Por desgracia, no pudo reconocer ni una sola foto. Los geólogos podían haber renunciado en su empeño después de haber acabado de enseñarle fotos, pero Kruger se dio cuenta de que una de ellas era una muestra de travertina virtualmente idéntica al material depositado en los alrededores de la poza del géiser. Le señaló esto a Dar.
— Vuestras fotos no son demasiado buenas — fue la respuesta.
Veinte minutos después se pudo establecer que Dar Lang Ahn podía ver luz cuya longitud de onda oscilara entre cuarenta y ocho angstroms hasta un poco menos de dieciocho mil, esto es, no tanto en el lado de la luz violeta como el hombre, pero más de un octavo más que éste en el infrarrojo. Las fotos en color, que mezclaban los tres colores primarios haciendo combinaciones que reproducían lo que el ojo humano veía en el original, simplemente no reproducían más de la mitad de la gama de colores vistos por Dar. Como él decía, las fotos en color no eran buenas. El tinte del espectro reproducía, en aquella parte del espectro, los colores equivocados.
— No me extraña ahora que no comprendiera ninguna de sus palabras cuando se refería a los colores — murmuró Kruger con disgusto.
El problema se resolvió haciendo fotos en blanco y negro y dejando que Dar se concentrara en ellas. Después de esto pudo identificar más de la mitad de las fotos y decir dónde se podían hallar muestras de la mayoría. Tras una breve lección de geología, incluso sugirió áreas de fallas debidas al empuje de fuerzas interiores y exteriores, y cañones que dejaban al descubierto estratos hasta profundidades de cientos o miles de pies; los mapas que dibujó fueron más que suficientes para permitir localizar las regiones a las que se refería. Los especialistas en rocas se hallaban encantados. También lo estaban Dar Lang Ahn y Nils Kruger, este último por razones de su incumbencia.
El chico había vuelto a entrar en contacto radiofónico con el Profesor mientras todo esto sucedía y le contó cuanto había acaecido. Le explicó la información que los visitantes querían y le ofreció canjear toda la ciencia que la criatura quisiera. Por desgracia, el Profesor aún creía que demasiado conocimiento científico no le haría ningún bien a su gente. No se apearía de su creencia de que el conocimiento llevaría en su momento a los viajes espaciales, y que éstos acarrearían inevitablemente la ruptura del ciclo de vida abyormenita, ya que era ridículo suponer que otro planeta pudiera compararse a las características de Abyormen.
— Pero su gente no necesita quedarse en otros planetas. ¿Por qué no pueden limitarse a visitarlos para comerciar o aprender, o simplemente verlos?
— Te he mostrado Nils Kruger, que tu ignorancia sobre mi gente te llevó antes por el mal camino. Por favor, créeme cuando te digo que estás en un error al pensar que salir de este planeta les reportaría algún beneficio — permanecía fijo con esta idea y Kruger tuvo que ceder.
Informó de su fracaso al comandante Burke y se sorprendió en cierto modo ante la respuesta del oficial.
— Pues en cierto modo estás de enhorabuena al no haber aceptado el Profesor tu oferta.
— ¿Por qué, señor?
— Por lo que he podido entender, le estabas ofreciendo cualquiera de nuestros conocimientos técnicos por el que pudiera estar interesado. Admito que no estamos tan preocupados por la seguridad como hace unas pocas generaciones, cuando aún había guerras en la Tierra, pero en general se considera desaconsejable ser demasiado liberal en la concesión de técnicas potencialmente destructoras a una raza hasta que no la conozcamos bastante bien.
— ¡Pero yo sí que los conozco!
— Admito que puedas conocer a Dar Lang Ahn. Te has encontrado con otros pocos de su raza, algunos de sus Profesores, y has hablado por radio con un Profesor perteneciente a lo que pudiéramos llamar una raza complementaria. Me niego a creer que conozcas a la gente en general, y aun afirmo que podías haberte quedado en una posición algo equívoca si esta criatura hubiera aceptado tu oferta.
— Pero usted no objetó que todo el mundo le dijera a Dar cualquier cosa que preguntara.
