.

Sin embargo, a juzgar por el ángulo en que se ponía la estrella, ésta no iría muy debajo del horizonte, decidió Kruger, comunicando a Dar su conclusión.

— No estará lo suficientemente oscuro para no poder ver, ¿verdad? — preguntó.

— No; pero no solemos volar cuando ninguno de los dos soles está en el cielo — fue la respuesta —. Las corrientes de aire vertical son más raras y difíciles de identificar a cualquier distancia. Sin embargo, haré lo que pueda para llegar a las Murallas antes de que el sol se ponga; no tengo demasiadas ganas de estar quince o veinte horas sentado en lo alto de una colina — Kruger participó de todo corazón en este deseo.

Era difícil decir lo que la estrella hacía, ya que subían y bajaban con mucha rapidez, pero no había ninguna duda de que se estaba poniendo. Su atención se concentraba en la estrella que desaparecía, pero no tanto como para impedirle observar el paisaje que había debajo, apareciendo el casquete polar algo antes de que se diera cuenta de ello.

Después de esto, advirtió ya muy pocas cosas más.

Un gran río que se encaminaba hacia el ahora distante mar fue la primera advertencia que recibió. Siguiendo su curso hacia arriba, vio que procedía de una gigantesca pared que brillaba color rosa con los casi horizontales rayos de Alcyone. Tardó varios segundos en darse cuenta de que la pared era el pie de un glaciar. El río seguía tierra adentro, pero era ya un río de hielo. Las montañas iban siendo realmente más altas en el centro del continente, pero desde el punto de vista de Kruger parecían menores, ya que sus bases estaban enterradas con lo que parecía nieve acumulada durante siglos. Desde todo lo alto a lo que podía subir el planeador no se podía ver más que como el campo de hielo se extendía indefinidamente. La mayor parte de él permanecía quieta por la acción de las montañas que lo atravesaban desde abajo, pero cerca del borde los glaciares afloraban lentamente buscando su salida al océano. El hielo tenía con seguridad mil pies o más de espesor al borde del casquete; Kruger se preguntó qué sería más tierra adentro.

Pero la visión del casquete de hielo significaba que no podían estar muy lejos de su objetivo; Dar no se hubiera acercado tanto a una rica fuente de corrientes para abajo a menos que se hubiera visto obligado. El piloto admitió esto cuando Kruger le preguntó.

— Tenemos que llegar, de acuerdo. Dos ascensiones más, si encuentro las corrientes adecuadas y podemos planear el resto del camino — el chico se abstuvo de interrumpirle más y miró fascinado el paisaje, viendo cómo la selva dejaba paso a manchas de hielo y nieve y la tierra a rocas negras y grises con partes blancas.

De pronto, el piloto señaló un punto y el chico vio lo que sólo podía ser su lugar de aterrizaje. Era una plataforma plana, aparentemente una terraza natural, en la cima de una de las montañas. El valle, que se extendía bajo él, estaba lleno de hielo, parte de un glaciar que se mantenía sólido durante más de una docena de millas después de fluir bajo este punto. La terraza no era más que una entrada; las bocas de varios túneles gigantescos que parecían adentrarse profundamente en la montaña salían de ella. Varios artefactos con alas que se encontraban bastante cerca de las bocas del túnel no dejaban lugar a dudas sobre la naturaleza del lugar.

A Kruger le parecía que podían planear hasta allí desde su presente situación, pero Dar Lang Ahn conocía demasiado bien las furiosas corrientes de bajada que había en el borde de la terraza cuando el sol no estaba brillando sobre la ladera de la montaña, y aprovechó su última oportunidad para subir. Durante dos o tres minutos, mientras daba giros el planeador, recibió los últimos rayos de Alcyone y debió haber sido visible para los observadores de la terraza de abajo.

Entonces la estrella desapareció detrás de un pico y la terraza se esfumó bajo el morro del aparato. Dar puso la máquina a nivel con la plataforma con unos quinientos pies de margen, hizo dos ajustados giros en sus alrededores para librarse del exceso de altura y se posó como una pluma delante de uno de los túneles. Kruger, medio congelado por la última subida, saltó dando gracias fuera de la máquina y aceptó, sumamente agradecido, la jarra de agua que uno de los nativos que estaban esperándoles le ofreció inmediatamente.

Al parecer se les esperaba, lo cual era bastante lógico ya que los otros planeadores debían haber llegado hacía tiempo.

— ¿Necesitas descansar antes de hablar con los Profesores? — preguntó uno de los que les habían recibido. Dar Lang Ahn miró a Kruger, pues sabía que había estado despierto mucho más tiempo del que solía, pero para su sorpresa el chico contestó: — No, vamos. Puedo descansar después; me gustaría ver a vuestros Profesores, y sé que Dar Lang Ahn tiene prisa por volver al poblado. ¿Está su oficina lejos de aquí?

— No muy distante — el que les preguntaba les dirigió de vuelta al túnel, en el cual de pronto aparecía una rampa espiral que bajaba. Caminaron por ella durante media hora del chico, quien empezó a preguntarse por lo que el guía entendía por «muy distante»; pero por fin la cuesta se convirtió en el piso llano de una gran caverna, que estaba casi desierta, aunque tuviera varias puertas, a una de las cuales se dirigió el guía.

La habitación que había detrás resultó ser una oficina y estaba ocupada por dos seres que eran obviamente, según la descripción de Dar Lang Ahn, Profesores. Como éste había dicho, eran idénticos a él en apariencia, con la única excepción de su tamaño.

Estas criaturas medían más de ocho pies de altura.

Cada uno de ellos dio un paso hacia los recién llegados. Esperaron en silencio a que fueran visibles sus facciones. Sus movimientos eran torpes, advirtió Kruger, y esa sospecha que había albergado durante tiempo se convirtió de repente en certeza.

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