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— El Profesor dice que llevemos madera como la que necesita este extraño y que le dejemos ver cómo hace fuego.

Los nativos se dispersaron a sus cabañas mientras que Dar le rellenaba a Kruger los numerosos huecos que tenía sobre la conversación. Antes de terminar con esto empezaron a traer madera por todos lados.

No traían ninguna de la selva; era evidente que había sido cortada hacía ya tiempo y que se estaba secando en las cabañas. No había razón aparente para deducir por la forma de los trozos que había sido cortada en un principio para hacer fuego, y su trasfondo cultural tampoco lo indicaba, pero allí estaba. Kruger seleccionó unas cuantas piezas y rebanó unas astillas con su cuchillo; después hizo un pequeño montón de trozos mayores y se puso de pie, dando a entender que estaba dispuesto. Dar se dirigió hacia la cabaña donde había ido el mensajero, pero fue detenido inmediatamente.

— ¡Por ahí no, extranjero!

— ¿Pero no es ahí donde están tus profesores?

— ¿En un lugar como ése? Claro que no. Hablan ahí, es cierto, pero quieren veros a ti y a tu fabricante de fuego. Venid por aquí — el que hablaba empezó a recorrer de nuevo el camino que habían seguido para venir al poblado y los prisioneros le siguieron. El resto de la gente siguió sus pasos.

Un sendero bien marcado discurría entre los surtidores termales. Los cautivos lo siguieron hacia una poza especialmente grande que había al borde del claro, lejos ya del mar. Al parecer, éste afloraba a la superficie con mayor frecuencia que los demás, o al menos tenía mayor cantidad de mineral en la fuente subterránea de la que salía, ya que su borde medía unos tres pies de altura. Dentro de él, el agua se agitaba y borboteaba con furia.

La zona alrededor de la poza parecía estar vacía, excepto por un sitio donde se proyectaba desde el borde un objeto que parecía un trozo desprendido de travertina.

Tenía forma de cúpula si quitamos su parte superior, que aproximadamente tenía la misma altura del borde y unos cinco pies de diámetro. Su superficie era lisa, pero había un buen número de profundos agujeros por sus lados.

Kruger no lo hubiera mirado dos veces a no ser por el hecho de que se pararon delante de él y todos los habitantes del poblado se reunieron alrededor. Esto hizo que el chico se pusiese a examinarlo con mayor detenimiento y que concluyese por deducir que era una experta obra de albañilería. Tal vez los Profesores estaban en su interior; los agujeritos debían servir de puntos de mira y de ventiladores. No se distinguía ninguna entrada, que por otra parte podía estar en el borde de la poza donde no podía verla o incluso fuera en otro lugar y conectada por un túnel. No le sorprendió oír una voz proveniente del montón de piedras.

— ¿Quién eres? — la pregunta no era nada ambigua; la estructura gramatical del idioma no dejaba lugar a dudas de que se dirigía a Kruger. Por un instante, el chico no estaba muy seguro de cómo responder, pero luego se limitó a decir la verdad.

— Soy Nils Kruger, piloto — cadete del crucero Alphard.

Tenía que cambiar los nombres por sonrisas en el idioma abyormita, pero se sintió satisfecho en conjunto. Sin embargo, la siguiente pregunta le hizo pensar si estaba haciendo lo correcto.

— ¿Cuándo morirás?

Kruger se quedó perplejo con la pregunta. Parecía limitarse a ser una pregunta directa sobre cuánto iba a vivir, pero se encontró incapaz de responder.

— No lo sé — fue lo único que pudo decir. Esto produjo un silencio de la roca, tan largo por lo menos como el provocado por su anterior titubeo. Con sus siguientes palabras, el oculto orador dio la impresión de haber diferido indefinidamente una cuestión enigmática.

— Se supone que eres capaz de hacer fuego. ¡Hazlo! — Kruger, sin saber para nada su situación respecto al invisible interrogador, obedeció. No tuvo problemas para ello; la madera estaba seca y Arren proporcionaba a su batería toda la radiación que necesitaba.