— Debido a, aproximadamente, la misma razón por la que el Profesor tampoco se opuso a que tú se lo dijeras.
— ¿Quiere decir que porque se va a morir pronto? ¿No le permitirá volver a las Murallas de Hielo antes de ello? El confía en que así sea.
— Supongo que lo hará. No creo que ello pueda traer ningún mal; no se llevará ningún material escrito, y sin eso estoy seguro de que no puede hacer ningún daño.
Kruger puso en orden sus ideas; había estado a punto de mencionar la prodigiosa memoria del nativo. Quería que Dar Lang Ahn aprendiera cosas. Sabía que el pequeño nativo recordaría cuanto se le dijera o mostrara, y que todo lo que recordara se lo diría a sus Profesores en las Murallas de Hielo. El Profesor del poblado podría oponerse, pero parecía tener poco que hacer; Kruger había respetado su trato.
Pero ¿podría dicho ser hacer algo? Había afirmado poseer influencia suficiente sobre los Profesores del casquete polar para que éstos intentaran asesinar a Kruger contra su propio deseo. Tal vez les podría forzar a que ignoraran la información que Dar aportara, o incluso a destruirlo; y esto no formaba decididamente parte del plan de Kruger. ¿Qué influencia tenía el ser? ¿Podía hacerse algo para reducirla o eliminarla? Tendría que hablar de nuevo con aquel Profesor, y preparó la charla muy cuidadosamente. El chico flotó sin movimiento durante un rato, pero por fin su expresión se aclaró un poco.
Momentos después se puso en movimiento hacia la pared más cercana y se dirigió al cuarto de transmisiones.
El Profesor reconoció la llamada al instante.
— ¿Estoy en lo cierto al decir que has preparado nuevos argumentos para que deba favorecer la extensión de tu tecnología?
— No del todo — replicó Kruger —. Quería hacerle una o dos preguntas. Dijo que había cuatro de ustedes en la ciudad. Me gustaría saber si los demás comparten su actitud al respecto.
— Pues sí — la respuesta fue rápida y desconcertó un poco al chico.
— De acuerdo. ¿Y los Profesores de las demás ciudades? Presumo que les habrá contado todo lo que ha estado sucediendo — esta vez la respuesta no llegó tan de prisa.
— En realidad no. No mantenemos una comunicación continua. Nos limitamos a contrastar unos con otros cada año. Si les llamara ahora probablemente no estarían escuchando. No importa; no hay duda de cómo pensarían. Después de todo, hemos mantenido durante muchos años la política de limitar la tecnología para nosotros solos y de estar seguros de ser la fuente de conocimiento para los demás; por ejemplo, las radios que tienen en las Murallas de Hielo las hicimos nosotros; ellos no saben.
— Ya veo — el cadete estaba un poco descorazonado, pero en modo alguno dispuesto a abandonar —. Entonces no le importará que visitemos las otras ciudades y contactemos con sus colegas Profesores directamente y les hagamos a ellos la propuesta — esperaba con ansiedad que no se le ocurriera al otro preguntar si todos los seres humanos estaban de acuerdo al respecto.
— En modo alguno. Tendríais, por supuesto, que explicarles la situación de igual manera que habéis hecho conmigo; os darían la misma respuesta.
Kruger sonrió malignamente.
— Sí, podemos hacer eso, o contarles una historia ligeramente diferente; digamos que su mente está en cierto modo dañada, y que ha obtenido de nosotros alguna información y que se encuentra cansado de los sacrificios que trae consigo ser un Profesor, y que iba a construir unos aparatos capaces de mantener caliente una mayor parte del planeta, lo cual evitaría que se muriera su gente.
— ¡No he oído una estupidez mayor en toda mi vida!
— Claro que no. Tampoco sus amigos en las otras ciudades. ¿Pero cómo sabrán ellos que es una idiotez? ¿Se atreverían a probar suerte? — calló, pero ninguna respuesta llegó de la radio —. Sigo pensando que su gente no tiene por qué salir al espacio después de aprender un poco de física. ¿No son ellos tan capaces como usted de ver los peligros que ello acarrearía?