Butch se rió. El tipo era un dios sexual, una leyenda erótica en su raza. V le había contado que historias sobre Rhage habían pasado de generación en generación cuando el tiempo era el correcto. La idea que de podría cambiar para ser el marido de alguien era absurda.
– De acuerdo, Hollywood, ¿Cuál es el golpe final? Vamos, dámelo.
Rhage se sobresaltó y apartó la mirada.
Por todos los infiernos, el tipo hablaba en serio. ¡So! Escucha, no significa nada.
– Nah, es guay. – La sonrisa reapareció, pero los ojos eran planos. Él caminó con paso lento hacia el basurero y tiró el palito de la piruleta a la basura. -Ahora, ¿Podemos salir de aquí? Estoy cansado de esperaros niños.
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Mary Luce aparcó en su garaje, apagó el Civic, y se quedó con la mirada fija en las palas de nieve que colgaban de las clavijas delante de ella.
Estaba cansada, aunque el día no había sido extenuante. Contestar al teléfono e identificar y archivar los documentos en una oficina de abogados no era agotador, física o mentalmente. Así es que realmente no debería estar exhausta.
Pero tal vez ese era el punto. Ella no se sentía muy estimulada, de manera que estaba languideciendo.
¿Tal vez era el momento de volver a los niños? Después de todo, era para lo que había estudiado. Lo que amaba. Lo que la alimentaba. Trabajar con sus pacientes autistas y ayudarles a encontrar las formas de comunicarse le habían traído toda clase de recompensas, personal y profesionalmente. Y el intervalo de dos años no había sido su elección.
Tal vez debería llamar al centro, ver si estaba abierto. Incluso si no estaban, ella podría alistarse como voluntario hasta que hubiese algo disponible.
Sí, mañana lo haría. No había razón para esperar.
Mary cogió su bolso y salió del coche. Cuando la puerta del garaje se cerró, ella fue hacia la parte delantera de su casa y recogió el correo. Hojeando las facturas, hizo una pausa para examinar la noche moderadamente fría de octubre con su nariz. Sus senos nasales zumbaron. El otoño había barrido con todos los desechos del verano hacía un mes, el cambio de estaciones había conducido una ráfaga de aire frío del Canadá.
Ella amaba el otoño. Y el norte del estado de New York lo hacía memorable, en su opinión.
Caldwell, Nueva York, la ciudad donde ella había nacido y probablemente moriría, estaba a más de una hora al norte de Manhattan, de manera que estaba en lo que técnicamente se consideraba el "upstate"(norte del estado). Partido por la mitad por el río Hudson, el Caldie, como era conocido por los nativos, era una ciudad mediana en América. Las zonas ricas, las zonas pobres, las zonas sucias, las zonas normales. Los Wai-Marts, Targets y McDonalds. Los museos y las bibliotecas. Las alamedas suburbanas sofocadas por un centro de la ciudad descolorido. Tres hospitales, dos universidades, y una estatua de bronce de George Washington en el parque.
Ella inclinó la cabeza hacia atrás y miró las estrellas, pensando que nunca se le ocurriría mudarse. Si era hablar de lealtad o falta de imaginación, ella no estaba segura.
Tal vez era su casa, pensó mientras se dirigía a la puerta principal. El convertido granero estaba situado en el borde de una vieja propiedad de la casa granja, y ella había hecho una oferta quince minutos después de haberla examinado con un agente inmobiliario. Dentro, los espacios eran acogedores y pequeños. Era… precioso.
La había comprado hacía cuatro años, inmediatamente después de la muerte de su madre. Necesitaba algo adorable, así como un cambio completo de paisaje. Su granero era todo lo que su casa durante su infancia no había sido. Aquí, las tablas de entarimado del pino eran del color de la miel, claro barnizado, no manchadas. Su mobiliario era de Crate y Barrel, todo fresco, nada usado o viejo. Las alfombras pequeñas eran de sisal, de piel corta y cuero con ante. Y cada una de las fundas de las cortinas para las paredes y los techos eran de un blanco cremoso.
Su aversión a la oscuridad había influido en la decoración interior. Y escucha, si todo es una variación del color beige, entonces las cosas combinan, ¿Verdad?
