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El cráter, si es eso lo que una vez fue, no estaba encima de la montaña, sino a un lado; la carretera les había llevado a la parte más alta de su borde y el cono subía aún varios cientos de pies más detrás de ellos cuando se pusieron a mirarlo. No se trataba de un cráter demasiado ortodoxo; sus paredes interiores eran escarpados acantilados que en un principio hicieron a Kruger sentirse bastante inseguro. Vio entonces que la parte interior de la fosa no era del mismo material que la montaña en general, y muy despacio fue alumbrando en él la idea de que todo aquello fuera artificial.

Las paredes eran de cemento, o algo equivalente, y habían sido cortadas con herramientas. La parte de abajo no era el fino cono de un cráter normal, pero tampoco estaba totalmente plana. Había un pequeño lago y la vegetación cubría casi el resto de la zona. Alrededor del borde de la pared de cemento parecía que se extendía por una corta distancia un trozo de tela, sobre la cual no había ninguna vegetación. Los dos observadores podían ver las bocas de grutas o túneles que se abrían en la pared por esta rampa, y pensando en una decidieron buscar un camino para bajar.

No había nada que se pareciera a una escalera en la pared interior, así que lo más lógico que podían hacer era seguir la carretera que debía haber sido construida en relación con este hoyo. Rápidamente, les dio la impresión de estar siguiendo la ruta adecuada, ya que el sendero en vez de seguir alrededor de la montaña, como había hecho hasta entonces, empezó a curvarse hacia abajo para seguir la forma de la sima. En la parte más escarpada de la bajada la suave superficie se convirtió durante unas doscientas yardas en algo que podían ser escalones de estrechos y bajos peldaños, o simplemente un acanalamiento del suelo para permitir la tracción.

Poco tiempo después llegaron a un lugar donde los árboles crecían al borde de la carretera, cubriendo ésta y el hoyo. Esto impidió que vieran el camino desde arriba. Como luego supieron, también impedía que vieran un buen número de edificios que se encontraban separados por intervalos regulares en la cuesta. Parecían ser del mismo estilo que los de la ciudad, exceptuando que tenían un solo piso. Dar y Kruger dudaron entre examinarlos con detenimiento ahora o averiguar adónde conducía la carretera y volver después si tenían tiempo. Optaron por la segunda alternativa.

Sin embargo, no tardaron mucho tiempo en averiguar adónde llevaba la carretera.

Otras doscientas yardas más abajo se abría en una plazoleta pavimentada a la que Kruger, sin pensarlo dos veces, llamó «aparcamiento». Varios minutos de investigación y pensamiento no dieron un nombre mejor, con lo que los exploradores volvieron a los edificios. Una vez dentro del primero al que entraron hizo que Kruger no pensara más en el hecho de que ya se habían retrasado para su entrevista con los «Profesores».

Su primera suposición fue que ésta debía ser la planta suministradora de energía de la ciudad. Un generador eléctrico no varía mucho de aspecto, sea quien sea quien lo construya, y cualquiera sea la causa que lo haga moverse, y los objetos que había en el primer edificio eran simples generadores eléctricos. Eran grandes, aunque Kruger no tenía la experiencia suficiente para saber si bastaban para la ciudad entera. Sus grandes armaduras estaban montadas sobre ejes verticales, y aparentemente la fuente productora de la energía mecánica estaba bajo tierra. Pensando en esto, hicieron una rápida investigación que fue recompensada por el descubrimiento de la parte superior de una rampa que, como esperaban, conducía abajo.

La única dificultad estribaba en que la rampa era estrecha y baja a la vez. Kruger hubiera tenido que ponerse a gatas y su pendiente era resbaladiza. Incluso si conseguía llegar abajo, volver a subir resultaría dificultoso, ya que el suelo de la rampa era de metal liso y resultaba difícil no resbalar. El caso de Dar era aún peor; la cuestión del tamaño le preocupaba menos, pero, por primera vez desde su encuentro, sus zarpas resultaban para algo menos adecuadas que los pies de Kruger. Este decidió por fin que la prudencia era la parte más importante del valor y pospuso la exploración hasta haber examinado los demás edificios.

