La conversación se acabó ahí; de hecho, fue violentamente interrumpida. Uno de los géisers, a apenas treinta yardas de distancia de los prisioneros, eligió aquel momento para soltar parte de su energía y empezaron a aparecer grandes cantidades de vapor de agua. Dar y Kruger no esperaron para despedirse; se fueron directamente del fenómeno y con tanta rapidez como el vapor les permitía.
Kruger tropezó dos veces con irregularidades de la roca; en ambas ocasiones forcejeó para sacar sus pies del agua hirviendo que llegaba a ellos. Durante lo que les pareció a ambos muchas horas, pero que probablemente fue menos de un minuto, no pensaron en nada excepto en la propia conservación; así salieron sanos y salvos del alcance del fenómeno.
En el instante en que se dieron cuenta de esto, pararon ambos inmediatamente; tenían el mismo pensamiento, que nada tenía que ver ya con su seguridad. Durante una hora entera, mucho después de que el vapor hubiera desaparecido, esperaron y miraron con la esperanza de obtener una visión de los Profesores, quienes con toda seguridad habían tenido que marcharse de la misma forma que sus prisioneros. Nada se movió durante todo este tiempo, y cuando el aire se hubo aclarado del todo pudieron ver la cúpula de roca sin ningún cambio aparente, sin presentar ningún signo de que nada ni nadie se hubiera movido en sus alrededores. Volvieron y rodearon la poza alrededor de la cual estaban, para verla desde todos los ángulos, porque éste era el momento, si es que había alguno, en que la entrada sería visible, pero no encontrarían nada.
Ambos se sorprendieron un poco cuando, al volver después del intervalo usual de tiempo, la charla se desarrolló como si nada hubiera sucedido. Kruger deseaba atreverse a preguntar la forma en que los Profesores habían escapado, pero algo le hacía evitar mencionar esta cuestión.
Hasta aquel momento había dicho ya mucho acerca de su gente, lo mismo que Dar. La facilidad de Kruger con el idioma había crecido con mucha mayor rapidez que en un período de tiempo similar con la única compañía de Dar.
Dar ya se había dado cuenta de su error original acerca de Kruger, aunque sus ideas de astronomía fueran indudablemente poco claras. El chico, sin embargo, no estaba en ningún modo convencido de que Dar y los pobladores fueran originarios del planeta; los Profesores evitaron en todo momento cualquier respuesta directa en la materia y no había ninguna evidencia clara que hiciera perder valor a la idea original de que habían sido abandonados como él; ninguna, por lo menos, que Kruger reconociera como tal.
Su estancia en el poblado no se componía solamente de exploración y conversación.
Algunas veces la vida era bastante apasionante. En una ocasión Kruger se cayó en un hoyo tapado que había sido hecho obviamente para cazar animales; fue el hecho de que estuviera al parecer preparado para un animal bastante grande lo que le permitió evitar el afilado palo que tenía abajo. En otra ocasión, cuando salían de un edificio en un extremo de la ciudad cerca de uno de los volcanes, Kruger y Dar fueron casi ensartados por una punta de ceniza volcánica que había sido al parecer puesta en libertad por una lluvia reciente. Lograron escabullirse dentro del edificio justo a tiempo y después tuvieron, con grandes molestias para Kruger, que salir a través de la pared opuesta, ya que las puertas de este lado habían quedado totalmente bloqueadas.
Varias veces, Dar repitió su petición de que le fueran devueltos los libros; se le pasaba el tiempo en más de un sentido. Los Profesores aún tenían interés en los volúmenes y no decían el momento preciso en el cual ese interés pudiera desaparecer.
Varias veces, cuando estaban Dar y él solos, Kruger sugería con más o menos fuerza que lo único que tenían que hacer era no regresar un día al poblado, ir a las Murallas de Hielo y volver con la ayuda suficiente para conseguir que le fuera devuelta a Dar su propiedad; pero el piloto se negaba a irse. Fue necesaria una combinación de circunstancias bastante compleja para que cambiara de idea.