El chasquido de las chispas de alta tensión hizo retirarse a los pobladores, repentinamente alarmados, aunque Kruger reparó en ello tan poco como en la ballesta de Dar. Las cortezas prendieron inmediatamente y sesenta segundos después un fuego respetable ardía en la piedra situada a unas pocas yardas del pétreo refugio de los Profesores. Todo el rato se fueron sucediendo preguntas sobre el desarrollo de la operación, que Kruger iba respondiendo: por qué la madera tenía que ser pequeña al principio, por qué había elegido madera seca, y qué era lo que producía las chispas.

Responder resultaba extremadamente difícil. Kruger se encaró con aproximadamente los mismos problemas que hubiera tenido un estudiante de bachillerato al que se hubiera pedido diese una conferencia al mismo nivel sobre física o química en francés después de haber estudiado dicho idioma durante un año. Consecuencia de esto fue que aún estaba tratando de improvisar signos cuando el fuego se apagó.

La criatura de dentro del pétreo refugio pareció por fin satisfecha con los fuegos, o al menos con lo que Kruger sabía de ellos, y pasó a otro tema que parecía interesarle más.

— ¿Eres de otro mundo que se mueve a la vez que Theer o de alguno que gire en torno a Arren?

Dar no entendió, pero Kruger lo hizo demasiado bien. Dar fue golpeado como por un trueno, de la misma manera que los seres humanos cuando se dan cuenta de que sus teorías favoritas no tienen ya ninguna validez.

— ¡Buen ojo de lince! — murmuró para sí, pero por el momento fue incapaz de encontrar ninguna respuesta coherente.

— ¿Qué ha sido eso? — Kruger había olvidado por un instante que los oídos superagudos parecían de lo más corriente en este planeta.

— Una expresión de sorpresa en mi propio idioma — respondió con prontitud —. No creo haber entendido bien la pregunta.

— Para mí que sí lo has hecho — aunque los acentos no fueran humanos, Kruger tuvo de repente la impresión de que un director de colegio se encontraba al otro lado de la barrera, y decidió que bien podía continuar su política de franqueza.

— No, no vengo de Arren; no sé ni siquiera si tiene algún planeta, o si los tiene Theer — el que le escuchaba aceptó esta respuesta sin hacer ningún comentario, ya que su significado se podía sacar fácilmente del contexto —. Mi mundo gira alrededor de un sol mucho más débil que Arren, pero más potente que Theer, y que está a una distancia de este sistema que no puedo expresar en vuestro idioma.

— ¿Entonces hay otros soles?

— Sí.

— ¿Por qué viniste aquí?

— Estamos explorando, aprendiendo cómo son los otros mundos y soles.

— ¿Por qué estás solo?

Kruger contó con detalle el accidente de su caída en el pozo de barro, la lógica deducción de sus amigos de que había perecido y su supervivencia gracias a una fortuita raíz de árbol.

— ¿Cuándo volverá tu gente?

— No espero que lo hagan. No tienen motivos para suponer que este mundo esté habitado; las ciudades de la gente de Dar, de las que me ha hablado, no se podían ver, y el poblado de esta gente de aquí no es posible detectarlo. En cualquier caso, la nave iba en un viaje de reconocimiento que iba a durar bastantes de vuestros años y puede estar ya llena al regresar a casa sin que este sistema sea siquiera examinado. Aun así, no hay ninguna razón en particular para que regrese; hay mucho que hacer más cerca de casa.

— Entonces estás ya muerto para tu gente.

— Me temo que sí.

— ¿Sabes cómo funcionan tus naves voladoras? — Kruger titubeó un poco ante esta pregunta y luego recordó haberse presentado como un piloto-cadete.

— Conozco las fuerzas y la técnica relacionadas con ellas; sí.

— ¿Entonces por qué no has intentado construir una para volver a tu mundo?

— Saber y poder son dos cosas diferentes. Sé cómo se formó este mundo, pero no podría haberlo hecho por mí mismo.

— ¿Por qué estás con ése, al que llaman Dar?

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