Esto les llevó algún tiempo, ya que el lugar era fascinante. Se podían encontrar todo tipo de equipos técnicos, que resultaron en su totalidad, para desilusión de Kruger, demasiado grandes para ser transportados, pero que no dejaban lugar a dudas de que la raza que había construido la ciudad estaba altamente civilizada. Los generadores y motores, los hornos y herramientas decían todo lo que era importante sobre ellos, excepto qué era lo que les había hecho marcharse dejando su ciudad y sus equipos. Una guerra los habría destruido; una plaga hubiera dejado rastro de sus cuerpos, a menos que fueran de cuerpo blando, como los moluscos. Kruger, un hombre que había crecido en la Tierra durante la primera década de la exploración interplanetaria, estaba preparado para aceptar esta segunda posibilidad, pero aun así no la dio como segura.

Los hechos eran contradictorios: una ciudad parcialmente sumergida que debía llevar siglos abandonada y unas máquinas que sólo estaban cubiertas por una fina capa de polvo, unos caminos que aún no habían sido cubiertos por la vegetación, unas paredes en pie y sin grietas con un mortero resistente y una fuerte albañilería que debían de haber sido cuidadas hasta hacía relativamente poco tiempo. Parecía que las máquinas volverían a funcionar si se les quitaba el polvo y se les suministraba energía.

De haberle dado a un arqueólogo competente el tiempo suficiente, habría podido aprovechar el grupo de edificios como una escuela donde aprenderlo todo sobre sus constructores; de hecho uno de ellos parecía haber sido destinado a colegio. Tenía en su interior un bonito modelo en relieve de los dos volcanes, la ciudad entremedias, la bahía, aunque no señalara el nivel del agua, y el gran agujero donde se encontraba dicho edificio. Además, muchas de las máquinas que estaban en tamaño real en los demás edificios se representaban aquí en forma de maquetas; los dos investigadores hubieran pasado aquí varias horas de no haber sido por un hecho.

Había otra rampa que descendía a la parte inferior desde el piso bajo de aquella construcción, y esta vez era lo suficientemente grande para que Dar pudiera andar derecho por ella sin dificultad. Además, la cuesta era mucho menos empinada que en el caso anterior y el suelo tenía una composición rugosa que permitía que fácilmente las zarpas de Dar hicieran presa. Por último, descendía por el agujero, y sin pensarlo más los dos empezaron a bajar su suave cuesta.

La luz no era buena, pero sin embargo venía la suficiente del edificio del que salieron para permitirles distinguir algunas ramificaciones del túnel. Durante un rato no vieron ninguna, pero después aparecieron varias puertas a ambos lados. A juzgar por los ecos, llevaban a habitaciones vacías; estaba entonces demasiado oscuro como para poder comprobarlo con la vista. Poco después, sin embargo, una débil luz apareció delante de ellos.

No le prestaron atención de momento, pues una nueva circunstancia les distrajo. Casi en el mismo instante en que Dar se dio cuenta de la luz que tenía delante, sonó detrás de ellos un gigantesco silbido y sintieron una repentina ola de calor.

Como un solo hombre saltaron los dos hacia adelante, pero siguieron sintiendo el calor y el ruido. Una débil corriente de aire proveniente del edificio del que habían salido les trajo una nube de vapor de agua que les envolvió y siguió hasta el fin del túnel.

— ¿Qué pléyades es eso? — preguntó Kruger a nadie en particular.

— ¿Otro géiser? — la respuesta de Dar era a la vez una pregunta.

— Demasiado breve — Kruger empezó a dirigirse con cuidado al origen del fenómeno, listo para saltar de nuevo al hoyo si fuera necesario.

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