Ella puso las llaves y su bolso en la cocina y cogió el teléfono. Ella fue informada de que Tiene… dos mensajes… nuevos.
– Hey, Mary, soy Bill. Escucha, voy a hacerte una oferta. Si pudieses cubrirme en la línea directa esta noche durante una hora, más o menos sería genial. A menos que sepa de ti, asumiré que todavía estás libre. Gracias, otra vez.
Ella lo borró con un pip.
– Mary, ésta es la consulta de la Dr. Delia Croce. Nos gustaría que viniera para su reconocimiento médico trimestral. ¿Llamará usted por favor para programar una cita cuando oiga este mensaje? La ingresaremos. Gracias, Mary.
Mary bajó el teléfono.
La sacudida comenzó en sus rodillas y se abrió camino hacia los músculos de sus muslos. Cuando golpeó su estómago, pensó en correr en busca del cuarto de baño.
Reconocimiento. La ingresaremos.
Ha vuelto, ella pensaba que la leucemia había quedado atrás.
Capítulo 2
– ¿Qué diablos vamos a decirle? ¡Él llegará aquí en veinte minutos!
El Sr. O consideró a su dramático colega con una mirada aburrida, mientras pensaba que si el lesser hiciese algo más que saltar arriba y abajo, el idiota podría ser calificado como un juguete saltarín.
Maldición, pero E era un jodido. Por qué su patrocinador le había metido en la Lessening Society en el primer lugar era un misterio. El hombre tenía poco impulso. Ninguna concentración. Y ningún estómago para la nueva dirección en la guerra contra la estirpe del vampiro.
– Que vamos…
– No vamos a decirle nada. -Dijo O mientras miraba alrededor del sótano. Cuchillos, navajas y martillos estaban esparcidos sin orden en el barato aparador de la esquina. Había charcos de sangre aquí y allá, pero no debajo la mesa, donde pertenecían. Y mezclado con el rojo había un negro lustroso, gracias a las heridas superficiales de E.
– Pero el vampiro escapó antes de que le sacáramos cualquier información.
– Gracias por el resumen.
Dos de ellos habían comenzado a trabajar sobre el varón cuándo O salió en busca de ayuda. Cuando regresó, E había perdido control sobre el vampiro, había cortes en un par de sitios, y fue todo su pequeño sangrado una promesa.
Ese jefe gilipollas suyo iba a cabrearse, y si bien O despreciaba al hombre, él y el Sr. X tenían una cosa en común: el descuido era para perdedores.
O miró el baile de E a su alrededor un poco más, mientras encontraba en sus movimientos estúpidos la solución para ambos al inmediato problema y al mismo tiempo a más largo plazo. Cuando O sonrió, E, el tonto, pareció aliviado.
– No te preocupes por nada. – Murmuró O. -Le diré que sacamos el cuerpo y lo dejamos al sol en el bosque. No es gran cosa.
– ¿Hablarás con él?
– Sin problema, hombre. Sin embargo, mejor sales corriendo. Él va a sentirse fastidiado.
E asintió y echó el cerrojo en la puerta. -Demasiado tarde.
Sí, di buenas noches, hijo de puta, pensó O cuando empezó a limpiar el sótano.
La repugnante casa pequeña dónde trabajaban pasaba desapercibida desde la calle, intercalada entre un desgastado armazón que una vez había sido un restaurante de barbacoas y una ruinosa casa de huéspedes. Esta parte de la ciudad, una mezcla de miserables residencias y antros comerciales, era perfecto para ellos. Por aquí, las personas no salían después del anochecer, pequeños estallidos de pistolas eran tan comunes como las alarmas de los coches, y nadie decía nada si alguien dejaba escapar un grito o dos.
También, ir y venir del sito era fácil. Gracias a los “pesados” del barrio, todas las farolas estaban estropeadas y la incandescencia ambiental de otros edificios era insignificante. Como un beneficio añadido, la casa tenía una entrada exterior con una mampara en la entrada de su sótano. Cargar un cuerpo completo en un saco y salir y entrar no era problemático.