Habían inspeccionado ya la parte más grande de la ciudad que caía del lado del poblado, pero no conocían aún nada del otro. En realidad, había pocas razones para suponer que podían encontrar algo que no hubieran ya visto, e incluso Kruger se estaba cansando un poco de serpentear por entre los desiertos edificios, cuando Dar advirtió que una calle parecía dirigirse desde el extremo más lejano de la ciudad alrededor del segundo volcán, al cual no habían nunca llegado. Esta calle no era perceptible desde el nivel del mar; Dar la vio desde un extremo de la ciudad que estaba muy encima de la otra colina, bastante cerca, de hecho, del lugar donde casi habían sido enterrados. Los dos decidieron ponerse a investigar inmediatamente.
Les llevó algún tiempo bajar de un volcán, cruzar la parte llana de la ciudad y trepar al otro hasta el lugar que Dar recordaba como el principio de la calle en cuestión; cuando llegaron a él había pasado tiempo suficiente como para indicar que podían llegar tarde a su próxima conversación con los Profesores. Habían tenido siempre cuidado de no estar fuera demasiado tiempo, con la creencia bastante lógica de que su libertad podía ser reducida si lo hacían, pero esta vez decidieron probar suerte.
La calle subía bastante empinadamente, torciendo al principio hacia el lado del cono que daba al mar. Desde abajo no habían podido decir si subía a la cumbre del volcán en zigzag o en espiral, pero pronto advirtieron que era de la última manera.
Esperaban llegar arriba para poder obtener una idea mejor de la geografía local de lo que sus paseos les habían dado. Dar no veía ningún sentido en construir una calle que llevara a la cima de una montaña, pero evitaba hacer cualquier juicio hasta estar seguro.
— En cualquier caso — señaló el piloto —, si realmente quieres llegar hasta ahí arriba no hay necesidad de ir por la carretera. Ya hemos escalado montañas antes.
— Sí, pero no sé cómo subir por ésta. Recuerda lo que sucedió en el otro lado de la ciudad. Sería bastante desagradable si otro de esos pedazos de tierra se nos echara encima y no tuviéramos ningún edificio en que protegernos.
— No creo que necesitemos preocuparnos. El terreno de este cono parece mucho más firme que el del otro y no he visto ninguna marca que sugiriera recientes derrumbamientos.
— Tampoco veo ninguna al otro lado, y probablemente nadie haya escalado esto. Sin embargo, podía estar esperando nuestra presencia.
Pudieron ahorrarse la discusión, pues nunca llegaron arriba. La carretera dejaba de subir aproximadamente en el momento en que se perdía de vista la última parte de la ciudad, aparte de la que estaba bajo el agua, y sin discutir siquiera el asunto los dos siguieron el camino pavimentado. La panorámica era amplia cuando volvieron la vista atrás, la parte inferior de la bahía mostraba hasta dónde se extendió un día la tierra firme, al poder verse a través del agua clara la infraestructura de calles de la ciudad. Más adelante, la casi recta línea de la costa desaparecía en la distancia. Tierra adentro la selva se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Incluso desde esa altura, que no era por otra parte demasiada, no podían distinguir la distancia que les separaba del campo de lava donde se habían encontrado. No parecía hasta el momento que hubiera razón alguna para construir la carretera; parecía no llevar a ninguna parte. Con creciente curiosidad, marcharon más de prisa.
Un cuarto de milla más allá del punto donde incluso la bahía desapareciera de su vista, llegaron al cráter. No había realmente ningún aviso; hasta aquel momento, la falda de la montaña subía y bajaba por cada lado de la carretera; en el siguiente, desaparecía la zona que bajaba y la carretera discurría peligrosamente por el borde de un acantilado de trescientos metros de altura. Había allí una pesada barandilla de metal y ambos se acercaron y se asomaron.